Sonreí de manera coqueta para ver si de esa manera podía convencerlo y parpadeé un par de veces, queriendo mostrar mi lado más encantador. Hasta meneé mi cabello de un lado al otro mientras sostenía a la bebé en mis brazos.
¿Debería morderme el labio?
Eli se quedó observándome mientras apretaba los labios, llevándose una mano a la boca, tapándosela. Alcé mis cejas de arriba abajo, regalándole una sonrisa galante, mordiéndome el labio el labio en el proceso.
―Ouch… ―me quejé en un susurro.
Caquita, eso me dolió. Las cejas de Eli se alzaron y apretó sus labios juntos. Escondió su rostro de mi vista.
Eso, Dawn. Estás tan guapa que no puede ni verte a los ojos de tan nervioso que lo has puesto. Cuando vi que alzó de nuevo su rostro, volví a sonreírle, meneando una vez más mi cabello de un lado a otro.
Vi que estaba a punto de hablar, tal vez para decirme que estaba completamente seducido, pero de repente sentí cómo un mechón de mi cabello es jalado con fuerza, después otro más. Mi cabeza se inclinó hasta atrás del impulso del jalón.
―¡Ay! ―solté un grito― ¡Eli, Eli, mi cabello!
Lucy se estaba encargando de dejarme en vergüenza frente a él y lo hacía más que bien. No se lo perdonaría jamás. Pero jamás.
Los niños son diabólicos, no debemos confiar en ellos. Si no intentan matarse ellos mismos, intentan matarte a ti.
Daba pequeños saltos en mi lugar, me retorcía con cada jalón que daba Lucy a mi cabello, no quería soltarlo. Eli, por otra parte estaba luchando contra una bebé para poder hacer que soltara su agarre contra mí, pero no funcionaba. Escuché su risa colarse por mis oídos.
¿Acaso se estaba riendo de mi sufrimiento?
Caquita, Dawn. El punto era verse sexy, no ridícula.
Lloré internamente cuando otras personas dentro del café también comenzaron a divertirse ante la situación que estaba viviendo. Tierra trágame y escúpeme en otra dimensión.
―¡Dawn, quédate quieta, por el amor al cielo!
Me sorprendí cuando me habló por mi nombre y por consecuente, me dejé de mover.
―¿Dawn? ―inquirí― ¿Me llamaste “Dawn” y no “panqué”? ―lo miré con ojos grandes. Antes de lograr decir algo más, Lucy volvió a tirar de mi melena― ¡Ay, ay! ―me quejé― Ok, eso no es importante ahora, quítamela de encima antes de que me deje calva o la regrese al vientre de su bendita madre.
Eli, al contrario de mí, se seguía riendo de la situación mientras que yo mantenía un puchero en mis labios, tratando de no gritar mientras esperaba a que el rubio por fin lograra que Lucy que aflojara su pequeño puño. Unos segundos después, lo logró.
―Creo que esto es tuyo, panqué. ―comentó, haciendo énfasis en el apodo que tenía para mí. Me extendió un pequeño mechón de mi cabello, que lamentablemente, no había sobrevivido a la batalla que luchó contra aquel ser diabólico.
Lo tomé entre mis manos con la sonrisa más estúpidamente grande que pude plasmar en ese momento. A pesar de todo, Eli se mantenía como siempre había sido.
―Me dijiste panqué. ―me reí como tonta enamorada.
―Eres mi panqué. ―miró a otro lado, mientras se sonrojaba. Se rascó la parte trasera de la cabeza, nervioso.
Apreté los labios en un intento de no gritar frente a todos, dejar caer a Lucy y besarlo.
Caquita, caquita, caquita. Caquita santa, por favor no me dejes caer en tentación.
Mi respiración se aceleró, al igual que mi corazón. A pesar de que estaba más feliz que nunca, también estaba nerviosa y un poco asombrada por sus palabras. No pensé que me diría algo así jamás, pero después de todo, era él. El chico más tierno que he conocido en mi corta vida.
Cuando regresó su mirada a mí, vi cómo torció los labios, incómodo y avergonzado.
―Lo siento, no quería decirte eso. Lamento si te hice sentir incómoda, no era mi intención. ―inclinó la cabeza hacia abajo, con las manos metidas dentro de sus bolsillos.
―No, Eli, yo-…
―No importa ―sonrió al alzar la barbilla. Me había interrumpido―. Ven, Lucy, vamos a comer algo rico, ¿quieres?
Y me quitó a la niña de los brazos.
Ambos tomamos asiento en la mesa. La mesera había traído consigo una silla portable para bebés, donde colocamos a la niña.
Los primeros diez minutos fueron incómodos. Todas las veces que quise tratar de charlar por lo que había dicho hace un rato fueron intentos fallidos. No me dejaba hablar sobre lo que sentía.
Y lo detestaba con todo mi corazón.
¿Cuánto tiempo seguiría evitando este tema?
Eli parecía estar cuidando cada palabra que salía de su boca, estaba siendo cauteloso con sus acciones, tratando de actuar como lo que él pensaba que éramos y seríamos siempre: amigos.
―Eli…
―Dime, panqué. ―me sonrió de una manera que hizo que me quedara en blanco unos segundos. Reaccioné un poco después, cuando meneó su mano frente mi cara.
Sacudí mi cabeza. Dawn, concéntrate. Hoy debes confesarle a naranjita cómo te sientes.
A como dé lugar.
―Por favor, relájate, ¿sí? ―alcancé su mano. Eli dio una respiración profunda― No voy a comerte.
―¿Ah no? Qué lástima.
Retiré mi mano de la suya, suspirando con fuerza. Bueno, al parecer no estaba tan tenso como pensé que lo estaba. Una sonrisa traviesa se trazó sobre las comisuras de sus labios.
―Bueno, al menos regresó el Eli de antes. ―me reí.
―¿Y cuál es ese?
―El coqueto. Hace un tiempo no veía esa etapa tuya.
―Si querías que coqueteara contigo, solo debías pedirlo, panqué. ―alzó las cejas mientras tomaba un sorbo de su jugo de naranja.
―En ese caso, también podrías enseñarme el beso francés, ¿no crees? ―sonreí, reciprocando el coqueteo que me había mostrado― Pensándolo bien, nunca aprendimos ese tipo de beso.
Fue mi turno de tomar de mi jugo de naranja.
Eli se atragantó con el suyo, escupiendo un poco sobre Lucy.