.|.
Cuando era pequeña. Adler, Angus, Sean y yo, jugábamos a un juego llamado Encuentra la princesa. La dinámica no era especialmente original, consistía en esconderme, ellos me buscaban hasta dar conmigo y cuando lo hacían, gritaban un emocionado Encontré a la princesa.
La zozobra de no poder dar conmigo siempre hacía que se desesperasen y que inclusive antes de que pudiesen encontrarme, apareciese para tranquilizarnos.
Tal vez yo era muy buena escondiéndome.
Tal vez ellos eran muy malos encontrándome.
Conforme crecíamos, la tradición quedó.
Y cuando escucho esas palabras de su boca en un tono bromista, la calma invade mi sistema como si se tratase de una droga, una que me tranquiliza hasta hacer que mis músculos se relajen y mi corazón salté, una que me provee protección, como si nada me pudiese tocar mientras estoy en la prisión de brazos.
Me acurruco contra todos ellos y Tracy, quien se una a la parranda de abrazos, dando palmadas,
—¿Dónde estabas? —cuestionan cuando me separo, y me estiro un poco antes de responder. Siento la boca seca y la temperatura subir ante los recuerdos pero sonrío para devolverles la tranquilidad que ellos me dan.
—Planeando como arruinar está boda —confieso a medias.
Una verdad incompleta.
Mi padre ríe teatralmente desde el sofá, y rueda sus ojos azules. Mientras los chicos sueltan un sonoro respiro.
—¿Qué otra cosa podría estar haciendo Claire a las 4 de la madrugada? —pregunta Angus y mi mente se desplaza.
Besando a su enemigo y perdiéndose en fogocidad en un volskwagen.
Asiento, concediéndoles la razón y guardando para mí el momento que se dio en el auto. El cual tapé usando una débil excusa y el cual significa más de lo que estoy dispuesta a admitir.
—¿Demian? —pregunta mi padre por la presencia del pelinegro que al voltear, descubro se ha retirado. Los pares de ojos verdes, grises y azules reparan en mí ante el nombre del desconocido del cual nadie sabía la existencia.
—Otro peón que utilizaré para la boda, —Mi papá asiente. Los chicos me asaltan con preguntas y leo el mensaje del pelinegro antes de responder brevemente y unirme a ellos.
Se sienten como casa, y en menos de lo que planeo, entre chistes, risas, anécdotas y una película que nadie termina de ver nos quedamos dormidos. En mi mente, lejanamente lo que ocurrió, y como eso podría poner en peligro cada uno de mis planes si llega a los oídos equivocados.
.|.
Bodas.
No me gustan las bodas.
La verdad es que la sola idea de conciliar u de estar vulnerable ante alguien me produce escalofríos.
Amo las películas en donde las chicas se van antes de casarse.
Detesto los vestidos blancos y lo que representan.
Detesto como todo el mundo parece estar de acuerdo inclusive cuando una de las partes no quiere seguir con ello, como creen que los matrimonios son sinónimo de felicidad.
Tal vez por ello arruino mis bodas o tal vez mi padre tiene razón, y tengo alguna especie de fobia rara con ellas.
Una vez estuve a punto de casarme porque quería, porque de verdad deseaba compartir un pedazo largo de mi vida, porque creía en el hasta que la muerte nos separé. Pero esa vez está muy lejos del presente y no creo alguna vez querer establecer ese lazo de nuevo con una persona.
Me cuesta mucho volver a confiar.
Tal vez de allí viene mi problema con las bodas, o mi problema en general al tener relaciones. Cuando ofreces poco, no pueden quitarte mucho. Y si se van o te decepcionan, no arde tanto como cuando lo das todo de ti.
Quizás tengo problemas de confianza. Pero no me importa, puesto que sigue siendo un mecanismo perfecto para que no me hagan daño.
Un mecanismo para evitar destrucciones. Un mecanismo para evitar que me hagan pedazos.
Tomo una bocanada de aire mientras detallo el vestido blanco que se enlaza por mi espalda y cae de manera delicada hasta el piso, tiene bordadas perlas blancas, es traslucido en mis piernas y su tela de encaje es como una suave caricia en mi piel. Su estructura se ajusta a mi cuerpo, como si estuviese hecho para este momento. Lo está. Mi figura se ve fina y las mangas de color blanco y transparencia hacen que mis brazos se vislumbren a través de la tela
Cisne se llama la pieza.
Doy vueltas por el lugar con el, y me regalo una pequeña sonrisa. Antes de dirigirme al exterior pensando en que definitivamente está hecho para arruinar bodas. Las cosas más simples pueden ser las más destructivas. Los pasillos son elegantes y suben hasta arriba en columnas blancas lisas, los grandes ventanales son dignos de admirar y reflejan todo lo que está ocurriendo en el patio, sin dejar nada a la imaginación.
A través de las ventanas pulidas, puedo observar las sillas simétricamente separadas la una de la otra, de madera oscura, con hortensias en los bordes y pétalos caídos en el piso, observo el largo camino blanco donde caminaré dentro de poco, las luces color perla colindar por el camino y el túnel lleno de flores blancas que representa un cambio.
Sonrío.
También hay cientos de guardaespaldas, dos detrás de mí, diez alrededor del altar y dieciséis en la entrada, de igual forma, toda la avenida se encuentra sellada, como si estuviese ocurriendo un hecho histórico.
Ya lo creo que sí.
Mis pisadas son lentas y resuenan por todo el pasillo. No me he comunicado con Demian desde la noche anterior, pero si les he platicado el plan a los chicos quienes aceptaron participar activamente en cada uno de los pasos.
No pueden fallar y sé que no lo harán.
Poco a poco, los asientos se van llenando y las personas comienzan a hacerse presentes con sus trajes elegantes y vestidos que valen más que dos meses de mi salario, pero la verdad es que todo aquí vale más que dos meses de mi salario. Un mesero pasa a mi izquierda con copas llenas de Champagne, retiro una antes de que siga su camino en dirección a los invitados y me recuesto de una de las columnas viendo a los arreglos avanzar.
Editado: 28.12.2023