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Claire.
Cuando era pequeña mi papá siempre decía que nuestra mansión era un palacio, y que yo era una princesa. Afirmaba que cada uno de los lugares que estaban aquí me pertenecían y que todo aquello que se vislumbraba al mirar por el horizonte era mío.
Era una princesa. Una princesa como las de los cuentos de hadas, sólo que había algo que me faltaba, nunca hubo una reina que me cuidase, que me explicase que debía hacer si las cosas se ponían mal, que me enseñase que hay cambios necesarios, y que me ayudase durante mi adolescencia.
Si bien nunca tuve una reina. Siempre estuvo el rey.
Dándome besos de buenas noches sin falta, creando las historias más alocadas que jamás haya escuchado y enseñándome que todo tiene un porqué, una razón de ser.
Y muy por dentro de mí. Me gustaría saber el motivo de sus acciones.
Estoy encerrada en mi habitación, el cerrojo está echado a pesar de que mi padre casi nunca invade mi espacio cuando peleamos.
Claro, al menos no, cuando se trata de algún tema diferente a yo casándome.
Mi cabeza reposa entre almohadas suaves de seda y sólo quiero echarme a llorar. Porque esto no era lo que tenía planeado a mis veintidós años.
No, tenía planeado un sinfín de cosas. Pero estar librándome de bodas a cada nada no era una de ellas.
Revisar mis metas es algo que hacía cada noche antes de dormir, para estar segura de adonde quería ir. Ahora, las he revisado tanto, que puedo nombrarlas de memoria.
Meta°1: Dirigir mi propio restaurante.
La gastronomía es algo que siempre me ha gustado. Como los sabores pueden transportarte a otros lugares, a otras culturas, como una simple comida puede saber a "infancia" o a "elegancia". El simple hecho de cocinar algo y sentir como en mi estómago surgen burbujas como si fuese una soda, es algo que no me han podido quitar, es algo que no me ha dado nadie y que siempre ha formado parte de mí.
Pasteles quemados de pequeña. Deliciosas tortas de grande.
Mi pasión por la cocina, porque cuando entro en esas cuatro paredes, sólo somos ella y yo. Sólo hay decenas de alimentos que están a mi alcance y un mundo de posibilidades si sé bien que hacer con ellos.
Meta°2: Crear una cadena de restaurantes.
Porque si voy a hacer algo, lo debo hacer bien. Y si en dado caso mi restaurante fluctúa de la manera correcta, lo expandiría hasta el punto de tener uno de ellos en cada extremo del mundo, o por lo mínimo, en cada estado de mi país.
Meta°3: Ser feliz.
Eso es lo último, pero no por ello, menos importante. El conseguir las dos anteriores metas me produciría una total felicidad, y esta meta se cumpliría por si sola.
Aún así, nada está saliendo como quiero. Empezando porque combinar mi aprendizaje con los preparativos de la boda ha hecho que las bolsas en mis ojos crezcan, al mismo tiempo, añadirle el trabajo a medio tiempo en el restaurante de mariscos del centro, y el de comida tailandesa los fines de semana hace que quiera sólo sentarme a llorar.
Porque todo cuesta demasiado, porque la vida no es fácil como la plantean en los libros. Porque nadie te explica que el ser adulto es como una demoledora, en donde todos son la bola, y tú eres la pared por acabar.
Y sé que podría cambiarlo todo con sólo una conversación a mi padre, tengo privilegios, pero me he prometido esforzarme por esto, y deseo con toda mi alma, que al menos sirva de algo. Me planteo reunir experiencia y con la ganancia de los trabajos al menos la mitad del dinero para abrir mi restaurante, pediría un préstamos al banco para cubrir lo que faltase, y lo iría pagando en cuotas según el restaurante vaya iniciando.
Suena fácil pero no lo es, eso vendría siendo un plano idealizado en caso de que todo salga bien. Puesto que no tengo idea si el restaurante sea bien recibido o si les gustara a los clientes, como también debo encargarme de todo tipo de permisos antes de abrir, de contratar a las personas adecuadas y de asegurarme si el dinero alcanzará para todo, o simplemente me iré a la quiebra en un abrir y cerrar de ojos.
Las probabilidades surcan mi cabeza, y sé que hay más contras que pros. Sé que hay cientos de razones por las que no funcionará, pero soy incapaz de abandonar mi sueño.
No lo haré, prefiero acabar con la ilusión de mi padre.
Las bodas me quitan tiempo y horas de sueño, planear como destruir una, no es tan fácil como parece. Debo establecer ordenes, gastar de mi dinero para comprar personas y sinceramente estoy cansada de luchar contracorriente.
No entiendo la presión para casarme, como si mi esposo fuese a ser la respuesta a todos mis problemas.
Si la razón tiene que ver con su empresa, va de viento en pompa, por lo tanto, no entiendo que es lo que trama.
No quiero casarme.
No quiero encerrar mi vida a la de otra persona.
No hay nadie en el mundo que amé tanto como para hacer aquello.
Y no me importa si estoy actuando como una inmadura, pero si nadie toma en cuenta mi opinión al momento de decir "No" en el altar, pues se tendrá que escuchar de otra manera. La gente no entiende de palabras sino de acciones.
Y por ello arruinaré tantas como pueda.
Me acurruco más en la suave cama y resoplo. Tengo días sin dormir correctamente y mañana libro, por lo tanto, dejo mis sueños vagar y me dejo caer en los brazos de morfeo.
La única persona por la cual caería sin poner resistencia.
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Mi padre acaricia su cabeza calva buscando una respuesta mientras me observa.
—Vas a acabar con mi paciencia —Niega con el mentón y presiona los cubiertos con fuerza contra la mesa.
—Me sorprende que aún quedé —comento con voz trémula mientra dirijo el tenedor a mi boca con deliberada lentitud. Sus ojos fijos en cada uno de mis movimientos. Detengo el tenedor antes de que llegue a mi boca.
Editado: 28.12.2023