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Claire
La primera noche en la mansión Evans es agotadora.
Al pasar el umbral me es imposible no recordar la última vez que estuve aquí, siendo los motivos de mis dos venidas totalmente contrarios: aquí ideé como acabar con una boda, y aquí me tienes, luego de haber sido participe de una.
Las impolutas paredes blancas permanecen igual. Los cuadros que hay en el lugar, como recuerdo, no son oscuros ni tenebrosos pero tienen demasiados detalles que me tienen observándolos, otra cosa es que estos siempre son blancos y negros, monocromáticos y peculiares, además de que casi todos los muebles, estantes, mesas y sillas del lugar son blancos y negros al igual que en Portugali.
Todo es tan pulcro y elegante, que por algunos segundos me siento fuera de lugar, como una mancha que no debería estar aquí.
Demian me indica cual es mi habitación, en el primer piso antes de concederme mi espacio.
—¡Espero que no tenga cámaras! —Es lo que grito antes de dejarme caer en la cama que me recibe como si fuese un colchón de plumas, y como sospeché, es de color negro y ¿Adivinen? Las paredes de aquí también son blancas.
Aunque me seduce la idea de dormir, la próxima hora me la paso en el baño privado que es extremadamente espacioso y tiene una tina, en la cual me vuelvo pasita conforme pasan los minutos y dejo mi mente vagar.
Soy una mujer casada.
Alzo mi mano, ridiculamente, esperando ver el anillo allí brillando pero no esta porque lo he dejado en el tocador.
Por mi cabeza pasan los últimos hechos que me han llevado hasta este momento.
Todos los planes que debo llevar a cabo.
Todo lo que aún me queda por enfrentar.
La forma en que siento cada uno de los pedazos de mí desparramados en el suelo.
La manera en que intento aparentar que todo está bien.
Me enrollo en una toalla, y dudo de colocarme el vestido incómodo y sucio que usé durante todo el día. Empiezo a hurgar en los estantes para llegar a una compuerta que se abre al colocar mi mano sobre ella.
Cientos de pijamas elegantes y de seda se vislumbran, además de uno que otro vestido, y no sé si es por el lugar pero escojo un pijama blanco.
La tela es suave y me reconforta, y cuando me acuesto la comodidad me invade. Aunque estoy acostada sobre un colchón que posiblemente podría estar hecho de plumas de pavo real, y el cansancio hace mella en mí.
No puedo dormir.
Una parte de mí se niega a mostrarse vulnerable, como si necesitase estar alerta todo el tiempo.
No estoy en un lugar seguro.
Doy vueltas, me coloco boca abajo y luego invierto la posición, pero aún así, no puedo llegar a cerrar mis ojos y caer en el sopor o en la desagradable sensación de verme atrapada en una pesadilla, porque últimamente las tengo, a veces despierta.
Coloco mis pies descalzos en el suelo frío, y comienzo a caminar de un lado a otro, intentando despejar mis pensamientos. No tengo la suficiente confianza como para largarme a la cocina y hacer un desastre de dulces pero tampoco sé que otra cosa podría tranquilizarme justo ahora.
Así que, con duda, doy pasos sigilosos alrededor de los pasillos, sin una dirección concreta sólo vago por las diversas puertas oscuras que comprenden el lugar, son cientos. Y, de nuevo, observo cuadros pero siempre en blanco y negro.
Me aburro rápido al descubrir que la mayoría de las puertas están cerradas y que la mayoría de los cuadros no tienen ni una pizca de color, así que me devuelvo y sigo caminando en dirección a las escalinatas que relucen como si las hubiesen pulido recientemente, deslizo los dedos por el barandal mientras bajo los escalones uno a uno.
El silencio es sepulcral y no puedo evitar dar un salto que casi hace que me resbalé del escalón cuando oigo una voz femenina.
Ah, primer intento de asesinato fallido.
—Señora, ¿No puede dormir? —La pregunta no invasiva es formulada con un tono dulce, no parece ocultar un transfondo, sólo sincera curiosidad. Sin embargo, no me confío.
Termino de bajar los escalones para darle cara a la voz y me encuentro, con una señora de figura regordeta y mejillas llenas, debe tener alrededor de cincuenta años o más, tiene unos ojos azulados que parecen tener siglos de experiencia y un rostro lleno de arrugas que demuestra cuánto ha vivido. La señora que me observa con un poco de curiosidad da un paso dubitativo al verme.
—No, no puedo —No me sirve de nada mentir. Aquí no puedo descansar, no sé como dejar de intentar ser fuerte frente a Demian, y cada parte de la casa se siente como él, como una extensión de sus dominios por más ridículo que suene.
La señora regordeta me regala una ligera curvatura de sus labios y sus ojos azules me observan con algo que tengo tiempo sin ver.
—Soy la señora Choopkins —Aplana su bata de pijama que llega hasta el suelo, que como no podría ser de otro modo, es blanco. Y me hace una seña con su mano para que la siga—. Le prepararé algo en la cocina, señora.
El seudónimo me tiene acelerando un poco mis pasos para alcanzar su caminar veloz.
—Puede decirme Claire.
Señora atrae al pasado, y no me gusta demasiado traerlo de vuelta, pienso.
Comienza a moverse con rapidez por la cocina como si aquello fuese cosa de todos los días, y mientras subo al taburete que colinda con el mesón, ella ya ha puesto una tetera a calentar, y abre y cierra los estantes buscando elementos para completar su hazaña.
—Está bien, señorita Claire —Me da una ojeada mientras comienza a agitar algo. Parece conocer el lugar de años por la familiaridad con la que se desplaza. La señora Choopkins sigue moviéndose y detallo que luce como alguien dulce y adorable—. ¿Tiene problemas recurrentes para dormir?
Y puede que sea adivina, o haya notado las bolsas oscuras debajo de mis ojos. Me encojo de hombros.
Editado: 28.12.2023