La semana pasó en extremo rápida.
Debo admitir que pasó más veloz de lo que hubiera querido, y eso era porque quería pasar más tiempo con Eli. Serían las últimas clases que me permitiría tener con él, porque a pesar de haber tenido dudas sobre acabar con esto, mi decisión final era ponerle un alto.
A las clases, digo. Porque seguiría manteniéndome en una relación con él, una amistosa, que, esta vez, claramente no involucraría el besar al otro.
Já, eso sigue sonando demasiado mal de la manera en que lo ponga.
Dawn, sí que debes estar loca como para pedirle a un completo extraño que te enseñara a besar. Porque sí, lo era, a pesar que asistiéramos al mismo instituto y compartiéramos una clase juntos.
Pero en fin, ahora no era un extraño y aquello ya no era reversible... y tampoco es como que quiera hacerlo. Vamos, ahora beso con decencia.
Y de solo pensar en aquello, los nervios se me ponían de punta al no saber cómo darle la noticia de que no seguiría más con las clases de beso. Tal vez solo mi cabeza estaba jugando conmigo creando escenarios en donde Eli reaccionaba mal, o de alguna manera en que pintara una línea entre ambos.
Eso era lo menos que yo quería, porque después de todo, fue difícil que Eli me dejara entrar a su vida como su amiga. Admitía que me asustaba un poco el pensamiento de ya no volver a tener ningún tipo de contacto con él y que de un día a otro actuemos como completos desconocidos, regresando a cero.
Aquella era una de las razones por las cuales no había dicho nada aún.
Escucho cómo truenan los dedos frente a mí, captando mi atención y trayéndome de vuelta a la realidad.
—Panqué, ¿estás? —preguntó con expresión divertida en su apuesto rostro.
Recobré los sentidos cuando escuché su risa colarse por mis oídos.
—No, estoy muerta, naranjita. —hablé con sarcasmo. Por un corto momento deseé que eso fuera cierto.
Él simplemente rodó los ojos, despeinando mi cabello.
—De todos los días que decido peinarme, vienes y despeinas mi media coleta. Una en la cual invertí cinco minutos haciendo. —peino suavemente mi cabello ahora alborotado, intentando aplacarlo un poco.
—Vamos, Dawn, los dos sabemos que no tardaste ni dos minutos peinándote, que has quedado mejor como te he dejado yo así —se carcajeó—. ¿A eso le llamas una media cola? Date vuelta, te arreglaré.
Achiqué los ojos, sospechosa y rendida porque sí, cinco minutos eran eternos comparados a lo que había tardado peinándome.
Me volteé, justo como él había pedido, a sabiendas que lo que me haría él no sería mucho mejor de lo que yo había logrado ya, pero se lo permití. Esta mañana no tenía muchos ánimos de verme medianamente decente, pero hice lo que pude.
Todavía no me cabe en la cabeza cómo es que hay chicas que se arreglan todas las mañanas para venir al instituto, o sea... ¿cómo? ¿Se despertaban más temprano que todos para arreglarse o eran extremadamente rápidas? Lo he intentado, pero he fallado.
Tampoco es como que me presente a la escuela con todo y lagañas y saliva seca en la boca, pero no alcanzaba ese nivel de compromiso. Al menos no cuando hablábamos del instituto, porque cambiando de escenario, cambiaba mi nivel de producción.
Sentía cómo los dedos de Eli tomaban mechones de mi cabello, seccionándolo en dos partes. Con la yema de sus dedos volteó mi barbilla hacia la izquierda, en donde podía verlo de reojo.
—¿Qué me harás? —inquirí, sospechosa.
Él se quedó callado un segundo antes de responder.
—Eso depende, panqué —sonrió coqueto—, ¿qué quieres que te haga?
Rodé los ojos. Era de esperarse un coqueteo de su parte. —En el cabello. Te pregunto que si qué me harás en el cabello, señor coqueteos. —no contuve mi sonrisa, así que me volteé.
No duró mucho en mis labios porque hice lo posible para que el rubio no la viera, ni siquiera un dejo de ella cuando volvió a acomodar mi cabeza al ángulo que se encontraba antes.
—Oh, eso —sonrió—. Ya verás. Ahora quédate quieta y tómate tu juguito, ¿bien?
Asentí. No venía con ánimos de ponerme a discutir con él. Que haga lo que le plazca, no me importaba.
Siempre podía deshacerlo si quedaba como completa payasa.
Sorprendente terminó en unos minutos. No sabía lo que me había hecho.
—¿Tienes unas de esas cositas para amarrar el cabello? Ya sabes, esas gomitas redonditas...
—Sí, una liga —me reí con ternura—. ¿Cuántas necesitas?
—Dos.
Busqué en el bolsillo de mi pantalón, donde sabía que siempre tenía algunas cuantas pequeñas. Saqué un par y se lo coloqué en la mano. Ató mi cabello de la punta y prosiguió a voltear mi cabeza a mi lado derecho, recreando lo que había en este lado lo que había hecho en el izquierdo.
Para el tiempo que había terminado de tomar mi jugo, él también había concluido. Me sentí la cabeza con las manos delicadamente, descubriendo que había tejido dos trenzas en mi cabello. Abrí mis ojos un poco, sorprendida.
—¿Sabes trenzar el cabello? ¿En dónde has aprendido a hacer eso?
Me di la vuelta, enfrentándolo de nuevo, viendo una expresión orgullosa en su rostro, admirando el resultado final. Le sonreí, a lo que él me devolvió la sonrisa.
—He aprendido por mis hermanas. Hay veces en las que le ayudo a mamá a peinar a una de ellas, ella me enseñó. Años de práctica, panqué.
—Vaya, no me esperaba esto —contuve un puchero, porque esa confesión fue de lo más tierno posible jamás—. Y... ¿cómo me veo? —hice una pose para él.
—Como Wendy, la chica del restaurant de comida rápida —soltó una risa comprimida, tapándose la parte superior de la boca con su dedo índice—. Pero una extremadamente linda, panqué.
Le dirigí una mala mirada. Sabía a quién se refería.
—No me mientras, Elijah. —apretó los labios al escuchar la mención de su nombre completo.
—No miento, bonita. Espera, te tomaré una foto, no te muevas.