Cupido nació siendo hijo de Afrodita y Ares, una mezcla peligrosa. Era bellísimo, la envidia de otros dioses del Olimpo pero también era salvaje y violento como su padre, en sus ojos carmesí se miraba la ira y el deseo de guerra que ardía en su pecho desde que nació. Su tío, Júpiter, vio la amenaza de aquel pequeño bebé mucho antes de que pudiera caminar, y se propuso asesinarlo. Su madre, aterrorizada, llevó al recién nacido a la tierra, a una isla oculta en los ojos del océano donde sólo habitaban las más terribles fieras.
Allí, Cupido fue encontrado envuelto en mantas por una loba solitaria, aquella bestia vio en el niño una oportunidad de comida para alimentar a sus propios cachorros, pero simplemente bastó una mirada dentro de los ojos del pequeño bebé, y el can de gran tamaño lo reclamó como hijo suyo, llevándolo a su madriguera y alimentándolo con su leche.
Al crecer, Cupido empezó a fabricarse flechas de arce y de roble para cazar animales y ayudar a su madre loba a alimentar a la manada, pero esto le causaba un enorme dolor. La muerte… la detestaba. Su madre, quien venía a visitarlo de vez en cuando, eventualmente empezó a traerle flechas de oro, que no estaban hechas para matar, sino que brindaban un efecto de enamoramiento a aquellos a quienes impactaban. Sin embargo, si la flecha impactaba sólo a uno de los amantes, cabía la posibilidad de que el otro no devolviera el sentimiento, con el tiempo, el efecto iba desapareciendo.
—Así que por eso tú…
Me quedé absorta en mis pensamientos. Sentí entonces sus cálidos labios sobre mi mejilla. Jamás, y podía decir esto con toda certeza, jamás en mi vida había sentido algo tan sobrecogedor tomarme por completo. Cerré los ojos por un segundo, sintiendo una extraña electricidad que recorrió mi cuerpo por completo. Cuando se separó y lo miré, se relamía los labios como un gato.
—Tienes la piel dulce, Belle.
Quise ponerle un poco de humor a la situación, lo golpeé con una mano gentilmente en el hombro.
—¿Es por eso que eres tan animal?
—¿Animal? Sí.
De pronto me encontré entre su cuerpo y el carrito de compras. Sus manos estaban a ambos lados del manubrio. Me estaba mirando de una manera muy extraña, y sentí aquel escalofrío recorriéndome la columna vertebral. Su mirada era oscura, caliente y malvada pero yo no podía apartar los ojos, como si a mí también me estuviera hipnotizando como hizo con esa chica. Se acercó a mi rostro, a escasos centímetros, analizaba mi rostro cuidadosamente como un depredador que estaba eligiendo qué parte de su presa comer primero.
—Actúo por instinto.
Por alguna razón, su voz ronca me hacía estremecer por completo. Sentía mis mejillas arder, y mis manos despacio se movieron hasta las suyas y luego a sus muñecas. Se sentía bien, pero sabía muy en el fondo que estaba mal. De pronto sin embargo, mi celular empezó a hacer escándalo en mi bolsillo y él se alejó de golpe haciendo una mueca extraña. Suspiré aliviada y lo puse contra mi oído moviéndome lejos de él, de vuelta a la realidad.
—¿Sí?
—¡Gabrielle! Estaba yendo a tu casa, cuando en el camino me encontré con este chico super guapo apareció preguntando por ti, ¿Quién es?
—¿Super guapo?
Pregunté con confusión. Conocía a varios chicos que coincidían con la descripción pero sólo había hablado con Cupido, era el único que sabía de mi existencia y ahora me estaba mirando con una expresión sospechosa. Me maldije internamente, estaba hablando de chicos muy guapos en frente de un chico muy guapo y que estaba interesado en mí.
—Sí, super guapo. Muy alto, cabello negro y ojos azules, tenía carita de ángel y parecía un poco tímido. No entiendo por qué hay cerca de tu casa tanta gente hermosa, en fin, iba a ir pero finalmente me han llamado para ir a una fiesta, ¿Vendrás?
—No podré ir. Tengo que hacer la cena en casa, mis padres llegarán bastante tarde y ya sabes, tengo que ocuparme de todo mientras no están y estoy segura de que Sophie dejó un desastre en la sala de estar.
Mi mirada se movió despacio hacia donde estaba el pasillo de la comida chatarra. Un par de chicas acorralaban a Cupido coqueteándole y moviendo sus cabellos de lado a lado mientra él les sonreía de lado. Hice una mueca. Por alguna razón, él siempre parecía dispuesto a comerse a cualquier chica que le hable. Eso me desagradaba profundamente.
—Emilio, vámonos ya.
Me miró e hizo una expresión culpable, lo vi a través del rabillo de mi ojo. Quiso decir algo pero sin dejar de mirar mi billetera levanté una mano y se calló súbitamente. No quería ni mirarlo de camino a casa.
Más tarde ya cuando iba cayendo la noche, yo estaba en la cocina preparando la cena. Katherine llegaría más tarde esa noche, y Sophia había salido de fiesta con sus amiguitas, por supuesto, yo no era lo suficientemente sociable como para disfrutar de fiestas, reuniones y borracheras así que para mí, un fin de semana en la noche era más bien un par de días de relajarse… pero con Cupido, parecía una historia diferente por completo. Ahora estaba flotando a mi alrededor intentando captar mi atención, mientras yo intentaba no cortarme con el cuchillo que tenía en la mano.
—Así que esto es lo que los humanos llaman celos…¡Gabrielle, mírame!
De pronto se quedó en completo silencio cuando volteé mi mirada hacia él, lo apunté con el cuchillo, entrecerrando los ojos con furia contenida.
—Cállate. Tú no me conoces con celos. Esto no son celos, sólo no quiero que mi reputación como persona irrelevante y poco popular se arruine para convertirse en la familiar de un muchacho que no sabe cómo mantenerlo dentro de sus pantalones.
Sólo me miró, antes de apartarse flotando lentamente. Suspiré. Estaba cada vez más impaciente al respecto, me encontraba emocional y no tenía idea de por qué. Continué con mis acciones, intentaba concentrarme en lo que estaba haciendo, una cosa a la vez. Metí el pollo relleno de vegetales dentro del horno, al tiempo que sacaba el pastel de chocolate que estaba muy caliente todavía. El jugo de limas frescas ya estaba dentro del refri, así que ahora sólo debía esperar un poco hasta que el plato principal esté listo.