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Demian
El frio se adueña de la noche.
Reviso mi reloj antes de maldecir en voz baja. Son las ocho de la noche. Acordé con Claire una reunión y no se ha dignado a llegar al dicho lugar donde fue pautada. Mi espalda se recuesta aún más del capo para aumentar la comodidad, llevo alrededor de una hora en la interperie, el frío hace que mi piel se erice pero no le presto atención.
Mi cabeza está punzando como casi todo el tiempo, la castaña no aparece por ninguna parte y siento como desperdicio mi tiempo esperando a las afueras del bar que ella ha elegido.
El establecimiento Moon tiene una fachada decente, sus paredes blancas hacen que el aire de bar no se manifieste demasiado y hay unas luces en la parte de arriba que alumbran el lugar pero he visto demasiada gente entrando como para saber que debe ser bueno. Han pasado todo tipo de personas y una que otra me ha dirigido una mirada, algunas lascivas, otras compasivas, creen que me han dejado plantado, y el ramo de flores que he dejado en el auto me hace sentir un poco asi.
La espera sólo logra estresarme más. No soy un hombre paciente. No suelo esperar por nadie, no al menos por personas que no valen el tiempo perdido. Un vaho de hielo sale de mis labios mientras me dirijo al interior del bar. Aflojo la corbata en mi cuello y maldigo la afinidad de Claire con los trajes apretados, sé que en su retorcida mente debe tener una buena razón para ello pero no soy capaz de entenderla, son demasiado pesados. Desabrocho algunos botones y una honda respiración sale de mi pecho al poder respirar de nuevo en un lugar cálido.
Por dentro es aún mejor, el exterior es una simple máscara para el verdadero lugar que se encuentra adentro. Las luces son de color amarillo y tenues, una especie de ambiente de privacidad está por todas partes y en cada mesa, de la parte de arriba ahonda música por lo que imagino, que allí se baila.
Una parte de mí se contenta de que la música sea suave en está parte. Mi mente sigue punzando y manejando pensamientos acerca de lo que debería estar haciendo.
—Un whisky seco —exijo con voz ronca mientras me dejo caer en uno de los taburetes absurdos del lugar.
Ella ha elegido este lugar y no se ve como un mal lugar ¿Por qué no ha venido?
—No vendemos eso para usted, señor —La voz suave de una chica hace que alcé la mirada para encontrarme con un par de ojos color cielo. Es una chica de cabello castaño y largo, tiene una mirada cordial mientras me despacha diciendo que no tienen el alcohol primordial y caro para emborrachar.
—Es un bar ¿Puede explicar en qué cabeza con un sentido de inteligencia mínimocabe que no haya whisky? —Mi tono mordaz mientras comienzo a pensar que voy a tener que generar mi propia cadena de bares para poder beber.
Eso me generaría mucho dinero pero también bastante estrés.
—¿Es usted, el señor Evans? —pregunta interceptando mi pregunta e ignorándola abiertamente. Me acerco a la barra con aire demandante, la veo encogerse cuando se enfrente a mi, mis ojos fijos en los suyos.
—Eso no es su problema. Y le hice una pregunta —El control de mis emociones es parte de mi trabajo aún cuando no muestro sentimiento alguno, intimido. Pero ella, Hazel según la placa, debe tener al menos un sexto sentido para predecir que estoy perdiendo la paciencia. No soy un infeliz que disfruta haciendo sentir a los demás menos, pero me gusta que me tomen enserio.
Voy a un bar a beber, no a que me interroguen acerca de quien soy, para eso está el psicólogo de la empresa.
Debo admitir que mi humor oscuro se debe en parte a que Claire no ha dado señales de vida.
Nunca he sido plantado. En ninguna situación, bajo ninguna circunstancia. Las personas no me plantan, yo las plantó a ellas. Me jode un poco más que haya tenido que pedirle ayuda a Claire y me fastidia tal vez el triple que a pesar de que ha pasado más de una hora, hice todo lo que ella me pidio, y estoy esperándola.
Como si fuese alguna especie de deidad.
Tirité cincuenta minutos fuera del local, maldije pensando que quizás había entrado mucho antes que yo. Pero no está. Por ninguna parte.
Esa cabellera castaña y esos ojos avellanas burlones e ingeniosos me son imposibles de ignorar.
La chica de ojos cielo, Hazel, piquetea en su teléfono algo y aunque parece estar segura. Su confianza se va a la basura cuando cruza sus ojos con los míos, porque soy un hervidero. Repito, detesto esperar y no lo voy a hacer por nadie. Estoy a punto de marcharme del lugar y me regaño mentalmente por la idiotez de pensar en ella, pero Hazel intercede en mi camino, deteniéndome en el proceso, sonrojándose y aclarando su garganta antes hablar.
—La señorita ha pedido por usted —indica.
—Puede decirle a la señorita que se busqué alguien más con quien compartir bebidas —La frialdad intacta en mis palabras mientras me acomodo el traje, retrayendo las mangas en un movimiento ágil—. También dígale que no espero por nadie y que menos lo haré por una princesa malcriada.
Doy un paso pero siento su mano aferrarse con suavidad a mi traje, no siento el tacto pero si atisbé el movimiento.
—Ella tenía planeado esto —Y antes de que sea capaz de decir algo, la chica sale disparada en dirección a una puerta que gesticula Empleados en un letrero, vuelve y soy apenas capaz de distinguir una tarjeta blanca y algunos tazones—. Ella tenía planes —dice aquelllo como si el hecho me fuese a cambiar de opinión o el suceso de que me ha hecho esperar.
—Ella puede quedarse sus planes —respondo sin quitar la mirada de la tarjeta blanca —. Tengo los míos,
Y eso incluye compañía, de aquella con la que puedo pasar una buena noche. Quito la vista del blanco extrañado, porque no creo haber visto aquel restaurante pero si llevan esos tazones extraños, algo raro debe haber.
Editado: 28.12.2023