Como ave cantando [magnet #1]

Capítulo 22

Apesadumbrado crucé por el pasillo y me dirigí a la salida principal. Presentía que nuestro final iba a suceder, me preparé por dentro para enfrentarlo y aun así fue como recibir una paliza. Me detuve cerca de la puerta pero sin atreverme a cruzarla. Tuve la sensación de que en el momento en que decidiera salir de ahí, no volvería jamás.

No sabía qué hacer, todo parecía convertirse en un círculo vicioso. En realidad no importaba si eras tú o yo el que se fuera, sería el inminente final. Me pregunté si acaso debía correr a tus brazos o alejarme para evitar el dolor. Me mordí los labios. La jaula a mi alrededor se hacía cada vez más pequeña e incómoda. En ese instante me fue incapaz de contenerme y maldije haberte conocido.

De pronto, rompiendo mis pensamientos, escuché una melodía suave llenar mis oídos, era producida por una voz masculina y angelical que interpretaba con gran pasión. Levanté la cabeza luego de frotarme la cara y atravesé el umbral de la puerta. Sentado a mi derecha sobre las escaleras estaba Hans. En ese momento no sabía que él cantaba tan bien, pero lo que más me sorprendió, fue la manera en que lo hacía.

Aléjate, de ti sí que podría enamorarme.

Aléjate, que el juego del deseo está que arde.

Que hay leña en el fogón, fuego en la leña,

Y si te acercas ya no podría dejarte.

En ese momento Hans giró la cabeza y se percató de mi presencia, de que estaba escuchándolo. Fijé la mirada en él y él hizo lo mismo sin dejar de cantar.

Aléjate, me acaba la intención de ser cobarde.

Aléjate, que la distancia hacia tu piel quiere robarme.

Que ciertas ataduras prohíben nuestro encuentro.

Aléjate, aún es tiempo.

Peligro de enamorarme de ti, peligro de ser feliz.

Peligro de perderme entre tus brazos, y hacerle daño a quien vive junto a mí.

—Hans… —susurré viéndome consumido por él, por su voz, pero justo entonces.

—Stephen, no te vayas. —Escuché tu voz acercándose desde el pasillo.

Hans se calló de golpe y, antes de que salieras, se puso de pie y caminó hasta perderse de mi vista. Me relamí los labios antes de girarme para mirarte. No me esperaba que me abrazaras de repente con tanta fuerza, como si estuvieras a punto de desvanecerte de mi vida en una nube de olvido. No necesitas escribirme que justo eso sentías, lo dijiste.

—No quiero irme y que me olvides pero no sé cómo lidiar con este sentir sabiendo que es incorrecto —susurraste en mi oído—. Por favor, no me odies. Sé que soy agotador. Es una pesadilla estar dentro de mi cabeza.

—No seas tonto, no te odio, pero tampoco entiendo qué es lo que quieres.

—Te quiero a ti —respondiste—. Antes de irme, si me lo permites, quisiera que celebráramos tu cumpleaños por adelantado. —Te alejaste un poco de mí, sin soltarme, y nos miramos a los ojos. No respondí nada, solo formé una gran sonrisa en mis labios—. El viernes, ¿me dejas invitarte una última vez a comer?

No te imaginas cuánto me emocioné ante tu petición. Es más, si me hubieses pedido irme contigo de contrabando metido en un baúl, te habría dicho que sí. Bueno no, pero sí te veías muy sexy. Ladeé un poco la cabeza y sonreí con timidez. Me pusiste nervioso.

—¿Podría… ser una cena? —pregunté.

Apenas lo hice sentí ganas ser basurita que lleva el viento. Estaba seguro de que lo rechazarías, salir de noche solos los dos sería más como una cita, eso era justo la clase de cosas que intentabas evitar y si decidías retirar la invitación no sabía qué iba a hacer.

—Claro. ¿Crees que te den permiso a las ocho? —De la felicidad ni siquiera pude contestarte. Tan solo sonreí y asentí con furor. Tú te reíste—. Es una cita entonces. —Me besaste en la mejilla antes de regresar al interior del edificio.

Sé que estaba sonrojado porque, o sea, yo siempre soy un camarón bien cocido, pero después de eso sentí las mejillas arder y a mi corazón latir desquiciado. Dejé de pensar en lo cerca del final que estábamos, y en que si mis ilusiones seguían creciendo, sería más doloroso cuando no tuviera otra salida que dejarme caer de la cuerda floja.   

A pesar de lo que sabía y mis propios temores, los días siguientes fantaseé hasta el cansancio con nuestra noche. Los dos cenando a la luz de las velas, tú bebiendo vino, yo refresco de manzana en una copa para escandalizarlos a todos. Nada me garantizaba que sería perfecto, pero yo así lo imaginaba. Nuestra cita ideal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.