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Una mano me zarandea y abro los ojos desorientada. Mi mente se encuentra en blanco mientras intento averiguar lo qué ha ocurrido y como me he quedado dormida, todo aquello con rapidez para conocer a lo que me enfrento.
Recuerdo estar en el auto, luego mirar a la ventana, al endemoniadamente no atractivo de Demian y después…MI mente no rememora nada y decido actuar.
Me levanto de golpe y agarro lo primero que encuentro, mi bolso, lo alzo en defensa y me descoloco. No hay manera de que mi estuche sea algo peligroso, pero podría serlo si lo utilizo con inteligencia. No lo bajo y el desconocido que me ha estado zarandeando se muestra a través de las luces que centellean desde la derecha. Mi cabeza se ladea cuando veo al pelinegro examinándome como a un animal con rabia me ha estado zarandeando con un parabrisas y no quiero averiguar como aquello ha llegado a sus manos pero si algo tengo claro, es que acabo de cometer un error frente al enemigo. Uno muy grande.
Sus ojos azules me observan con gracia.
Sigo en el auto.
Sonríe con burla y me da espacio para que me baje. Ubico un pie y luego otro antes de levantarme en lo que intento sea un solo movimiento. Aún me siento un poco desubicada y me siento desfallecer por algunos segundos, por lo que coloco mi mano sobre el auto para sostenerme. Busco en mi bolso mis lentes oscuros Ray Vans, y no dudo cuando me los coloco.
Me enderezo y desesperezo rápidamente. En frente del enemigo nunca se muestra debilidad, y yo me quedé dormida.
Al menos estoy viva.
Pero debo seguir intentando fraternalizar lo menos posible, sé que el sólo hecho de estar aquí es un problema con el cual me deberé enfrentar luego, pero se me acaban las opciones, y Demian luce como una por la cual podría desfallecer, como un error también.
Mi gesto se endurece e intento ser la Claire, a prueba de balas, porque él no es mi amigo, es un socio.
El pelinegro se da cuenta de lo que pretendo y dice, como si quisiese probar que soy de todo menos profesional.
—Roncas —se burla.
—Patrañas.
—Babeaste mi asiento, Blunt —señala con determinación al aludido.
Volteo disimuladamente al asiento y en efecto. No he dormido bien los últimos días buscando alguna jodida idea que pueda llevarlo todo al caño. Porque, como supuse, Tres y su familia de números quisieron casarnos de todas formas, pero eso no se va a poder, estoy planeando la forma de arruinarlo. Estoy aquí en la casa de un perfecto idiota por ello.
Demian comienza a caminar sin esperarme hacía la puerta de entrada de una mansión ostentosa. Una E&E brilla en un color plateado en la parte de arriba. Los colores blancos se alzan en paredes de más de dos metros de largo. Luces led iluminan la entrada y una puerta de color marrón caoba con inscripciones hace que detenga la mirada algunos segundos en ella. En el segundo piso la mansión parece enaltecerse aún más y brilla por sí misma. Tiene escalinatas blancas al inicio que le dan un estilo clásico a la fachada.
El pelinegro observa mi ensimismamiento en observarla, suelta un suspiro e ignorándome completamente se dirige hacía la casa, accionando un botón que abre las puertas para él.
Veo un indicio de su interior, y mis tacones resuenan en la escalinata cuando me dirijo al interior de la mansión. Al entrar veo una sala amplia de color blanco, sillones color crema es lo que me recibe apenas doy un paso dentro, unas escaleras del mismo color de la paredes y un barandal de color negro que sube hasta su primer piso, los cuadros son una extraña mezcla de colores claros, y la mesa de mármol hacen que un escalofrío me recorra, todo es tan blanco que asusta. Lo único que desentona somos nosotros siendo una explosión de colores en ese pragmático lugar.
Me deshago de mi abrigo con un movimiento y se lo ofrezco a Demian quien lo deposita en uno de los percheros, blanco y aburrido, como toda la mansión.
Paseo mi dedo por los mobiliarios que decoran el lugar. Me gustaría hacer una guerra de pintura aquí. El pelinegro se apoya en uno de los pilares que suben hasta arriba, observándome examinar todo con burla, y casi puedo ver como la razón de mi extensa examinación y recorrido se reflejan en los suyos.
—No hay cámaras si es lo que buscas —menciona inalterable. Miente. Lo he visto en películas y en carne propia. Sigo caminando ladeando mi cabeza con gracia mientras respondo.
—Por supuesto que las hay, pero ambos sabemos que eso no es impedimento para mí —Hago trizas con mis dedos un dispositivo electrónico detrás de un jarrón—. ¿Las debo destruir todas o las apagarás?
El que haya cámaras en un lugar como su hogar, me hace cuestionarme a que clase de personas traerá aquí. Personas como mi padre y como él, peligrosas. Me pregunto si sabrán en lo que se meten al entrar en este palacio.
Demian suspira con fastidio y me enseña su celular, las apaga y finalmente, me detengo en una de las mesas, tomo asiento mientras saco mi cuaderno, colores y demás implementos para hacer esto. Él me dirige una mirada interrogativa mientras se sienta en la silla de adelante.
Ubica sus manos sobre la mesa y mis lentes han quedado de lado en algún momento, su mirada verde me sigue cuando una pregunta resbala de sus labios.
—¿Y ahora?
Es una cuestión difícil, teniendo en cuenta que tanto su objetivo como el mío son complicados, pero no imposibles. Mis manos cosquillean con la anticipación y le regalo una sonrisa de cien millones de dólares, el precio que pagaron por las acciones del 1% del aludido, antes de responder.
—Planeamos como arruinar una boda y derrocar un titán.
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Mi mano señala la pizarra que, Demian, arrastró hasta aquí. Al parecer al demonio también le enseñaron en casa. Lo cual compadezco, es complicado hacer amigos de esa forma, pero a él no parece importarle y se centra en lo importante.
Editado: 28.12.2023