Cómo aprender a besar con Eli Brown

29 | Como extraños.

El sonido de la alarma hizo que regresara a mis sentidos. Las vacaciones de invierno habían terminado y hoy era el día que todos regresaríamos a clases.

 

Anoche, al recostarme, pude conseguir dormir un poco pero terminé despertado en la madrugada. No podía conciliar el sueño, y heme aquí, con la vista pegada al techo, escuchando todavía la alarma sonar. Extiendo mi brazo, buscando mi teléfono con mi mano para poder apagar el irritante sonido.

 

Algunos días habían pasado solamente, una semana, exactamente. El calendario marcaba el siete de enero.

 

Por una semana había estado evadiendo todo tipo de contacto con todos, y con todos, me refiero a Eli, Jules y Connor. A pesar de que Jules ya sabía lo que había sucedido, no me sentía con ganas de hablar sobre lo que pasó y el único remedio que encontré fue ignorarla. Sobre los chicos, Eli no me había contactado y Connor dejó de mensajearme un día después de no contestarle. Simplemente quería desconectarme del mundo y analizar las cosas por mi cuenta, sanar mi pobre corazoncito.

 

Si comparaba mi estado emocional a una semana antes, en la víspera de año nuevo, estaba hecha un desastre, pero ahora, siete días después, ya no me sentía así.

 

Mi familia había hecho todo lo que podía por hacerme sentir mejor, me compraron mi jugo de naranja favorito, me consentían en lo que quería comer una vez al día, me sacaban a pasear, ¡y hasta me regalaron una vaca!... pero de peluche, para mi mala suerte.

 

Desde que puedo recordar, siempre he querido una, pero siempre me la habían negado por más berrinches que haya hecho y más lágrimas que haya derramado en súplicas para que me obsequiaran una como mascota. Esta vez, pensé que si se la pedía a mi padre, él aceptaría y había una mínima posibilidad que mamá aceptara, ya que estaban haciendo lo que sea para que volviera a sonreír.

 

Y como siempre, terminé siendo rechazada por milésima vez, pero en esta ocasión obtuve un regalo de consuelo. El peluche era grande, supongo que con eso me bastaría por mientras podía conseguirme una granja y tener mis propias vacas… y dinero para mantenerlas.

 

¿Acaso se podrán montar como los caballos? Supongo que era cosa por descubrir una vez tuviera una.

 

―Creo que no queda de otra más que tener que ir a la escuela, ¿verdad, Abe?

 

Escucho la puerta abrirse. Era Danielle.

 

―¿Con quién hablas, loca? ―entró y paró a un lado de la cama, confiscándome el teléfono, revisándolo.

 

―Con Abe, mi nueva compañera de cuarto. ―le arrebato el móvil de las manos.

 

―Dawn, aquí no hay nadie más, aparte de mí. Creo que necesitas ir a terapia, ahora estás viendo cosas, ¿te sientes, bien? ¿Te duele la cabeza? ―se sentó en la orilla de la cama, tentándome la frente.

 

―Hablo de la vaca, Danielle. Ella es Abe, mi nueva compañera de cuarto.

 

Apunto a mi lado, haciendo énfasis en lo que decía, mostrándole el peluche.

 

―¿Por qué “Abe”?

 

―Por Abejita ―sonreí―. ¿O debería llamarla “Jita”? Todavía no estoy segura. Si tienes sugerencias de nombres, son bienvenidas.

 

Danielle cerró los ojos, pasándose la mano por su cara, negando repetidas veces mientras me miraba con una sonrisa en su boca.

 

―¿Por qué nombrarías a una vaca en nombre de una abeja? ¿Acaso tiene sentido? ―me miró unos segundos. Le sonreí― Olvídalo, tú tampoco lo tienes. No debería estar sorprendida con esto después que nombraste a tu coche “Orni”. Tienes una cosa por nombres raros, ¿no?

 

Me encogí de hombros y asentí.

 

―Abe, ¿te gusta tu nombre o te gusta más “Jita”? ―volteé mi cabeza, mirando al peluche a mi lado― Tal vez ese podría ser tu segundo nombre: Abe Jita Bardot.

 

―Dawn, en verdad necesitas retomar la comunicación con tus amigos ―mencionó, dirigiéndose a la puerta, saliendo de mi habitación―. ¡Apresúrate, el desayuno casi está listo!

 

Sin esperar más, cambio mi ropa y me dirijo al baño, lavándome la cara y dientes. Cepillo mi cabello y lo peino en una coleta alta, colocando un moño negro. Bueno, eso era lo más que podría hacer el día de hoy.

 

Todo marchó bien los primeros treinta y algo minutos que tardé en desayunar y llegar a la escuela, parecía que estaba bien, pero una vez estacioné a Orni y apagué su motor, el estómago se me revolvió.

 

Caquita. Creo que vomitaré.

 

Cerré mis ojos con fuerza y tomé un respiro profundo, contando hasta tres para armarme de valor y encaminarme a la entrada del colegio. Tal vez estaba siendo una dramática e incluso ridícula, pero todavía me daban escalofríos de solo pensar en Samuel y que en algún momento de mi día, tendría que encontrarme con él, sí o sí.

 

Sobre los chicos, era más vergüenza la que sentía porque me había encerrado en una burbuja en la que no dejé que nadie entrara.

 

¿Ahora cómo les daría la cara? Caquita, Dawn, eres una idiota.

 

Sin embargo, solo quería un descanso del mundo, de todos.

 

Caminando, con las piernas temblándome un poco ―y no necesariamente por el frío―, cada vez me acercaba a la entrada principal de la escuela. Me aferré a la mochila como mi único escudo.

 

De pronto, sentí cómo una mano tomaba la mía y un brazo se colocó alrededor de mis hombros.

 

―Oye, rojita, ¿desayunaste hoy? Yo sí, pero aún tengo hambre, iré a comprarme unas galletas o algo, ¿quieres tu juguito de naranja? ―ofreció Connor, regalándome una sonrisa abierta en cuanto lo miré.

 

―Yo quiero un chocolate caliente, amarillo, ¿no prefieres uno en vez de tu jugo? Estás temblando y tus manos están congeladas. ―sugirió Jules. Fue turno de mirarla a ella.

 



#7954 en Joven Adulto
#33094 en Novela romántica

En el texto hay: besos, aprendiendo a besar, panque

Editado: 23.08.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.