Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 18

La mañana del viernes que regresaste de tu viaje, me encontraba a solas en casa de nuevo. Juan se había marchado y no sabía nada de papá aún, excepto que me había dejado una nota en el refrigerador disculpándose por estar ausente tantos días. Aunque nunca me lo dijo, yo sabía que la enfermedad estaba progresando y que el tratamiento no funcionaba, por eso Juan siempre estaba aquí. Lo estaba relegando.

Suspiré antes de tomar un bolígrafo de mi mochila y escribir en la nota una respuesta para papá: «No es tu culpa estar enfermo y no voy a dejarte solo, pase lo que pase. Lo prometo. Te quiero, papá.»

No tenía hambre ni deseos de salir de casa, pero como también me repelía la idea de quedarme, comí una manzana antes de lavarme los dientes y salir rumbo a la secundaria. La semana había sido de exámenes, y ese viernes tendríamos el de física y química, así que la maestra nos dio un breve repaso de los últimos temas. No tenía energía para eso, así que bajé la mirada y la enfoqué en mi cuaderno.

Recuerdo haber dibujado una capa de súper héroe que estaba rasgada de la parte de abajo, como si al pelear contra el villano, el héroe hubiese resultado gravemente herido. Dibujé sangre también. Luego escribí tu nombre encima de la capa, intentando con ello tapar la rasgadura. Ver que no lo hacía me hizo sentir frustrado, molesto. Empuñé el lápiz con fuerza, tus palabras atacaron mi cabeza otra vez: «Invita a alguien más, yo no soy tu pareja».

—Eres un imbécil, Christian —murmuré tan bajo que apenas logré escuchar mi propia voz. Sin embargo…

—¿Interrumpo tu dibujo, Stephen? —Escuché la voz de alguien que identifiqué de inmediato.

Al levantar la cabeza vi que Edith, mi maestra de física, estaba de pie frente a mi pupitre. Tenía los brazos cruzados y en los ojos una clara expresión de: ya valiste verga, papu.jpg. Me levanté de la silla de un salto al mismo tiempo que emitía un grito tan agudo como si me hubieran pateado en las pelotas.

Escuché a todos mis compañeros reírse al mismo tiempo de mi reacción y, para no variar, me puse rojo como camarón. Tuve el fuerte deseo de que la tierra me tragara vivo, se indigestara y tuviera diarrea por los próximos tres días, la desgraciada. Edith emitió un suspiro audible mientras negaba con la cabeza.

—Stephen —pronunció con un dejo de molestia y regaño—, eres de los mejores de tu generación, pero desde que te incluyeron en el evento de graduación parece que simplemente dejaron de importarte todas las clases. Los otros maestros también se están quejando de ti. Incluso si decides dedicarte a la música no puedes dejar de lado todo lo demás, menos estando en finales, eso podría costarte el año escolar. Así que, si continúas con esa actitud, todos los maestros le pediremos al director que te retire del evento de graduación. ¿Está claro?

—Sí, maestra —respondí en un susurro y me senté de nuevo bastante apenado, poniendo mis manos entre las piernas.

Era cierto que había estado muy ausente de las clases, incluso había faltado varios días sin decirle a papá, mas no lo hacía porque hubiese dejado de importarme. Mi cabeza estaba atiborrada y punzaba, pero no eran mis dolores de cabeza propios de la memoria eidética, era muy cansado y no podía concentrarme aunque quisiera. Me mordí los labios.

Edith se dio la media vuelta para continuar con el repaso, yo ni siquiera pude pensar en alguna estupidez como las que acostumbro y relajarme. Estaba avergonzado, me sentía muy solo y, a pesar de tus palabras, lo único que anhelaba era tu regreso. Quería… más bien necesitaba que volvieras. Solo contigo podía hablar mientras mi mejor amiga siguiera de viaje. Mis amigos de la secundaria no sabían nada de lo que estaba ocurriendo,  eran amigos de fiesta nada más, y yo no tenía el valor suficiente para decirles por temor a que me juzgaran. A que me dejaran solo.

Arranqué la hoja de mi cuaderno donde estuve haciendo los garabatos, solo para después recargarme sobre la butaca y mirar hacia el pizarrón. La verdad es que seguí sin prestar ni la menor atención a las palabras de Edith, pero intenté ocultarlo copiando todo lo que escribía en el pizarrón.

—Ay, sí. Como si de verdad fueran a sacarlo del evento —susurró Javier, un compañero que solía sentarse dos pupitres detrás de mí, con sarcasmo—. Ese idiota ni siquiera canta bien, solo se sube al escenario a gritar como niña, yo ya lo he escuchado. Lo sumaron al evento porque de seguro es joto y se la come al director.  

«Joto» esa palabra de mierda. Nunca creí que llegaría a odiar una simple palabra, hasta que me llamaron de esa manera por primera vez; y no, no fue Javier quien lo hizo, sino Juan. Escuchar esa palabra tan despectiva me hacer hervir la sangre al borde de perder el control sobre mí. La voz de Javier se entrelazó con la de Juan, repetían esa palabra en mi cabeza una y otra vez en un eco interminable e insoportable. Empuñé las manos y apreté la mandíbula. Fue ahí que exploté por primera vez.




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