Mi corazón va corriendo a mil por hora, como si estuviera compitiendo una carrera e hiciera un esfuerzo descomunal por querer ganar el primer lugar.
Iba tan rápido que hasta era agotador sentirlo latiendo con tanta velocidad. Es como si en verdad hubiera decidido correr un maratón sin haberlo hecho realmente.
Bajo la mirada nuevamente a mi mano entrelazada con la de él, dando un trago profundo. Al parecer, eso solo causó que mi corazón se acelerara aún más de lo que ya estaba.
Si seguía así, terminaría en el hospital por un derrame cerebral. Espera, no va relacionado con el corazón, ¡pero qué importa! El punto era que terminaría muerta de la emoción, felicidad y nerviosismo.
Dawn, si mueres de eso, el encabezado del periódico serás tú. "Chica de diecisiete años muere tras haber sostenido manos con un chico".
¿Qué tan patético podía ser eso?
—¿En qué tanto piensas?
Alzo mi rostro, regresando a la realidad. Busco con mis ojos su cara curiosa, encontrando en ella una sonrisa delicada.
Siento que me derrito de tan sólo verlo ahí, parado.
—Yo solo... eh, pensaba en... ¿vacas? —contesté, nerviosa, llevando mi mano libre hacia mi cabello, revolviéndolo.
—¿En vacas? ¿Ahora mismo? —ríe, sacudiendo sus hombros levente.
—¡Sí! Yo amo las vacas.
Samuel se coloca frente a mí, no soltando nuestras manos entrelazadas y alzando la que tenía libre para darme un toque en la nariz. Justo como había hecho la primera vez. Si seguía haciendo eso, terminaría derritiéndome como un helado bajo el sol.
Un helado de menta, siento más específica. De menta o naranja... ¿acaso existía el helado de naranja?
Vuelvo a verlo cuando sonríe ampliamente, arruga su nariz, expresando ternura. Después, vuelve a ponerse a mi lado de nuevo y comienza a caminar, tirando de mi mano un poco para que lo siguiera.
Ambos teníamos una hora libre y estábamos caminando alrededor de las gradas, como si fuéramos una pareja ya. El estómago lo tenía infestado de mariposas, revoloteando sin cesar.
—¿No vas a preguntarme qué es en lo que pienso yo? —pregunta de pronto.
—¿En qué piensas, Samuel? —le doy una sonrisa, intentando ocultar mi nerviosismo.
—Que nuestras manos encajan a la perfección. —confiesa, alzando nuestros dedos entrelazados.
Oh, caquita santa.
¿En verdad dijo lo que creo que escuché que dijo?
Vamos, respira, Dawn. No es momento para desmayarse en una conversación de esta magnitud, no cuando el chico que te gusta dice y hace cosas tan lindas como ésta.
—Tu mano no es tan pequeña, pero aun así queda a la medida contra la mía, ¿no crees?
—Caquita, ¿es que tú quieres que muera prematuramente de un infarto? —dije en un susurro demasiado bajo, solo para mí misma.
—Matarte no es algo que quisiera hacerte, puedo pensar en muchas cosas, pero no eso. En absoluto.
Oh, por todas las caquitas del mundo. ¿Es que algún día aprendería a no decir lo que piensa en voz alta?
Y una vez más, caquita santísima, él en definitiva quiere asesinarme con sus palabras.
—¿Como qué? —pregunto, tartamudeando un poco.
De pronto, su mano suelta la mía y me toma de la cintura, posicionándome frente a él. Con la otra abarca el resto de mi espalda, pegándome un poco más a él.
A continuación, lo único que logré escuchar en mis propios pensamientos fue esto: Alerta babosa. Atención, tenemos una alerta babosa aproximándose con rapidez y sensualidad.
Todo parecía ocurrir en cámara lenta. Samuel se quedó viéndome a los labios unos largos segundos, humedeciendo levemente su boca con la lengua; arrastrando su mirada después hasta mis ojos, quien lo veían asustada, emocionada y preocupada a la vez.
Estúpido Eli, si no hubiera sido que me hubieras evadido tanto tiempo, ahora sabría dar un beso medianamente bueno, ¡pero no! Todavía seguía dejando un rastro bastante notable de ADN cuando besaba a alguien más.
Vi al castaño acercarse, cada segundo que pasaba cerrando el espacio entre ambos más y más.
—Esto. —susurró sobre mis labios antes de juntarlos con los míos con suavidad.
Me quedé inmóvil, tal cual una estatua. Aquello no contaba como estar engañando a Eli, ¿cierto?
El rostro del rubio apareció en mis pensamientos, su cara coqueta, su sonrisa pícara, sus ojos extremadamente expresivos y su cabello dorado cubriendo sus orejas bajo la gorra que llevaba siempre sobre su cabeza.
Espera, así no iba la cosa. ¿Eli? ¿Por qué pensaría en él ahora mismo cuando me encontraba con la persona que quería? ¿Engañar a Eli? Para nada.
Sacudo de mis pensamientos al intruso que de repente se había colado en ellos, cerrando mis ojos con fuerza. Me corrijo: besar a Eli no contaba como engañar a Samuel, ¿verdad? No era como si fuéramos una pareja de verdad.
Samuel colocó una mano en mi mejilla con cuidado, moviendo sus labios un poco más, animándome a que hiciera lo mismo. Esa acción logró que recordara que al que besaba ahora mismo era al castaño, mi amor imposible —que ahora es posible— de hace años.
Desesperada al no saber qué más hacer, me doy por vencida y decido hacer un esfuerzo sobrenatural por mover mis labios al apar de los de él y no arruinarlo por completo. Pero gracias al cielo, o a algo más, oí a alguien carraspear.
Me separé de Samuel rápidamente, asustada porque nos habían atrapado con las manos en la masa, o mejor dicho, succionando la cara del otro. Al menos eso no era muy difícil de imaginar de mi parte.
Já, podría ser Dawn Kay "La aspiradora" Bardot.
Está bien, ese no era un apodo del cual me sentiría particularmente orgullosa al explicar el significado, pero vaya, soy una genio cuando de sobrenombres se trataba, ¿no?
Me río bajo, imaginando a las personas llamándome por ese apodo. Estaba en el limbo. ¿Qué diría Eli sobre ese apodo? Tal vez podría comentárselo más tarde cuando le cuente lo que pasó con Samuel.