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La sonrisa oscura sigue en los labios de Dmitriv Ivanov.
Y al verlo, puedo traer a mi cabeza cada parte de mi historia.
Cuando volteo a ver a Cold e intento disimuladamente ver la hora en el reloj del ruso descubro que aún queda una hora para el desarrollo del plan. Aún debo distraerlo
—En efecto, tenemos asuntos pendientes, ruso —Me suelto con suavidad del agarre de Cold, quien me observa como si me hubiese vuelto loca pero no se atreve a cuestionar mis acciones en voz alta. Le dedico una sonrisa al rubio que dice No sé que sucederá pero sobreviviré.
El menor de los Wilscreek da un paso hacia atrás, reacio, y alza su mano en despedida. Lo veo perderse cuando la hilera de hombres se cierra a mi alrededor, y aunque debería sentir miedo, no puedo tenerlo, al menos no del todo cuando en medio de los hombres trajeados puedo observar un rostro reconocible.
—¿Matt? —pregunto, y cuando detallo mejor. Soy capaz de reconocerlo, y no sólo él, sino a varios—. ¿Justin? ¿Dust? ¿Keith? —Los nombres se me atraviesan en el paladar y doy un paso adelante, dudosa, porque ha pasado un tiempo desde la última vez que lo ví, lucho por contener las ganas que tengo de abrazarlos.
Los entrenan para no romper filas a menos que se les ordene. Pero ellos fueron una de las pocas compañías agradables que tuve durante mi matrimonio con el ruso. Cuando me casé con Dmitriv, pasaba mucho tiempo en Rusia y como no le caía bien a su familia, frecuentaba los campos de entrenamiento, sangrientos pero misteriosamente agradables para mí.
Todos los que estaban allí, jamás mentían, eran lo más real en una fortaleza llena de mentiras.
Doy un giro sobre mis pies, y observo a Dmitriv, sabiendo lo que debo hacer para saludarlos. Coloco el rostro más angelical que puedo.
—Dmitriv... —Le dedico una mirada esperanzadora porque probablemente no vuelva a ver a los chicos. Si el robo al ruso resulta, entonces, la enemistad será inevitable y no volveré a ver ninguno.
El líder ruso me observa, su mirada altiva y sus ojos oscurecidos apenas centellando con la luz de las farolas.
—Puedes —contesta. Y no lo resisto más, abrazo a dos de ellos con efusión y una parte de mí se rompe cuando no me devuelven el abrazo, presiono mis labios el uno contra el otro y escucho—. Pueden.
Y en un segundo, estoy en el suelo, y al otro, siendo alzada por los aires.
—Señorita Claire —río mientras el estómago me burbujea como una soda.
Dust me abraza por un lado. Justin desordena mis cabellos. Keith se une al abrazo y Matt igual, por lo que, ahora somos una especie de figura deforme.
—Puedo hacer trescientos abdominales —me comenta Dust—, y degollar en dos segundos.
Matt lo quita y me muestra su brazo.
—Mira —señala sus bíceps—. Musculitos.
Justin hace un saludo militar, el cual devuelvo porque nunca ha sido muy hablador. Lo detallo y le pregunto con la mirada si todo está bien, me tranquiliza ver qué tiene buen color, y luce en forma. Nunca le he escuchado decir una sola palabra a Justin. Su característica es ser callado, es un hombre de acciones no de palabras.
Matt, en cambio, me mira mientras una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Me casé con Sun.
Y el torrente de información me deja en shock por algunos segundos. El tiempo pasa para todos, y cuando te das cuenta han pasado un montón de cosas mientras estabas metida en tu burbuja. Matt está casado con Sun, y eso planta una sonrisa en mi rostro. Sun es una de las hijas de Jonazier Castle, uno de los socios de Dmitriv, siempre había estado loco por ella desde que ambos eran pequeños, Matt lo pasó mal con su familia irlandesa, fue renegado por un malentendido y por ello, acabó en la mafia rusa, el como consiguió casarse con Sun y como ahora es uno de los hombres de confianza de Dmitriv es algo que me gustaría escuchar.
—¿Cómo has estado? —me preguntan ellos. Y me gustaría poder decir que mucho mejor o hablar sobre algo bonito, pero no sé me viene nada en mente. Sin embargo, si ha pasado algo bueno.
—Pronto abriré un restaurante —El dejar salir esas palabras como una afirmación hacen que algo en mi pecho se caliente. Dmitriv alza una ceja mientras recibo felicitaciones—. Este no va a quebrar —Les aseguro. Volteo a mirar a la panda de inadaptados que conocí y que ahora, son hombres, hechos y derechos, me entra la melancolía—. Están invitados a ir el día de la inauguración —les digo—. Conseguiré sus números y les enviaré la dirección —Cuando me divorcié de Dmitriv también me separé de ellos, quería cortar cualquier cosa que me enlazará con el ruso, y ellos eran algo que me recordaría todo lo que sucedió, lo que perdí.
—¡Comida gratis! —celebra Dust.
Estiro las comisuras de mis labios.
—Error, Dust, precio doble por ser amigos cercanos —contesto y me saca la lengua.
Nos observamos y el bullicio de historias por un momento casi me hace olvidar dónde estoy. Pero el momento se rompe, con tanta facilidad que es casi como si no hubiese existido.
La felicidad tiene la fragilidad de una mariposa.
—Tengo que hablar con mi ex-esposa —Es lo que dice Dmitriv, y sus palabras son ley, porque vuelven a formarse en fila y los veo desaparecer en la multitud. Espero que no reciban un gran regaño por haberme saludado. A pesar de ello, estoy contenta con el reencuentro y anoto volver a verlos en un recordatorio mental.
Una vez, no soy capaz de verlos. Mantengo la distancia de Dmitriv pero, a diferencia de antes, lo examino a consciencia.
Dmitriv Ivanov mide 1.90 aproximadamente, tiene el cabello oscuro como el alquitrán y los ojos del mismo color, lo cual le concede una diabólica belleza. Siempre existe un aura de poder y dominancia hacia alrededor, y cuando sus ojos se posan en ti, puedes estar seguro de una cosa con certeza: Si el infierno pudiese ser una persona, sería como él.
Y como el infierno, estar con él te puede condenar.
Editado: 28.12.2023