Cómo aprender a besar con Eli Brown

17 | Simplemente amigos.

Saco las llaves de mochila como pude, a tientas, mientras que con la otra sostenía a Eli con un agarre fijo, ya que estaba segura aprovecharía cualquier oportunidad para escaparse y no enfrentarse al inminente desastre que se acercaba.

 

O sea, mi madre.

 

En cuanto logro abrir la puerta, le doy un empujón y repito la acción con el rubio, aventándolo dentro de mi casa, causando que se tropezara y cayera de rodillas al suelo.

 

—¡Mamá, ya llegamos! —anuncié en un grito, cerrando la puerta detrás de mí con seguro.

 

Eli se levantó rápidamente del suelo, sacudiendo sus pantalones. Se colocó a mi lado, cruzando sus manos por detrás de su espalda mientras yo aventaba nuestras mochilas al suelo.

 

—¿Llegamos? —Inquirió confusa mi madre desde la cocina— ¿Tú y quién más? ¿Jules y Connor?

 

—No, má. Es a alguien que no conoces aún —respondí— Alguien muy tonto, debo decir —admití en voz baja, viéndolo de reojo—. ¡Espera un momento, ya vamos para allá!

 

—Con que ya llegó la hora en que me presentes a tus padres, ¿eh? —Eli me miró con las cejas alzadas— Al menos pídeme que sea tu novio, descarada. —se abrazó a sí mismo, como si se estuviera protegiendo de algo.

 

Y ese algo era yo.

 

Me sonrió descaradamente.

 

—Quita esa expresión de tu rostro, pequeño diablillo. —rodé mis ojos un poco divertida. No quería mostrarlo mucho gracias al susto que había pasado hace poco, ya que si lo hacía, Eli tomaría todo a la ligera cuando de ligero no tenía nada.

 

Lo tomo de la muñeca una vez más, llevándolo conmigo hacia la cocina. Mi sorpresa fue cuando Eli tomó la delantera, siendo él el que me jalaba ahora, caminando a paso rápido.

 

Volteó hacia atrás, guiñándome un ojo.

 

—Ni te atrevas. —le advertí.

 

—Sabes que para tocarme solo tienes que pedirlo, panqué. —me habló con voz baja.

 

Pero claro que lo hacía. Sería su muerte si mi madre lo hubiera escuchado ahora mismo.

 

A medio camino ambos nos encontramos con mi progenitora, quien había venido a nuestro encuentro, porque claro, no podía quedarse quieta unos cuantos segundos antes que llegáramos a ella.

 

Se paró en seco en cuanto nos vio. Sus manos dejaron de moverse y su expresión se tornó tan seria que por la mente se me ocurrió que pudo haber pasado por su cabeza el asesinato.

 

Y luego sus ojos pasaron a observar el contacto entre nuestras manos.

 

Caquita. Me solté con disimulo del rubio.

 

—Hola, señora Bardot —saludó Eli—. Siento presentarme aquí sin haberle avisado antes, pero su hija insistió tanto en que la conociera que no pude decirle que no, ¿verdad, panqué?

 

Trágame tierra y escúpeme en otra parte. Pero si es posible, que me escupa en el mismo lugar donde se encuentra el amor de mi vida. Espero sea lejos, muy lejos. Al otro lado del mundo.

 

La expresión intimidante que portaba mi madre de repente se borró, siendo reemplazada por una de completo asombro y un deje de diversión.

 

Ella nunca se reía con extraños. Nunca. En su vida.

 

—Al menos pídele que sea tu novio, descarada. —me regañó mi madre.

 

Espera, ¿qué?

 

—¡Eso fue lo que yo le dije! —Exclamó el rubio, divertido y más relajado que antes— Pero Dawn no quiso escucharme. —negó con la cabeza repetidas veces. Ambos me veían decepcionados.

 

Vaya, con que así eran las cosas.

 

—Esperen un momento —alcé mis palmas en el aire—. Número uno: Eli, no te pediré que seas mi novio. Segundo: Mamá, él te mintió… bueno, algo así —me callé unos segundos—. Sí le pedí que viniera, pero hay una razón detrás de eso, ¿de acuerdo? Y número tres: bueno… eh, este… ¡no hay número tres, ¿bien?!

 

Caquita, me exalté. Respira, Dawn, antes que termines muerta.

 

—Pero primero, ¿podemos comer? Tengo mucha hambre. —pedí con ojos de cachorro, sonriendo con inocencia.

 

Mi madre se rio conmigo, pero al pasar los ojos por Eli, lo escaneó de arriba abajo, analizando todo su aspecto. Hasta el más mínimo detalle. Entrecerró los ojos, y le apuntó con el dedo índice.

 

—Creíste que me tenías, ¿verdad, niño? —le preguntó. La expresión de Eli cambió por completo. Palideció— Ahora vuelvo, jovencito —se dio media vuelta, marchándose—. ¡Y nada de contacto físico, que si no, yo misma te cortaré esas manos!

 

El rubio tragó duro.

 

—Bienvenido a la familia de los Bardot, campeón —quise darle unas palmaditas en la espalda, pero apenas lo rocé, y se alejó de mí.

 

—Quiero conservar mis manos, gracias. Si no puedo oírte, al menos quiero tocarte.

 

Me quedé seria, anonadada por sus palabras. Hasta arrugué un poco las cejas, no sabiendo cómo tomarme su comentario.

 

Se me había revuelto el estómago. “Si no puedo oírte, al menos quiero tocarte”.

 

Solo que la confusión no duró mucho cuando vi que una sonrisa pervertida brotaba de sus labios. Hasta alzó sus cejas repetidas veces, haciéndome reír. Solamente Eli.

 

Lo llevé al baño para lavarnos las manos en lo que mi madre terminaba con la comida y en cuanto entramos al pequeño cuarto, Eli me enfrentó.

 

—Tu madre es… aterradora —comentó—. Pero te apuesto un beso a que terminará amándome.

 

Me la pensé un momento.

 

—Trato —acepté—. Pero si pierdes, debes comprarme jugo de naranja una semana entera.

 

— Oye, pero es más de lo que yo te pedí.

 

—Puedes pedir más. —dije, mientras me tallaba las manos con jabón.

 

—¿Qué te parece… una cita? —me miró con curiosidad, ladeando un poco su rostro.



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En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

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