Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 14

Estuve tan distraído el resto de la tarde mientras hacía mis maletas que incluso olvidé empacar varias cosas de aseo personal, tuve que comprarlas antes de llegar a casa de mi madre. La tarde se marchó ese día de forma muy extraña, como si el día solo tuviese dos horas, pero cada hora fuera eterna. Es difícil de explicar, ni siquiera yo mismo sé definir cómo me sentía.

Cerca de las diez de la noche y luego de darle vueltas en mi cabeza, por fin me atreví a llamarte por teléfono como lo prometí por la tarde. Contestaste rápido en comparación con las otras llamadas que hemos hecho. Supuse que estabas de verdad asustado por quedarte solo tanto tiempo, quizá te sentías vulnerable a un segundo ataque o algo por el estilo. Empuñé las manos al pensarlo y te pregunté de inmediato si estabas bien. Respondiste que sí, una vecina acababa de visitarte para confirmar que no necesitaras nada, lo que agradecí en silencio. Tu padre se había ocupado de pedirle a los vecinos que estuvieran al pendiente de ti en su ausencia, aunque él se comunicaría todo el tiempo.

—Y literalmente es TODO EL TIEMPO —señalaste con voz cansada—. Me llama cada dos horas, hasta me regañó porque una vez no le contesté ¡pero estaba en el baño! No podía atravesar la sala con el culo al aire para tomar el teléfono —añadiste. Yo me reí muy fuerte de tu comentario.

—Está preocupado por ti. —Lo defendí todavía con la risa atorada—. Sé más comprensivo con él.

—Lo entiendo —comentaste. Percibí en tu tono que estabas haciendo algo similar a un puchero con la boca—. Pero si tanto le preocupo no debió aceptar el trabajo.

—Si le ofrecieron una buena paga tiene sentido que aceptara. La escuela de música no se paga sola, Stephen. No hasta que consigas la beca —puntualicé. No respondiste a mi comentario de inmediato, me preocupó haber tocado una fibra sensible en ti—. Lo siento, ¿te sientes muy solo?

—Bastante —respondiste. El vibrato en tu voz me hizo pensar que intentabas no llorar—. La casa está demasiado silenciosa y detesto eso. No me gusta cuando el silencio se vuelve tan profundo, es como si me tragara un agujero negro.

—De verdad lamento que te sientas así —si estuviera ahí te abrazaría, pensé. Logré contenerme para no decirlo—. Prende la televisión de la sala o pon algo de música, así habrá ruido. 

—Sí, eso haré. Gracias por llamar, me ayudará a dormir. —La dulzura en tu comentario provocó una descarga eléctrica que aturdió mi corazón. Escondiendo la cara en la palma de mi mano, sonreí. Oír tu voz y saber que estabas a salvo también me ayudaría a dormir.

A la mañana siguiente yo debía salir muy temprano para tomar el avión, casi de madrugada, así que te pedí terminar la llamada de una vez para irnos a dormir. En otras circunstancias no me habría molestado quedarme al teléfono charlando contigo toda la noche, ver el amanecer y darme cuenta de que la hora de dormir se había esfumado y alegrarme por eso, pero yo mismo iba a conducir hasta el aeropuerto y eso implicaba mucho riesgo.

Tú aceptaste mi petición, sin embargo al despedirnos noté en tu voz un dejo de incomodidad, como si algo estuviera sucediendo contigo, algo que no me habías contado pero que te picaba en los labios por hacerlo. Tuve el impulso de preguntarte de qué se trataba, temía que fuese malo, pero al escucharte reír me relajé y escondí el impulso. Si te estabas riendo con esa naturalidad entonces dudaba que fuese algo grave. Preferí confiar en que me lo dirás cuando estuvieras preparado. Después de todo ¿qué podía estar pasando?

Mi tía fue a recogerme al aeropuerto y llegamos a casa de mis padres por la tarde, cerca del anochecer. Se me rompió el corazón al entrar a la habitación de mi madre y encontrarla recostada con diálisis. Saludarla fue todo lo que pude hacer antes de acercarme a ella e inclinarme para estar más cerca cuando me lo pidió. Sé que intentó disculparse de nuevo por lo que me hizo por las lágrimas que se agruparon en sus ojos, pero no podía permitirle mal gastar su energía. Tomé su mano y la besé con delicadeza, demostrándole que yo no guardaba rencor alguno.

—Me alegra tanto verte —le dije.

Con ojos húmedos, me dedicó la sonrisa más hermosa que jamás le había visto en los labios, y debo admitir que me llenó de alegría darme cuenta de que entre nosotros no había verdaderos sentimientos negativos. Confío en que su actuar ante el descubrimiento de mi sexualidad fue una reacción exagerada, quizá impulsada por el miedo.

Mi madre y yo intercambiamos miradas por un momento en silencio, como si las palabras estuvieran de más. De pronto, oí el crujir del piso en la entrada principal, seguido del rechinar característico de los zapatos náuticos de mi padre. Tuve una punzada de nervios atacando mi pecho mucho mayor al que tuve por ver a mi madre, ya que con él no había cruzado palabra alguna desde el día en que mi fui de casa. No sabía cómo sería verlo otra vez.




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