Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 8

Desde que terminamos de comer ambos permanecimos en completo silencio. Yo estuve jugando con el popote en mi bebida, empujándolo de atrás hacia adelante con mi dedo solo para luego beber un poco de la soda transparente y gaseosa que, ante la situación, había dejado de saber bien. Levanté la vista al sentirme observado, descubriendo que tenías los ojos puestos en mí, parecías mirar lo más interesante del mundo.

Debo mencionar que me sorprendió mucho el no sonrojarme ante eso, pero más que nada, me hizo sentir incómodo. Estaba seguro de que te querías despedir. ¿Por qué? Apenas estábamos en abril, tampoco hacía falta hacer más drama del necesario antes de tiempo, hasta me habías pedido volver a salir para llevarte buenos recuerdos. Entonces sería mejor aprovechar el tiempo al máximo. O al menos fue lo que me repetí una y otra vez durante la comida para no soltarme a llorar. Te sonreí con intención de animarte un poco y me recargué sobre la mesa, fijando mi vista en ti. Cuando por fin me sonreíste de vuelta, tomaste la palabra.

Me dijiste que hace seis años comenzó el pequeño infierno que vino a explotar para ti ese día. Desde que eras pequeño te diste cuenta de que algo diferente había en ti, que solías sentirte atraído hacia personas de tu mismo sexo lo que, en dado momento, comenzó a ser percibido por los demás. Aunque no de forma positiva.

Cuando tenías dieciséis años conociste a un chico que, igual que tú, ocultaba su sexualidad por temor a ser juzgado. De alguna forma, sin buscarlo, el corazón actuó por voluntad propia un año después y los dos terminaron por enamorarse, hasta que un día, fuiste tú quien dio el primer paso y te atreviste a besarlo. El instante fue mágico para ti al darte cuenta de que él correspondía. Aunque claro, nada dura para siempre, así que la tormenta no tardó en desatarse. Tu padre los vio y no demoró en informarle a tu madre, quien trató de llevarte al psicólogo. Cuando te rehusaste para defender tu derecho a elegir, tu familia se fragmentó para siempre.

Tus padres lanzaron tus cosas a la calle, y a ti con ellas. A ninguno le importó lo que tuviste que hacer para conseguir un lugar donde dormir ni mucho menos para comer. Te viste obligado a irte del país en busca de alguna oportunidad de salir adelante y así llegaste aquí, apoyado por tu tía Emma que te abrió las puertas de su casa. La única que te brindó apoyo incondicional. Desde entonces has estado en este país, casi por tres años, peleando por salir adelante.

Hacia el final del que me pareció un breve relato desviaste la mirada y la posaste en el juego de luces del fondo de la habitación. La expresión de paz y tranquilidad que decoró tu rostro me dejó sin palabras. Era sorprende la fortaleza que transmitías a pesar del claro dolor que todavía descansaba en el fondo de tu corazón.

—No ha sido un camino nada fácil —proseguiste—, de hecho apenas estoy llegando a un equilibrio financiero y emocional, pero es sorprendente lo gratificante que es salir adelante cuando sientes que el mundo está en tu contra.

—Vaya, eres muy valiente —susurré. Era algo más que podía admirar de ti. Parecías muy diferente a mí, con convicciones y fortalezas que yo pensé que jamás podría tener. Ni siquiera estaba seguro de que yo fuese capaz de defender mi propia ideología.  

—No siempre he sido así —señalaste. Tuve la sensación de que habías leído mis pensamientos—. Muchas veces las personas nos convertimos en nuestro peor crítico ¿sabes? Creo que fue un golpe de suerte que mi tía sea psicóloga infantil, porque al llegar aquí la primera vez, el hablar con ella sin sentir que estaba juzgándome fue de gran ayuda. Ahora me repito a diario que nadie tiene derecho de hacerme daño ni discriminarme, y que guardar rencores es un veneno que te consume. Me ayudó a perdonar a mis padres, a comprenderlos.

Tus palabras me hicieron pensar en mi padre, pero especialmente, en Juan… creo que mi principal temor jamás ha sido sobre confesarle esto a papá, sino que al decírselo, Juan lo sabrá también; y Juan fue el causante de que yo terminara en el hospital aquella vez, en esa historia que nunca te he contado. Bajé la cabeza mientras escuchaba tus palabras, preguntándome si yo sería capaz de salir adelante en una situación similar.

—No puedo creer que te echaran por algo así. Es decir… ¿no se supone que son las únicas personas que nos aman incondicionalmente?

—Sí, pero de cierta forma también hay que entenderlos, Stephen. Nadie los enseña a ser padres y a veces debemos enfrentar situaciones que asustan mucho para las que no estamos preparados, incluso nosotros como hijos. A veces simplemente no sabemos cómo reaccionar. También a ellos como padres los someten a constantes juicios sociales muy duros, y si no tienen la inteligencia emocional para lidiar con ello todo se desmorona, incluso si eso conlleva después dolor y arrepentimiento.




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