El dedo índice del rubio se posiciona en mi barbilla con delicadeza, en un roce estremecedor.
Presiona ligeramente contra mi piel para que alce la cabeza y así lo hago, abriendo mis labios antes de volver a unirlos contra los de él una vez más.
Eli ladea la cabeza y presiona su boca un poco más contra la mía, empujándome hacia atrás, causando que mi espalda chocara contra el pilar de la pequeña catedral en la cual nos encontrábamos debajo.
Coloca su mano en mi nuca y me vuelve a jalar hacia él, ahora siendo yo la que lo empujaba contra el pilar. Nos encontrábamos al lado del otro, así que era fácil hacer que el otro chocara contra la madera de la pequeña catedral.
—Espera, panqué. —se despega de mí. Movimiento que logra que lo siga con mi cabeza hacia adelante, buscando más. Entonces dijo otra cosa a la cual no presté atención.
Mis sentidos seguían dormidos y tardaría unos momentos para salir del trance en el que estaba.
—Sí. Sí a todo. —acepté sin más.
Eli se me quedó viendo con los ojos bien abiertos y las cejas alzadas. Una sonrisa siniestramente sensual se plantó en su rostro.
Oh, caquita. No estaba preparada para esto.
Mátenme ahora. ¿Por qué tengo que decir ese tipo de situaciones especialmente a un chico como él? Mal, Dawn. Mal.
—Digo… ¿qué has dicho? —Me reí nerviosa— Ignora lo otro, no estaba bien de la cabeza… no es que siempre lo esté, pero vamos, tú me entiendes. Estaba pensando en otra cosa.
—¿En qué estabas pensando exactamente? —otra sonrisa más me dio, una que quité de su rostro, tapándole la boca con la mano— No es divertido que te retractes, ¿sabes? Pierdo mis oportunidades contigo. —hace un puchero con los labios.
—Oh, vamos, cállate —me río, dándole un pequeño golpe en el brazo—. ¿Qué habías dicho hace un minuto?
Suspiró, derrotado.
—Que tu problema cuando besas es que abres demasiado los labios, por eso siempre termino babeado. Vamos, panqué, pensé que eso había quedado atrás…
Echo mi cabeza hacia atrás después de comprobar lo que había dicho, dejando salir un quejido.
—Ya sabes en dónde están los pañuelos. —contesto, aventándole mi pequeño bolso.
Eso es, me rindo. No aprenderé a besar nunca. Debería enfocarme en mis estudios y hacerme rica cuando trabaje porque casarme no lo veo en el futuro. Solo seré yo, mi trabajo y mi soltería para siempre. Ah, mi mala forma de besar.
Seré esa tía rica que nunca se casó pero que siempre te compra las cosas que quieres.
Al menos espero que Danielle se case y tenga hijos, o al menos que tenga un hijo, de lo contrario, estoy perdida.
Tomé a Eli de la camiseta y le quité el pañuelo de las manos una vez se limpió la barbilla.
—Si nunca aprendo a besar decentemente dime que te casarás conmigo si no consigo que Samuel lo haga, ¿sí? —le pedí—. No quiero ser la tía soltera rica.
Mis ojos escrudiñaban los de él. Sí, estaba siendo melodramática pero tenía que intentarlo al menos. Si me decía que no, moriría sabiendo que no me fui de este mundo sin intentar.
Además, sabía que Connor no aceptaría esa propuesta ni en un millón de años. Claro, no es como que viviéramos tanto tiempo, pero aunque lo hiciéramos, seguiría refutándose en hacerlo incluso después de tantos años.
Eli se rio a carcajadas de mi reacción y propuesta. Desenganchó mis manos de la tela de su camiseta y me tomó de las muñecas con firmeza.
Si tenía que recurrir al llanto, lo haría. Sacaría mi lado actriz nominada al premio Oscar.
—Eso no importa, panqué. Aunque Samuel quiera, yo me casaré contigo igual. —me regaló una sonrisa tierna.
Yo le regresé una.
Esas palabras lograron remover algo muy dentro de mí. La forma en que me veía ahora mismo cualquiera podría confundirla con otra cosa que probablemente no era. Su cabello dorado moviéndose al ritmo del viento, su sonrisa matadora, sus iris verdes, intensos.
Una combinación fatal.
En el fondo, quise creer que eso que pensaba podría ser real, pero sabía que aquello en verdad no podría serlo. Nuestras miradas chocaron por un largo y breve momento a la vez, algo inútil tratar de explicar con palabras. Sin embargo, ninguno apartó la vista del otro.
Sentía el aire tensarse cada vez más, pero de una manera buena… ¿o mala? No estaba muy segura de eso.
Me reí nerviosa, no sabiendo muy bien cómo reaccionar ante la situación y pesadez de todo lo que sentía.
—Oh, tú tampoco quieres ser el tío soltero rico, ¿verdad? —alcé mis cejas, apuntándolo con el dedo índice. Había logrado hablar después de todo, intentando aligerar el ambiente que se había formado entre ambos.
El rostro del rubio se puso en blanco.
Al final, Eli fue el primero en apartar la vista. Cerró sus ojos y negó repetidas veces con la cabeza, divertido, angustiado, no tenía idea.
—Por supuesto que no, ¿por qué más querría yo casarme contigo? —arrugó el entrecejo, aún evitando mi mirada.
Vaya, eso dolió un poco, pero intenté ignorar el sentimiento lo mejor que pude.
—Exacto. Creo que tú y yo seremos socios por un buen tiempo. —le seguí la corriente, juguetona.
Soltó una risa vaga.
—No sé si quiera ser tu socio por siempre, panqué. —ladeó la cabeza.
—¿Y por qué no?
Arrugué el entrecejo.
—¿Qué chico en su sano juicio quisiera ser solamente tu socio? —dijo, tomándome por sorpresa. Me quedé en blanco— Eres realmente algo, Dawn, pero solo me dejas ver una parte tuya, ¿sabes? Y no me gusta. Tú sabes más de mí que yo de ti.