Cómo aprender a besar con Eli Brown

20 | Dawn, la reina de las ocurrencias.

Mi sonrisa creció de oreja a oreja y me permití dar una vuelta completa para que mis amigos me vieran. Hasta acaricié mi cabello trenzado.

 

―Siempre decías que te vestirías de ella, pero nunca imaginé que el día al final llegara ―comenta Jules, anonadada, sonriendo junto a mí―. Y lo que más me sorprende es que te veas tan…

 

―Genial. ―terminó completando Connor, escaneándome de pies a cabeza.

 

Jules se rió. Asintió una vez.

 

―Es cierto, te ves genial… muy Dawn.

 

―Sí, creo que Dawn sería la única que se vestiría de esa manera, pero también la única en lucirlo tan bien. Digo, sigue siento jodidamente graciosa verla con ese disfraz, pero opino que sigue siendo estupendo, mi zanahoria ha crecido tanto.

 

Connor se llevó la mano a la barbilla después de limpiarse una lágrima imaginaria, acariciándola con sus dedos mientras me daba una última revisión, asintiendo con la cabeza en modo de aprobación.

 

Sin más, alzó su palma al aire, esperando a que le diera los cinco, y así lo hice. Tomé un bocado de aire, orgullosa, alzando mi barbilla.

 

Mi ego estaba por la nubes, sabía que mi disfraz era bueno. Demasiado bueno. Invertí mucho tiempo en él.

 

―¿Y bien? ¿Ustedes qué son? ―pregunté luego de echarles un vistazo.

 

Sabía lo que Jules era, pero en cambio Connor se veía muy gracioso, no lograba conectarlo, tal vez de tan emocionada que me encontraba, no podía pensar en otra cosa que no fuera ver a Samuel. Solo llevaba algún tipo de túnica de seda que tapaba un poco su torso. Portaba pantalones cortos y unos tenis desgastados.

 

―Soy un hada ―respondió la castaña―. Agregué estas orejas de gatito por diversión. ―dijo, arreglándose la diadema. Bien, esa era combinación rara, pero esa también era Jules.

 

El rubio se rio tan fuerte que nos ganó miradas de todos.

 

―De hada tiene lo diminuta y de gata lo amargada. ―volvió a reírse Connor, tomándose del estómago.

 

―Cállate, que tú no tienes nada en común con tu disfraz.

 

Le atestó un golpe en la espalda, haciendo que resonara un poco. Pasé a preguntarle de qué se había vestido él.

 

―Soy un boxeador, zanahoria, ¿no ves? ―dijo. Al fin esa túnica terminó por cobrar sentido. Se la apartó hacia los lados, luciendo su torso desnudo, el cual me mostró orgulloso― He estado yendo al gimnasio, ¿lo ves?

 

Me acerqué a él y alcé la mano y la detuve antes de tocarlo. Alcé la mirada, ya que era más alto que ambas y con los ojos le pedí permiso para tocarlo. Usualmente no hacía eso, pero había gente alrededor de nosotros.

 

Aclaro que no me la pasaba tocándolo porque… eso sería demasiado raro, ¡es Connor! Pero no nos poníamos nerviosos o incómodos con el toque del otro.

 

―Adelante, rojita, gózate. ―puso una cara de orgullo.

 

Poco sabía él mis intenciones oscuras. Miré hacia Jules, a quien le mostré mis oscuras intenciones en una mirada y sonrisa malvada antes de ponerlas en práctica.

 

Con el dedo índice le toqué el estómago, y lo arrastré un poco hacia abajo, tal vez unos centímentros en donde después lo alejé de su piel. Empuñé mi mano con rapidez y le di un golpe en el pecho, uno fuerte causando que Connor se doblara del dolor.

 

―Tienes razón, Jules. Connor tiene unos reflejos horribles. Como boxeador se muere de hambre. ―me burlé, chocando puños con la castaña, quien se reía abiertamente.

 

―Son malvadas...―mencionó, sobándose el pecho una vez reincorporó.

 

―Te queremos, Con. Por cierto, ¿dónde están los guantes? ―después de unos segundos se los sacó de la mochila que llevaba consigo, mostrándomelos― ¿Y por qué no los traes puestos?

 

Miró a Jules con recelo antes de hablar conmigo y explicarme la razón detrás de todo.

 

―Es que no podía sostener mi bebida con los guantes puestos y Jules no me quiso dar en la boca el jugo después de cinco minutos. ―dijo, desanimado. Se encogió de hombros, haciéndole una mueca de enfado a la castaña, quien simplemente rodó los ojos, tratando de mantenerse seria.

 

―¡Las personas se nos quedaban viendo, Connor! ―exclamó, irritada. Alzó los brazos para darle más énfasis a sus palabras. Sus alas se movieron junto a ellos.

 

―¡¿Y eso qué importa?!

 

―¡Que me da vergüenza! ¡Eso es lo que sucede, idiota!

 

―¿Te doy vergüenza? ―inquirió él. El puchero que colocó en sus labios fue el de un niño pequeño al que no le concedían su deseo.

 

Tuve que tapar mi boca con la mano porque la escena fue tan graciosa que no pude contenerme, solamente que interrumpirla significaría arruinar el momento entre los dos.

 

―Sí, me da pena que me vean darte de tomar, ¡no tienes cinco años, Connor!

 

―Eso no te ha molestado antes, ¡hasta me has dado de comer en la boca, Jules!

 

La castaña saltó de la sorpresa al escuchar esa confesión que hizo Connor en voz alta tan repentinamente. Era cierto, yo los había visto, muchas veces. Jules a veces hacía eso con Connor, incluso conmigo. Lo hacía solamente con nosotros y su familia, era una costumbre algo tierna ―o rara, depende cómo lo veas― que tenía ella para mostrar cariño y aceptación.

 

No era como que lo hiciera de la manera en que alimentas a un bebé, para nada. Cuando estaba comiendo algo, como una barra de chocolate, por ejemplo, tomaba un pedazo con los dedos y lo llevaba directo a tu boca o te convidaba de su sándwich poniéndotelo en los labios para que tomaras una mordida. Compartía su comida, pero la forma en que lo hacía era tan curioso como gracioso verla hacerlo ya que su expresión siempre conllevaba una sonrisa diminuta, ojos grandes y brillantes junto a las cejas alzadas, expectante.



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En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

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