¿cómo Cazar a tu Jefe?... Sin Saberlo

Capítulo 3

¿Qué es AEGIS?

En el ecosistema global de la tecnología, las empresas se clasifican en una jerarquía implacable. En la base están las startups, esos sueños febriles que luchan por sobrevivir. En la cúspide, los gigantes intocables, cuyos nombres son sinónimo del aire que respiramos digitalmente. Y luego está AEGIS: un unicornio convertido en titán, un fenómeno que redefinió las reglas del crecimiento.

AEGIS no era una empresa. Era un organismo vivo de código y ambición, un conglomerado tecnológico que, en apenas siete años, había ejecutado una de las expansiones más agresivas y exitosas de la historia comercial moderna. Su nombre, un acrónimo que una vez estuvo en una servilleta y que ahora nadie se atrevía a descifrar, era sinónimo de innovación disruptiva y de una calidad que bordea lo obsesivo.

Nacida como una startup enfocada en un revolucionario software de seguridad cibernética, AEGIS usó su éxito inicial como un trampolín para lanzarse a conquistar mercados adyacentes con la precisión de un misil guiado. No se limitó a un sector. Su estrategia fue la de un pulpo, cuyos tentáculos, fuertes e independientes, se enroscaron alrededor de industrias enteras como los electrodomésticos inteligentes.

Sus neveras que gestionaban la despensa, sus lavadoras que aprendían de los hábitos de su dueño y sus sistemas climáticos domésticos no eran simples artilugios; eran los nodos de un ecosistema doméstico interconectado, el "AEGIS Home". Después están sus dispositivos móviles. La línea de celulares "AEGIS Nexus" se había convertido en un estatus social. No por ser los más caros, sino por ofrecer una experiencia de usuario tan fluida y personalizada que bordea lo psíquico, gracias a su inteligencia artificial nativa.

Detrás de todo, la división "AEGIS Cloud" proveía la columna vertebral de procesamiento de datos, compitiendo directamente con los mayores proveedores mundiales.

Pero las verdadera ambiciones de AEGIS, sus secretos mejor guardados, no estaban en lo que ya vendían, sino en lo que estaba por venir. Proyectos como "Hécate", un algoritmo de inteligencia artificial para el comercio de alta frecuencia, eran el siguiente salto: la incursión en el sagrado santuario de las finanzas globales. No se conformaban con venderte un teléfono; aspiraban a influir en los mercados que dictaban el precio de ese teléfono en el mundo.

Su presencia física era una declaración de guerra a la vieja guardia corporativa. La AXIS TOWER, su sede central, no era una oficina; era un cerebro de cristal y acero desde el que se coordinaba esta red neuronal global. Con oficinas en Silicon Valley, Shanghái, Berlín y Bangalore, AEGIS no se expandía; se replicaba, adaptándose y devorando talento local en cada rincón del planeta. AEGIS era, en esencia, la materialización de la voluntad de su fundador y CEO, Julian Thorne: un ente perfectamente eficiente, siempre hambriento, siempre en movimiento. Y era en el corazón de este titán, en la Sala de Conferencias Delta, donde una de sus arterias más vitales —un proyecto secreto—estaba comenzando a sangrar.

El silencio en la Sala de Conferencias Delta no se rompió; se partió en dos. Un nuevo eje gravitatorio se había instaurado en la habitación: Julian Thorne. Todas las miradas, como brújulas magnetizadas, se clavaron en la puerta en el instante en que él cruzó el umbral. No caminó; se deslizó con la quietud sigilosa de un depredador que ya ha ganado la guerra y ahora solo supervisa su territorio. La puerta se cerró a sus espaldas con un clic sordo que sonó a sentencia. Julian no se disculpó. Su respiración era la única disculpa que el universo necesitaba.

Mientras avanzaba, su mirada —un escáner de rayos X— recorrió la sala, evaluando a cada persona, importándole poco su miedo, su tensión, y su incompetencia. Pero su mirada se posó en Evelyn. No un segundo más, sino con el peso de una eternidad calculada en el reloj de bolsillo del diablo.

Antes de llegar a la mesa, alzó ligeramente la mano, un gesto minimalista que no solo permitía, sino que exigía que la reunión continuara. Se situó de pie, apoyado contra el borde de la mesa de conferencias. Había sillas vacías, apartadas para dar una ilusión de espacio, pero él las ignoró. Al permanecer de pie, se convirtió en un espectador omnipresente. Era un recordatorio físico: los reyes no necesitan tronos cuando su mera estatura ya eclipsa el sol.

Y Evelyn lo entendió. No se movió de su sitio, no balbuceó un "Señor Thorne". Tres años a su lado le habían enseñado a descifrar su silencio. Para Julian, una reunión era un organismo vivo; detener su corazón para saludarlo era un pecado capital. Una inclinación de cabeza, un microgesto de reconocimiento, eso era todo el protocolo que requería.

El resto era energía desperdiciada.

Evelyn tomó aire, y cuando volvió a hablar, su voz sufrió una metamorfosis. Si antes era un filo, ahora era un láser quirúrgico, calibrándose para operar en el campo de batalla más delicado, bajo la mirada de su general.

—Como decía —continuó, clavando los ojos en la pantalla holográfica como si Julian no estuviera allí, porque esa era la forma más alta de respeto hacia él—. Los registros de acceso muestran un patrón de consultas fantasma en los servidores del Proyecto Hécate durante las últimas 72 horas.

Explicó la situación con una claridad gélida, tejiendo el intrincado vocabulario técnico que había absorbido a su lado en medio de noches de café y desvelo. Podía maldecir las horas infinitas, la presión que le quebraba la espalda y las migrañas... pero en el fondo de su ser, una parte de ella, la eterna estudiante, la hambrienta, le susurraba una verdad incómoda: a su lado no solo había sobrevivido al infierno. Se había forjado en él. Y eso, ese conocimiento que ahora manejaba con la soltura de un nativo, era un arma y un legado del que, secretamente, estaba orgullosa.

Liam Vance Jr, hijo del abogado de cumplimiento, Liam Vance, un hombre con el rostro de quien siempre espera lo peor de la humanidad, ajustó el nudo de su corbata como si se preparara para un ahorcamiento.




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