Como el agua y el aceite

5A

El verano ya se ha terminado, demasiado pronto, como siempre. Me encuentro por los pasillos del colegio con una mochila cargada de libros y un ánimo por los suelos. Al parecer el panel informativo de la planta central indica que estoy en una clase llena de alumnos con los que no he hablado antes y mi moral baja aún más. La mayoría de mis amigos están repartidos en las otras dos clases del curso. Por lo que he visto el único que está conmigo es Raúl y a veces se pasa de gracioso. El típico guapito que no acepta un no por respuesta y claro, por mi parte ya ha recibido unos cuantos.

Veo la rubia melena de mi amiga Ana entre una multitud de alumnos y me adelanto para saludarla. Se quita los auriculares y se lanza a darme un abrazo en cuanto me ve.

- Ale, ¡menuda ilusión verte! –se para y se me queda mirando de arriba abajo–. Has vuelto a crecer este verano. ¡Me vas a dejar enana!

Contengo una risita. Sé que exagera porque ella es bajita y tiene una increíble obsesión con esto de la altura.

- Y tú más morena y más rubia ¿qué tal por las islas...?

- Galápago –se me adelanta–. ¡Bien, estupendo! Te iba a volver a llamar hace unos días pero me costaba una millonada y decidí esperar a contártelo todo en persona.

Es gracioso que una persona que se va un mes de viaje por lugares exóticos te hable sobre el dineral que cuesta llamar por teléfono pero se lo perdono porque sé que nos habrá traído un montón de baratijas e historias que contar sobre chicos misteriosos y socorristas guapos hasta rabiar.

Ana es amiga mía desde que tengo memoria. Siempre había sido la típica niña delgaducha y pequeña hasta que con catorce años nos impresionó a todos a la vuelta de verano. Su pelo pasó de tener trenzas a caerle en una cascada de rizos dorados. Su cuerpo cambió también y aparecieron unas curvas asombrosas. Los chicos siempre dicen que es de altura reservada pero bien proporcionada. Y si a eso le añades una personalidad desbordante y llena de vitalidad, pues es un imán para el género opuesto. Ante los constantes viajes de su padre, un pez gordo de la industria de la música, siempre ha vivido con su madre rodeada de caprichos. Ella fue mi paño de lágrimas cuando mi padre dejó de venir a vernos después de rehacer su vida con otra mujer en Bélgica, así que siempre le estaré agradecida.

A nuestro encuentro se suman Ángela, con la que completamos la Triple A, y algunos de los chicos, Xabi, Oscar, Javiku y compañía. Es el reencuentro oficial de después de verano y todavía estamos contando anécdotas cuando suena el timbre que indica el inicio de las clases.

El día pasa relativamente rápido entre presentaciones de profesores y asignaturas. El ambiente de la clase parece ser mucho mejor de lo que me había esperado y cuando toca el timbre que da por terminada la última clase del día, salgo del edificio y los recién salidos rayos de sol me acarician la cara. El último curso ha empezado con buen pie y de momento no pido más.

Camino hacia casa charlando con Fra y cuando llegamos veo el coche de Nora aparcado abajo, en doble fila. Recuerdo que ayer volvían de su luna de miel por las islas griegas. Subo a casa y veo el salón lleno de cajas. Me da que toca mudanza así que me apresuro a ir a mi cuarto. Alguien toca la puerta nada más sentarme en la butaca de mi habitación y una parte de mi tiene la esperanza de que no sea Nora.

- Ale, hermanita –se abre la puerta–. ¡Ya estoy en casa!

- Hola Nora –saludo con la cabeza.

- Allegra –habla seria y estoy segura de que no le ha parecido suficiente entusiasmo–, ya que no te veo muy animada ¡te enseñaré las fotos de nuestro viaje! Vas a ver qué de sitios tan alucinantes hay por el mundo. Igual puedes fichar alguno para cuando te toque a ti –me guiña un ojo–. Aunque tendrá que ser después de ayudarme con la mudanza. Serán un par de cajas lo prometo. Puedes descansar un rato hasta que vengan a recogerlas con el otro coche.

En algún momento iba a pasar. Claro que con Nora todo es pronto y al grano. Finalmente le ayudo a terminar de empaquetar sus cosas. Mamá convertirá la habitación de Nora en la habitación de invitados y Nora dice que no podrá sentirse cómoda en su nuevo hogar si no se lleva parte de su habitación, así que estamos llenas de cajas en una habitación cada vez más vacía. Me pregunto si alguna vez querré formar otro hogar con alguien. Este es el mío. En la casa donde he vivido desde que tengo uso de razón con mi madre, mis hermanos y nuestros amigos pululando siempre. No me imagino más segura en otro sitio y realmente lo intenté el verano que estuve en casa de mi padre en Amberes, pero no hubo forma. Por suerte, Nora me saca de mis cavilaciones.

- Ale, guarda en esta última caja las fotos de las paredes, por favor. Estarán aquí de un momento a otro.

- ¿Vas a llevarte las fotos también? –pregunto molesta.

- Por supuesto, quiero ponerlas en mi casa. Ya te haré una copia si quieres conservar alguna.

Comienzo a despegarlas de la pared y del corcho. En muchas aparecemos nosotros y los amigos de Nora pero veo una que me enfurece.

- ¿Por qué sigues teniendo esta foto?

- ¿Cuál? –echa un vistazo– Ah, esa. Es nuestro padre, Allegra.

- ¿El mismo que no ha ido a tu boda, quieres decir? Ni me acuerdo de la última vez que nos visitó.

- Ale, no seas egoísta. Trabaja y viaja mucho, además también está Jeanine, ella es parte de su vida ahora. Es difícil para él compaginarlo todo. Vivimos muy bien, no podemos quejarnos.

- Enviar una transferencia bancaria con varios ceros cada mes para que te puedas permitir tus caprichos no le hace un buen padre.

Nora me mira exasperada y sé que he herido sus sentimientos pero tal vez es hora de que le queden claras algunas cosas. Nuestra madre también trabaja mucho para no ser una mantenida a través de ese dinero.

- Kike ya está aquí. Baja las cajas de ropa y ve en su coche. Yo llevaré el resto de cosas en el mío.



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 28.10.2020

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