Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 3

—¿Nunca te han dicho que tienes unos ojos muy raros? —pregunté alzando una ceja. La media sonrisa que formé era para tratar de sonar divertido y no enfurecerte por mi nula sensibilidad—. Dicen que los ojos grises son la confirmación de que hay vida extraterrestre entre nosotros. ¿Estás escribiendo algo como la Guía del autoestopista galáctico?   

Tú estallaste en carcajadas de inmediato ante mi comentario idiota y eso me hizo reír también. Estaba cómodo a tu lado, aun así me aseguré de que mi puerta no estuviera cerrada con seguro, así podría saltar en caso de que intentaras secuestrarme. Es que uno nunca sabe con qué loco se encuentre.  

—Todavía estoy en la introducción —dijiste entre risas—, pero te prometo no poner tu nombre en la bibliografía sin tu autorización.

—Más te vale, porque si lo haces te demandaré y tendrás que pagarme derechos de autor.

—Lo consideraré, su Alteza.

Volvimos a reír como si nos conociéramos de toda la vida. Giré la cabeza en tu dirección para ver la calle en la que debías que dar vuelta, al hacerlo, mis ojos se detuvieron en tu faz. Sé que no te diste cuenta, sin embargo, mis ojos se vieron cautivos por ti. Tu rostro delgado y varonil era iluminado por el sol del atardecer, mismo que hacía resplandecer tus ojos claros. No mentiré diciendo que ahí había amor, pero sí entendí que sentía atracción.

Recuerdo haber apretado los puños al mismo tiempo que mordía mis labios. Me sentí un fenómeno. Agaché la cabeza dejando que el reciente silencio se posara entre los dos de forma repentina; entonces mi celular vibró, sorprendiéndome. Era un mensaje de texto de papá, estaba ansioso por saber cómo había sido mi primer día de clases.

—Da vuelta a la izquierda en la siguiente calle. Mi casa está a la mitad, tiene la puerta pintada de tinto.   

—Seguro, Majestad —bromeaste. Yo no respondí—. ¿Estás bien? —preguntaste. Yo guardé mi teléfono y forcé una sonrisa.

—Sí, es que me llegó un mensaje de papá. Iba a responderle, pero mejor se lo digo en persona, je, je, je.

Detuviste el auto frente a mi casa, me bajé de él y, cuidando que no te dieras cuenta, me apresuré a entrar dándote una despedida rápida. No quería que papá supiera que me habías llevado, y al mismo tiempo, pretendía evitar que mi cabeza siguiera pensando en estupideces. Cuando entré a casa y vi que por suerte papá todavía no llegaba, me encerré en mi habitación para luego lanzarme sobre la cama con los ojos cerrados. Tenía un dolor insoportable de cabeza que empezó por mis pensamientos sobre ti. Escondí el rostro en la almohada. No quería revivir todo lo ocurrido dos años atrás, ni emocional ni físicamente. Sin abrir los ojos me llevé una mano a la cabeza y, entremetiéndome los dedos en el cabello, sentí esa hendidura en el cráneo que será el eterno recordatorio de esa experiencia.

Todavía no te he confesado lo que pasó, ni siquiera cuando fueron tus propios dedos los que palparon esa vieja fractura, y sinceramente, tampoco estoy listo para contártelo ahora. Lo siento, pero es algo que guardaré solo para mí. Recuerdo haber pensado en eso mientras un par de lágrimas se asomaban por mis ojos, después me fui perdiendo en una niebla de agotamiento. Me había quedado dormido y las cosas se pusieron incómodas.

De nuevo soñé contigo, con tus ojos grises fijos en los míos al mismo tiempo que tu rostro afilado y delgado se veía iluminado por la luz de un candelabro. Tocabas el piano y tus labios, que por alguna razón en ese instante se volvieron incitantes, se movían como si intentaras contarme un secreto censurado por la melodía. Entonces desperté. Estaba confundido.

—Stephen, estoy en casa.

Escuché la voz de mi padre llamarme desde el primer piso, así que me levanté de la cama y salí a la sala. Él estaba en la cocina abriendo varias bolsas del supermercado para sacar la despensa y guardarla. Apenas se percató de mi presencia se giró para mirarme con los ojos inyectados en ilusión.

—¿Cómo te fue en tu primer día, campeón? —preguntó.

Si te contara me gritarías por tres siglos, padre mío, pensé. Aunque de todas las reacciones que él pudo tener al enterarse de lo que estaba sucediendo, que me gritara hubiese sido la mejor elección…

—Bien, confío en que aprenderé mucho —respondí a secas, pero él no soportó dejar las cosas ahí.

—¿Solo bien? Pensé que estarías emocionado de regresar a la música, siempre ha sido tu pasión. ¿Es que acaso no te gustó la escuela?




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