Julian cerró los ojos con fuerza, expulsando el fantasma de aquella sonrisa que se le había grabado bajo los párpados. Un suspiro áspero, cargado del residuo de una batalla interna que nadie en la sala había presenciado, escapó de sus labios. El sonido fue tan alto que Evelyn, a punto de desconectar su laptop de la pantalla holográfica, y cuya percepción estaba desincronizada con la frecuencia de sus más mínimos gestos, lo miró con los ojos bien abiertos mientras terminaba de desconectar por completo su portátil de la interfaz central de la habitación con un clic de tecla.
¿Pantalla holográfica?
No era una pantalla cualquiera. Era el núcleo de AEGIS hecho luz. En estado de reposo, parecía una losa vertical de cristal líquido, tan oscura y impoluta como la superficie de un lago en una noche sin luna. Pero al activarse, no se encendía; daba a luz un universo de datos. Haces de luz colisionaban en su corazón, tejiendo estructuras tridimensionales de información pura que flotaban dentro del cristal, tan tangible como el mobiliario y mucho más peligrosa.
Era la "Aura Interface", una creación de AEGIS que desafiaba la obsoleta tiranía de las pantallas bidimensionales. Permitía al usuario "esculpir" la información con las manos, separando, ampliando y cruzando conjuntos de datos con la intuición de un artista moldeando arcilla. Sin embargo, para una matriz de este tamaño, un control remoto era más eficiente, pero el principio era el mismo: la información no debía ser leída; debía ser habitada.
En el mundo existían imitaciones toscas, juguetes caros que proyectaban fantasmas verdes y temblorosos. La Aura Interface era la excepción que confirmaba la regla: una premonición del futuro, aquí y ahora. Y en el sueño de AEGIS, una de las verdaderas obsesiones que alimentaba a sus laboratorios ultrasecretos, era ir más allá. Buscaban el "Logos", el santo grial de la interacción: hologramas con densidad táctil, estructuras de luz que pudieran no solo verse, sino sentirse, manipularse y reconfigurarse con el lenguaje natural de las manos, creando una simbiosis perfecta entre la mente humana y el flujo digital.
Quien controlara el Logos, controlaría la siguiente evolución de la realidad misma. Y AEGIS no pretendía ser un participante más en esa carrera. Iba a ser su dueño.
—...Señor Thorne... ¿Le pasa algo? —la voz de Evelyn fue un hilo de sonido, cargado de una confusión que le nublaba la generalmente impecable lógica. No era la primera vez, pero cada suspiro así, arrancado en la intimidad de su compañía, era un jeroglífico que no lograba descifrar.
—No es nada —su respuesta fue un eco bajo y ronco, y cuando sus ojos se abrieron, no la miraron; la perforaron. La intensidad en ellos era tan palpable que Evelyn sintió el impulso primitivo de buscar una salida.
Y entonces, Julian comenzó a caminar.
No fue el paso seguro del ejecutivo. Fue el avance de un animal. Un zarpazo silencioso sobre la moqueta.
Era la embestida sorda de un toro, la masa muscular de un pitbull sobre esteroides moviéndose con una agilidad aterradora, y la elegancia letal de un león cerrando el círculo alrededor de su presa. Toda esa bestia contenida bajo el traje de lana fina se dirigía directamente hacia ella.
Evelyn retrocedió. Fue un acto de reflejo, un cortocircuito entre su mente racional y su instinto de supervivencia. Su espalda encontró el borde frío de la mesa de conferencias, atrapándola entre la madera pulida y el muro de presencia masculina que Julian avanzaba construyendo con cada paso. La tranquilidad que había recuperado se evaporó, y en su pecho, solo quedó el redoble frenético de un corazón convertido en tambor de guerra.
Ya antes había sentido esto. Esa electricidad estática que erizaba su piel cuando su mirada la pesaba en silencio. Pero esto... esto era distinto. No era la observación distante del depredador desde la sombra. Era el acecho final. El rugido silencioso antes del salto. Cualquier otra persona, ante semejante muestra de dominio físico, habría sentido un miedo glacial, el instinto de una gacela a punto de ser devorada.
Pero Julian no le provocaba disgusto. Lo que sentía era una peligrosa, alucinante... fascinación. La asustaba, sí, pero era un susto que se parecía demasiado al vértigo, a la adrenalina pura de mirar al abismo y encontrar que el abismo te devuelve una mirada que te paraliza y te enciende en llamas al mismo tiempo. Esta vez, cada pisada suya no era un paso, era una declaración. Julian no se acercaba. Marchaba hacia su batalla personal, y Evelyn era el campo en el que había decidido librarla.
Cuando Julian estuvo a un paso de ella, invadiendo su espacio personal hasta que el aroma de su colonia amaderada le llenó los pulmones a Evelyn, ella, acorralada, no tuvo más remedio que arquear el cuello y clavar la mirada en los suyos. Lo había hecho desde que él comenzó a caminar, pero ahora, a esta distancia, era como mirar directamente a dos pozos de ámbar líquido, tan profundos que prometían ahogarla.
Bajo ese escrutinio, su resistencia se quebró. Parpadeó, como saliendo de un trance hipnótico, y bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior con un gesto de nerviosa vulnerabilidad que no era propio de ella. Tragó saliva, y las palabras le salieron en un hilo de voz que sonó absurdamente pequeño en la inmensidad de su presencia.
—¿Ne...Necesita algo?
En ese momento, se sintió más pequeña que nunca. No por su estatura, sino por el peso abrumador del deseo no dicho que emanaba de él. Se sentía impotente, pero de una manera extrañamente deliciosa, como si hubiera sido desarmada por una fuerza contra la que no quería luchar.
Lo que Evelyn no podía ver, con la mirada gacha, era la tormenta perfecta que se libraba en el rostro de Julian. Bajo la máscara del depredador seguro, su mente era un campo de batalla.
'¡Vamos, Thorne! ¡Es ahora! ¡Solo dilo!: "¿Desayunamos?"'
'¡Usa esa maldita voz con la que aterrorizas a los accionistas para algo útil por una vez!'