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Demian
No soy inmortal.
La prueba de eso son los estornudos que suelto cada cinco minutos. Estoy enfermo.
El resultado de mi estado actual, se lo atribuyó a las pocas horas de sueño que he tenido, al agua fría con la que me bañe anoche y a la acaparadora de mantas que tengo por inquilina voluntaria en mi casa, el conjunto de todo esos factores malignos hicieron que enfermará.
Y ahora, siento la nariz congestionada, mis huesos duelen y tengo la amarga sensación de querer dormir hasta que se acabé el mundo.
Aunque los mitos y leyendas del bajo mundo, dicen que si el esposo se enferma, la esposa cuidará de él, y viceversa, eso no es lo que sucede en esta situación.
Mi dolor de cabeza, también conocido como Claire no está por ninguna parte de la mansión, hago está anotación luego de que con mi manta azul, muy seria, y una caja de pañuelos recorrí cada rincón del lugar diciendo como un fantasma vagando:
—Arruinabodas, arruinabodas.
Pero no apareció, así que estoy resignado, sentado en el sofá. Tengo mi laptop sobre las rodillas mientras resuelvo algunos problemas de los que no me había encargado antes por estar ocupado con el plan para conseguir el cuadro, ahora, hablo con mi secretaria para retrasar las reuniones, que ni siquiera puedo hacer por Skype porque mi aspecto es deplorable, lo que significa, que no estoy tan atractivo como de costumbre. Lo que si hago es revisar la contabilidad, asegurarme de que todos los informáticos que formaron parte del plan fallido estén bien, y hablar con el vicepresidente de la empresa que ahora está visitando las sucursales que tenemos en Irlanda.
—No podremos hacer la extensión —informa Leonard.
Arrugo el ceño mientras hago un círculo en una cuenta que no es la correcta.
—¿Por qué? —cuestiono, sin apartar la vista de la pantalla de la laptop, utilizando el comando manos libres en el teléfono.
—Se niegan a dejarnos construir allí —informa, serio—. Hay una vasta cantidad de árboles, y se dieron más de quince marchas para evitar la tala de esos árboles, incluso se amarraron a ellos —Aprieto los labios ante la noticia—. Es un problema.
—¿No puedes comprarlos? —pregunto, dubitativo.
Leo ríe al otro lado de la línea.
—Por más difícil que sea de creer, Demian, a todas las personas no las compra el dinero —contesta. Meneo mi cabeza con disgusto.
—¿Hay otro lugar en donde podamos inaugurar la extensión? —La empresa irlandesa de moda se ha extendido, requiere de más empleos y más espacio para los empleados. Por más que hemos buscado formas creativas de repartir el espacio, en colmenas y otras formas, para dar lugar a los pasantes y nuevos ingresos, no lo hemos conseguido. Así que desde hace seis meses hemos estado diseñando un lugar para crear una nueva edificación.
El vicepresidente chasque la lengua.
—Tenemos luz verde, todos los permisos firmados, hemos analizado cada uno de los riesgos —Se oye estresado y cerca de una crisis. Estornudo sin poder evitarlo por el estrés que me causa—. Sería una perdida de tiempo y de dinero, tendríamos que conseguir otro lugar, analizar los riesgos de nuevo, y conseguir nuevamente los permisos de los ingenieros.
Me levanto del sofá y llevo conmigo la caja de pañuelos. Pienso en una forma de resolver el problema y avisto a la distancia como varios camiones se acercan a la distancia a través de las cámaras, debe haber una mudanza cercana o algo parecido. Al ver en mi reflejo, el color de mis ojos, verde. Me viene a la mente una de las tantas locuras que hizo Claire para fastidiarme la vida, y entonces, sé la respuesta.
—¿Y si... —bufo, disgustado ante la idea pero situaciones extremas requieren medidas extremas—, hacemos una edificación ecológica?
—¿Ah? —Oigo el resoplido confundidos de Leo.
—Una edificación ecológica, construyamos el edificio y que sea ecológico, que no lastime al planeta, cortemos esos árboles pero busquemos otra forma de que crezcan en otro lugar —Para que no digan que no tengo una vena ambiental.
Leonard se mantiene en silencio y luego recalcula.
—Implicaría más dinero —augura él.
—¿Más que el de cambiar de lugar? —cuestiono y entonces, ambos nos mantenemos en silencio, calculando mentalmente.
—Haré un estimado de cuánto podría costarnos —me asegura—. Vuelvo en tres semanas. Te llamo cuando haya conseguido el estimado.
—No regreses a Londres hasta que el edificio este en construcción —ordeno.
—Si, señor.
Eso es lo último que escucho antes de que la llamada se corte y continúo con la contabilidad, sin embargo, algo llama mi atención y es que la serie de camiones de carga que yo pensaba eran de mudanza hacia alguna ostentosa casa, están yendo a mi casa, y si se trata de las pertenencias de Brigitte, las voy a donar a la caridad.
Me deshago de la manta, enderezo mi espalda y me dirijo a la puerta para redireccionarlos a todos hacia la casa hogar más cercana.
Sin embargo, cuando abro la puerta, un séquito de hombres y mujeres vestidos de verde y con extrañas cosas en su cabeza entran a mi mansión.
Frunzo el ceño. Claire todo el tiempo acusándome de tener una secta, y es ella quien tiene a los humanos raros vestidos de verde, con colores despampanante y campanas.
—¿Qué diablos está sucediendo aquí? _cuestiono, apenas veo la hilera de cajas que meten a la mansión, y detrás de ellos.
Veo a la razón de mi muerte antes de que sea viejo, con un megáfono mientras detrás de ella cuatro personas cargan un pino.
—Por favor, dejar todas las cajas y adornos en la sala; el árbol, coloquenlo en el centro de este espacio —Los hombres se apresuran a seguir las órdenes de la mujer que usa un gorro rojo con una bola blanca en uno de los extremos. Lleva un vestido de rayas rojas y verdes, y tacones con una bola blanca en sus extremo superior—. Más a la izquierda. Al que se equivoqué no le doy galletas.
Editado: 28.12.2023