El reloj ha sonado esta mañana como un martillo taladrándome el cerebro. Hoy por suerte o por desgracia es el último día que trabajo en la consulta. Llevo trabajando aquí un par de años, cuando estoy de vacaciones relevo a la secretaria del doctor Castaño. En un principio mi idea era continuar algunas tardes durante el curso para seguir ahorrando pero el doctor se ha negado por completo. Quiere que me dedique a la carrera únicamente. Carrera que él va a pagar, como lleva haciendo con todo mis gatos desde que le conocí.
Roberto Castaño no solo ha sido mi tutor legal los últimos siete años de mi vida. Es más que eso, un ángel de la guarda y prácticamente un padre. Se hizo cargo de mí cuando no me quedó nada. Me trajo a España y me dio educación y cariño. Por estos motivos siempre intento tener algún trabajo o alguna actividad con la que yo me gane el dinero. Mi ocio quiero pagármelo yo porque él ya me ha dado una nueva vida. En mis años de internado, yo era el ayudante del jardinero y a cambio, la directora me daba algún billete suelto. Con eso y algunas pagas del resto de la familia por alguna actividad he ido ahorrando. Me puse hecho una fiera cuando no me permitió ayudar más en la consulta ahora que estoy en Bilbao viviendo.
- Oye, joven –oigo.
Detrás del mostrador no hay nadie.
- Aquí abajo –me dice la voz.
Me levanto a mirar y veo a la señora Olmedo, una gran amiga de la familia. Es tan pequeñita que es fácil no verla. Su cara está llena de arrugas y cuando me percato de su presencia se sintonizan todas ellas para formar una sonrisa encantadora.
- Hola Olga, ¿quiere que le ayude en algo? ¿Alguna receta? ¿Un té acaso?
Salgo del gran mostrador de la recepción de la consulta y le tiendo el brazo.
- Gonzalo, querido, tan amable como siempre. Ya me ha dicho Rober que vas a faltar por aquí. Ven algún día a visitar a esta anciana, como cuando veníais a casa Enrique y tú a por galletas.
No puedo reprimir la sonrisa. Cuando llegué a España y estaba aterrado ante lo desconocido, me calmaba ir a su casa y comer galletas viendo dibujos animados.
- Por supuesto, lo haré.
- Estas manos ya no están hechas para cocinar pero algo haré si me llamas con antelación. Acompáñame a la puerta y luego ve donde Roberto que tiene algo que decirte.
- Con mucho gusto.
Entro en el despacho de Roberto con un café con pastas porque he aprendido que sea lo que sea lo que tenga que decirme se lo tomará mejor con un buen café. Está mirando unos informes y no levanta la cabeza.
- Hola Gonzalo, ha llamado Kike, quemará la consulta si no te doy la tarde libre y ayudas con la mudanza de Nora.
- ¿Nora de mudanza? Me parece que prefiero quedarme –suplico.
- Eso le dije yo –aparta la cabeza de sus asuntos y me mira sonriendo–. Pero no parece que tengas posibilidades de salirte con la tuya esta vez.
- Está bien, lo he cogido. Dame la dirección.
Nora vive en una calle bastante céntrica en Bilbao y la ciudad está abarrotada de coches. Para ser septiembre hace un calor de mil demonios así que lo primero que haré al llegar a la nueva casa será darme un chapuzón en la piscina. Van a vivir en una zona prácticamente residencial en Santa María de Getxo, a veinte minutos de Bilbao y cerca del mar. Además, por si fuera poco hay una pequeña casa contigua que en su día sería del guardés de la casa. Me ha dicho Kike que será para cuando quiera establecerme con ellos. Estoy seguro de que no va a ser su única finalidad.
Por fin llego a la calle y veo el coche de Nora, en doble fila, esta chica es tremenda. De repente sale del portal, una chica con pelo castaño y largo. Sujeta la puerta con la pierna y se hace una coleta alta. Veo que es Ojos de miel y la carne se me pone de gallina recordando lo que pasó solo unas semanas atrás. Me fijo mejor en ella, tiene un aire desenfadado, va con pantalones cortos azules marinos y una camisa azul abierta. Por debajo lleva otra blanca más pegada y enseña menos de lo que podría. Mira el reloj y de repente su mirada se posa en mí y se sorprende. Me saluda con la mano y hago lo mismo. De repente una chica que conozco y que sí va provocando, llama mi atención.
- Gonzalo, ¡cuánto tiempo! –exclama sorprendida.
- Hola Carla, ¿qué tal te va?
- De maravilla, me han dicho que por fin te instalas aquí.
- Si, empiezo medicina en la Universidad del País Vasco.
Dirijo mi mirada hacia al portal y Allegra sigue mirándome, tiene los brazos cruzados y me hace un gesto de que está esperando. Sonrío y me encojo de hombros. Pone los ojos en blanco y entra de nuevo al portal.
- Eso es fabuloso –continúa mi vieja conquista–. Yo estoy en magisterio -mira su reloj–. Oh, llego tardísimo.
- No te preocupes, yo también tengo prisa.
- Ha sido genial verte. Llámame algún día y tomamos algo.
- Claro, estaría genial.
Nos despedimos con dos besos y me dirijo al portal. Toco a través del cristal y Allegra se levanta con una caja. Nada más abrir la puerta me la tiende.
- Yo también me alegro de volver a verte –digo irónicamente.
Me reta con la mirada y sigue colocando cajas, mis brazos empiezan a resentirse.
- Eh, que ya pesa suficiente –me quejo.
- Perdona –y coloca la última.
- Si, seguro.
- Creía que eras más duro –dice con mirada inocente.
- Y yo que tú eras más simpática.
- ¿Dónde dices que está el coche? –pregunta ignorándome.
- El Honda azul, detrás del de Nora.
Coge las llaves de mi bolsillo y se adelanta a abrir el maletero. Hacemos otro viaje al portal y una vez cargado todo ambos nos subimos al coche.
- Yo también esperaba a tu hermana. ¿A ti también te han enganchado?
- La verdad es que sí. Encima con este calor. ¿Sabes ir a la casa?
- Me llevó Kike antes de comprarla pero pondré la dirección en el GPS por si no me acuerdo. Llevo bastante sin ir por esa zona.