Como ninguno de los dos era detective—Julian era un CEO, y Evelyn su asistente implacable—, descifrar al traidor con solo fotos y datos básicos resultó ser un rompecabezas de piezas faltantes. No se guiaron por prejuicios superficiales; descartaron por igual a los de mirada esquiva y a los de sonrisa inocente. La sospecha, en este caso, era una red que cubría a todos por igual.
Evelyn, con su proactividad característica, ya se había comunicado con Marcus antes de la reunión, poniendo en marcha el señuelo digital. Ahora solo quedaba esperar a que el topo mordiera el anzuelo. Mientras tanto, Julian, casi terminando la reunión, propuso una vigilancia más tradicional: seguir a los miembros clave del proyecto Hécate en sus movimientos externos. La lógica era simple; si algún empleado aparecía coincidiendo con un competidor o un rostro sospechoso, la pieza del rompecabezas encajaría por sí sola.
—No es una mala idea —admitió Evelyn, reclinándose ligeramente en su silla con un gesto pensativo—. Yo me encargaré de buscar al personal adecuado para el seguimientos, discretos y eficientes.
La reunión, planeada para ser ágil, no se extendió más de lo necesario. Trabajaron con una sincronía que solo tres años de batallas compartidas podían pulir. Cuando el reloj marcó el fin de la media hora, Evelyn recogió su carpeta, ahora enriquecida con anotaciones frescas junto a sus planes originales.
—Bueno, creo que con esto tenemos claro el camino —dijo, poniéndose de pie con una fluidez natural. No había prisa en sus movimientos, sino la satisfacción tranquila de una tarea bien ejecutada. Una sonrisa leve, casi inconsciente, se le escapó. No era la sonrisa tensa de la obligación, sino la de alguien que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía... dueño de su espacio. Las palabras de Sarah resonaban en su mente como un mantra liberador: "Ese hombre te necesita". Y esa certeza, nueva y sólida, le había quitado un peso de los hombros que ni ella misma sabía que cargaba.
Cuando Evelyn se levantó, empujó la silla con un movimiento fluido que ya era parte de su naturaleza, girándola suavemente hasta alinearla con la precisión milimétrica que siempre reinaba en aquella oficina—un contraste deliberado con cómo la había encontrado, pues Leo, en su despreocupación característica, la había dejado ladeada al marcharse. Y mientras la acomodaba en su posición exacta, un pensamiento cruzó su mente: la reunión de Shanghái que Julian había manejado solo.
—Por cierto —agregó, girándose hacia Julian mientras se ajustaba la carpeta bajo el brazo—. ¿Podría pasarme la grabación de Shanghái ahora mismo? Me gustaría ir avanzando con las notas apenas llegue a mi oficina —su tono era relajado, el de una colega pidiendo un recurso, no una subalterna solicitando un permiso. Había una calma en sus ojos que antes no estaba allí cuando se dirigía a él. No era confianza ciega, sino la seguridad profesional de quien sabe que su trabajo es valioso y que su lugar está ganado.
—Claro —asintió Julian, y una sonrisa genuina —inusualmente cálida— le afloró en los labios mientras deslizaba el dedo por la pantalla de su celular. Buscó entre sus archivos hasta encontrar la grabación y activó la función de transferencia inmediata. Su dispositivo, un AEGIS Nexus-3 en un elegante color gris pizarra, era el tercer y más avanzado modelo de la serie, aún no lanzado al mercado.
Estos prototipos contaban con un sistema de intercambio de datos casi instantáneo entre dispositivos de la misma línea—una ventaja que Julian, como cabeza de la empresa, y Evelyn, como evaluadora interna de confianza, disfrutaban en primicia.
Evelyn, comprendiendo el gesto, sacó su propio Nexus-3 —idéntico al de él, salvo por el color, un negro azabache— y activó la misma función con la familiaridad ganada después de haber probado cada iteración del sistema. Un suave ding confirmó la transferencia exitosa.
—Listo. Gracias —dijo ella, guardando el teléfono con un movimiento sencillo.
—Cuando quieras —respondió Julian, con un tono que sonó casi despreocupado.
Evelyn esbozó una leve sonrisa de vuelta —un gesto breve y profesional, pero sin la rigidez de antes— y se dirigió hacia la puerta. Al cerrarse tras ella, Julian se quedó mirando el vacío que había dejado, y una sensación de frescura, de ligereza inusual, se extendió por su pecho. No era solo satisfacción por el trabajo bien hecho... era algo más, algo que tenía que ver exclusivamente con ella.
---
Evelyn se acercó al ventanal panorámico de su oficina, esos cristales de piso a techo que convertían el horizonte urbano en un cuadro vivo. El sol de las cuatro de la tarde bañaba los rascacielos con una luz áurea que anunciaba el crepúsculo. Se había levantado de su silla casi por instinto, el cuerpo demandando estirarse después de horas sumergida en informes y proyecciones.
La jornada había sido intensa.
A las dos y media, acompañó a Julian a uno de esos encuentros discretos que definían el verdadero poder: una partida de golf con un hombre de mediana edad cuya influencia en el país era tan silenciosa como decisiva. Fue una de esas "reuniones de calidad" donde las conversaciones confidenciales se camuflaban entre palabras elegantes y risas medidas. Sesenta minutos precisos de diplomacia corporativa, hasta que la llegada de otros "amigos" del anfitrión marcó su retirada discreta.
Ahora, de vuelta en la fortaleza de AEGIS, cada uno había regresado a su respectivo universo de responsabilidades. Evelyn contemplaba el cielo que comenzaba a teñirse de naranjas y púrpuras, consciente de que, según el guion no escrito de los últimos tres años, le esperaban al menos tres horas más de trabajo—ya fuera en su oficina o, como era habitual, en la contigua, bajo la atenta mirada de Julian.
Pero entonces, dos golpes nítidos en la puerta quebraron su contemplación.
—Pasen —dijo, y la puerta se abrió.
Evelyn contuvo una leve sorpresa al ver a Julian cruzar el umbral. Racionalmente sabía que, como dueño de la empresa, podía moverse con libertad absoluta por cualquier espacio—excepto, quizás, el baño de mujeres—, pero verlo allí, en su territorio, le resultaba... inusual. "¿Vino a darle más trabajo?", pensó con ese reflejo condicionado por tres años de verlo materializar tareas de la nada, como un mago sacando proyectos interminables de su chistera ejecutiva.