Cómo Atrapar a Cupido en 22 Pasos

Paso 3: Convence a Todos

—Pero… esto no tiene nombre, mujer.

Realmente había descubierto que este hombre se quejaba por todo. No le gustaba arriba, abajo, un lado ni otro y ahora mismo estaba más que indignado por la elección de ropa disponible. Debía agradecer que cuando mi hermano se fue a estudiar a otro país dejó todas sus cosas allí y su ropa le quedaba perfectamente.

—Las botas son negras, los jeans son negros y la camisa también es negra, ¡Yo no me visto así!

—¡Ese no es mi problema! Si es tan difícil es, ¿Por qué no te regresas al Olimpo o de donde sea que viniste?

Me miró con mala cara de nuevo. Este muchacho era como un niño… y uno tonto. No lo toleraba demasiado pero terriblemente, estaba estancada con él. Ambos nos quedamos en silencio hasta que él me dio la espalda.

—Ya te dije que no puedo. Una de mis alas está rota, y hasta que sane, o hasta que alguien venga por mí luego de notar que no estoy. Además, no me quieres decir dónde pusiste mis flechas, mi arco y mis cosas, así que sin ellas no me puedo ir.

Ambos hicimos una expresión amargada. Pero tenía razón en que era mi culpa que él estuviera aquí con el ala rota y sin poder regresar al lugar del que vino. Me sentía mal hasta cierto punto pero ser pesimista nunca fue lo mío así que hice un ademán con los hombros mientras seguía doblando la ropa y poniéndola en un lugar del que Cupido podría sacarla para usarla.

—Pues arcos y flechas no se usan aquí, tendrás que acostumbrarte hasta que vengan por ti. Por el momento te recomiendo que te des una ducha y te vistas, porque tienes que venir conmigo al supermercado.

—¡Ah! ¡Gabrielle, el agua está helada!

Fruncí un poco el ceño, tratar con él era peor que con un niño, decidido.

—Abre la otra llave también.

—Oh.

Se habrá demorado una media hora, y no lo culpé porque yo suelo hacer exactamente lo mismo cuando salió con una toalla envolviéndole la cintura. No pude evitar mirarlo durante varios segundos sin ninguna vergüenza. Las gotitas perladas bajaban por su piel como ópalos sobre sus músculos bien marcados. Su cabello humedecido tomaba un color más oscuro, casi un tono carmesí, y sus pestañas largas creaban sombras en sus pómulos. Sus ojos, ahora de un color zafiro muy oscuro, me miraron y se encontraron con los míos. Pude sentir algo, como un estremecimiento, sobrecogerme entonces.

—Espera… tus ojos, ¿No eran de un azul clarito, casi celestes?

Se miró al espejo despreocupado.

—Cuando paso mucho tiempo en el mundo humano algunas cosas de mi comportamiento cambian… ¿No te gusta? Creí que los chicos de ojos azul profundo eran, ya sabes, lo tuyo…

Sentí el calor subir por mis mejillas al recordar a mi guapo vecino, de inmediato su imagen se me vino a la mente y Cupido como si pudiera leer mis pensamientos sonrió con malicia. Le arrojé un cepillo de cabello y Sali corriendo dentro del baño para encerrarme ahí. Me apoyé contra la puerta al sentir mi corazón latiendo, no, martillando dentro de mi pecho y las risas de ese degenerado afuera en mi habitación.

¿Cuánto tiempo tendría que soportarlo?

Me dijo que los efectos del “enamoramiento” pasaban con el tiempo y el rechazo, así que no me preocupaba demasiado por sus atrevidos avances románticos hacia mí. Ahora la siguiente pregunta era, ¿Cómo esconder a un chico de casi un metro ochenta en una casa de tamaño moderado? Mientras estaba bajo la regadera se me vino la idea a la mente.

Le diría a todos que era mi primo, un extranjero que venía a quedarse unos meses en casa. Y si mis padres o mi prima preguntaban, les diría que era mi amigo gay que peleó con sus padres y venía a quedarse conmigo hasta que ellos se disculparan. Era el plan perfecto… pero estaba segura de que no duraría demasiado tiempo. Esperaba que en el Olimpo no tardaran en venir a buscarlo.

Me vestí como pude y salí de la habitación para escuchar la risa de mi prima en la planta baja de la casa. Un escalofrío me recorrió la espalda, y me apresuré a bajar las gradas. Cupido estaba recostado en el sofá de la sala principal, con los ojos pegados en el techo y una expresión extraña en el rostro, pero cuando me vio, su mirada se aclaró. Evité mirarlo de vuelta y volteé a mi prima que parecía extasiada pero nerviosa.

—¡Belle! No sabía que tu amigo…
—Gay.

—¿Gay?

—¿Gay?

Ambos me miraron extrañados, y Cupido con el ceño fruncido. Asentí vigorosamente.

—Como sea, que era tan interesante…

Hizo las señas de que estaba loco cuando él no la miraba, y yo simplemente me encogí de hombros.

—¡Sí! Lo sé, discutió con sus padres ayer y ha venido a quedarse algo de tiempo.

—Eso, pero yo no soy tu-

Le tapé la boca con la mano, mis ojos seguramente dijeron aquello que mi boca no se atrevía a mencionar porque se quedó en silencio mirándome, recorriendo con sus orbes azulados mi rostro enteramente y haciéndome sentir vulnerable.

—Le gusta hablar de sus sueños locos, ¿No es así, Emilio?

—¿Mhmmh?

—Sophie, vamos a ir de compras rápidamente. No te molesta quedarte aquí un rato sola, ¿no?

—Sólo déjame la contraseña de tu cuenta de Netflix y todo va a estar bien.

Otra media hora después, caminábamos juntos por la calle mientras Cupido me hablaba de sí mismo… de su trabajo, de sus descansos, de su edad, de su historia y muchas otras cosas más que me dejaban saber que era un holgazán y que además, era un narcisista.

—Haz silencio.

Dije en voz baja mientras miraba al otro lado de la calle. Madame Blair descansaba tranquilamente en una tumbona bajo una sombrilla, mientras su colección de cosas extrañas descansaba bajo el sol aún a la venta. Busqué frenéticamente en mis bolsillos hasta sacar un billete de cinco dólares y crucé la calle como si fuera inmortal la avenida hasta llegar a ella y ponerle en la mano los cinco dólares.

—Ahora estamos a mano… ¿Cómo me deshago de él ahora que está aquí?



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En el texto hay: fantasia, comedia, drama

Editado: 14.09.2022

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