—Belle, Gabs, Belle, Belle… — Katherine era mi mejor amiga, pero muchas veces me encontraba a mí misma preguntándome por qué. Mi decisión por mirar la pantalla de mi celular esperando a que dejara de repetir mi nombre y todas sus abreviaciones se vio arruinada cuando sentí un golpe en la parte de atrás de la cabeza. Un gentil recordatorio de que no sólo era molesta a veces, sino que también era bastante fuerte.
—Pero ¡¿qué es lo que te pasa?!
—Llevo años tratando de llamarte la atención para que veas eso —. Murmuró mi compañera y cómplice señalando al otro lado de la cafetería. Allí, sentado como si el mundo no girara a su alrededor, estaba Milo. Él era el chico popular, el malo, el guapo… el perfecto. Por un segundo sus ojos grises tormenta se encontraron con los míos pero no le retiré la mirada como harían otras muchachas. No le tenía miedo. A pesar de quien todos pensaban que era, yo podía ver más allá de ello, y sabía que tenía un alma que protegía con esa cara de chico malo y sus actitudes “fuckboy”.
—Oh, claro que lo veo, y muy de cerca.
—Mira, ya se van, ¿Ves por qué debes salir de tu pequeño mundo y prestarme más atención?
No le aparté la mirada hasta que se fue. No me caían bien sus amigos, pero parecía alguien ligeramente tolerable.
Luego de una extenuante jornada estudiantil, me estaba dirigiendo a casa cuando a lo lejos vi una venta de garaje. Nunca había ido a una, y tenía en el bolsillo algo de dinero que me sobraba así que sin pensarlo dos veces me aproximé. Blair era el nombre de aquella anciana, una mujer de edad, cabello negro y profundos ojos azules, una conocida mía que no vivía lejos y que los rumoreas mencionaban era algún tipo de bruja o hechicera. A diferencia de lo que uno pensaría de una bruja, ella era una mujer muy elegante, siempre bien vestida y con un paño en la cabeza. Cuando me acerqué ella me sonrió de una manera un poco extraña.
—¿Qué buscas, jovencita? Estoy segura de que aquí lo vas a encontrar.
Me tomó unos segundos pensar en algo que me gustaría de todas las cosas bizarras y extrañas que había esparcidas en el jardín.
—Quiero vengarme del amor, ¿Tiene algo para eso?
Casi pareció que las palabras salieron de mi boca por sí solas. No quería vengarme del amor… ni siquiera lo conocía a decir verdad, pero desde ya, tenía un sentimiento extraño al ver a la mujer rebuscar en un cofre lleno de todo tipo de basura. Fue entonces que sacó una vieja y percudida caja con forma de corazón.
—¿Has escuchado sobre la Caja de Cupido? Es una antigua reliquia que se creía perdida. Aquellos que la utilizaban y se dejaban encantar por su melodía encontraban al poco tiempo el amor eterno. Se dice que es capaz de invocar al mismísimo Cupido.
Levanté una ceja tomándola entre mis manos. Tenía un dulce aroma a almendras, aunque se veía vieja y como que había estado guardada ya por muchísimo tiempo, no pude evitar levantar la mirada al marido de la señora Blair. Él también era un anciano agradable, pasaba el tiempo cuidando minuciosamente de su jardín para que su esposa fuera feliz, y regaba varias veces al día su huerto de plantas medicinales. ¿Valía la pena esta baratija?
La mujer se distrajo para ir a atender a otro posible cliente. Observé la caja, y vi la pequeña perilla que tenía debajo, además de la tapa. Al quitarla me sorprendí al ver dentro de ella un pequeñísimo Cupido dorado, aunque era una baratija evidentemente, era bellísimo. Habían pequeñas flores talladas en madera y una especie de pista, coloqué al Cupido de pie en aquella pista, y al darle unos segundos de cuerda a la perilla, la música empezó a salir del interior del objeto y el Cupido empezó a dar vueltas como si danzara dentro de una laguna de lirios. Era bellísimo.
—¿Quieres que te lo regale?
La voz me sobresaltó. Aquella mujer estaba ahora a mi lado, mirándome con cierta suspicacia en los ojos. Negué con la cabeza, realmente no estaba segura de llevarme una baratija de ese tipo a casa. Aunque era muy bonita y adorable, no me llamaba poderosamente la atención… además, me provocaba una extraña sensación.
—Hagamos algo pequeña. Si funciona y encuentras a tu “media naranja” me pagarás cinco dólares. Si no funciona, entonces te la puedes quedar.
Finalmente unos minutos después iba de camino a casa. El pequeño cupido de metal colgaba de mi cuello con una cadena que la señora me había regalado también, y la caja iba bien segura dentro de mi mochila. Fue entonces que a lo lejos vi una figura que al menos para mí, era bastante familiar. Un muchacho sentado en la vereda de su casa, tenía hermoso cabello azabache y ojos muy azules. No sabía quién era, y todas las veces que yo pasaba por allí, a penas levantaba la mirada. Era bellísimo, pero estaba lejos de ser alguien que pudiera fijarse en mí.
Seguí mi camino y entré a casa. Mi madre y mi padre trabajaban, así que estaba sola conmigo misma normalmente, ya que mi hermano mayor se había ido hace meses a la universidad. Mis comidas normalmente consistían de algo precalentado y un vaso de lo que pudiera mezclarse con agua… hoy era limonada, desabrida, fea, agua con algo de limón para ser exactos. Decidí dedicarme a escribir un poco con uno de mis amigos de internet… escribir historias con personajes propios era una forma de relajarme, me entretenía y me ayudaba a conocer personas nuevas alrededor del mundo.