Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 6

El conductor del autobús llevaba música en la radio desde que tomé la ruta cerca de la secundaria, y para mi mala suerte la canción que estaba sonando terminó por descomponerme.

Y es que todavía no encuentro

Lo que en mí sería normal

Para darte mucho más

Y entregarme por completo […]

Sexo, pudor y lágrimas.  Era justo lo que había sentido estos últimos días, por exagerado que ahora suene. No encontraba lo que en mí era normal. Quién era y lo que quería parecía convertirse en una especie de fantasía; y cuando empecé a descubrir mi identidad, me llené de terror. Era alguien que avergonzaría a todo aquel que me rodeara, no podía aceptarlo. Agaché la cabeza al mismo tiempo que me encogí sobre en mi lugar.

—¿Me puedo sentar? —preguntó una voz varonil desconocida. Asentí despacio antes de recorrerme en el asiento y quedar pegado a la ventana.

Giré la cabeza para ver con discreción de quién se trataba, sorprendiéndome al descubrir que era del novio de Doris. El lunes cuando llegó acompañando a Doris no le presté mucha atención, pero en ese momento estando tan cerca, fue imposible no analizarlo mejor. Él tiene un cabello negro y ondulado que resalta con su piel blanca, el verde de sus ojos hipnotiza y cuando en su rostro varonil, afilado, se dibujó una sonrisa amable pensé que lucía demasiado atractivo… Tal vez no te guste leer eso viniendo de mí, pero necesito decírtelo, porque desencadenó una de las experiencias más fuertes de mi vida. Empecé a temblar, mis labios resecaron y sentí como si mi garganta se cerrara. Estaba teniendo un ataque de pánico

—Oye, disculpa si soy imprudente pero me resultas muy familiar. ¿Nos conocemos? —comentó de pronto.

Negué con la cabeza luchando por controlar la reacción que estaba teniendo mi cuerpo, esa respuesta exagerada a los pensamientos obsesivos que me gobernaban, como si fuese alérgico a ellos. Él, paciente y comprensivo, emitió una tenue risa previa a desviar la mirada.

—Lo lamento, no quería incomodarte —se disculpó—, es que tengo buena memoria para los rostros, pero creo que contigo me confundí. En fin, disculpa.

Vi que el chico sacó de su bolsillo el celular, lo miró un momento y volvió a guardarlo, después regresó su vista hacia mí aunque sin decirme nada. Yo me mordí los labios antes de girarme hacia él, lo cual le hizo dar un sobresalto y, tras pasar saliva y tragarme ese molesto nudo en la garganta, decidí hablarle.

—No te conozco —dije casi en un susurro—, pero nos vimos en la escuela de música el lunes… Doris está en mi salón de clases.

—Ya decía yo, las caras son lo único que mi cerebro recuerda. —Rio él—. Me llamó Hans —añadió de inmediato estirando su mano hacia mí. Aunque nervioso, la estreché para no ser grosero.

—Soy Stephen —respondí. De inmediato solté su mano y me giré de nuevo hacia la ventana. No importó cuando esfuerzo puse, simplemente no podía controlarme. Mi corazón golpeaba con fuerza y había comenzado a sudar en frío.  

—Encantado —dijo en voz tan baja que apenas pude escucharla. Hubo un momento de silencio que él interrumpió robándose mi mirada—. ¿Te sientes bien? Estás llorando.

Al oír sus palabras me llevé las manos al rostro. Era cierto, no solo estaba empapado en sudor, sino también en las lágrimas que brotaban sin que yo pudiera hacer algo al respecto. El temblor en mi cuerpo empeoró, y de pronto, un sollozo se me escapó de los labios. No pude más, me quebré.

De inmediato me escabullí frente al chico, avancé hasta la parte de adelante del autobús y pedí al chofer que me bajara de una vez. Supongo que el ver mi estado alertó al chofer de tal manera que se frenó de inmediato, cosa que aproveché para bajar casi corriendo. Ya estaba a pocas cuadras de la escuela, mas no podía permitir que alguien me viera en este estado, por lo que me tallé la cara con el dorso de las manos y gimoteé mientras me dejaba caer sobre una banca vieja y descolorida que reposaba en la calle.

Le rogué al cielo y a quien estuviese ahí arriba que me ayudara a controlarme, a despertar si es que estaba soñando. O, al menos, que me diera una razón. ¿Por qué era tan difícil para mí toda esa situación? ¿Por qué me hacía sentir tan aterrado? ¿Por qué no podía dejar de llorar? De pronto di un pequeño salto al sentir que alguien me puso una mano en el hombro.




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