- ¿Por qué te lo iba a preguntar sino? –pregunta airado.
- Alguien del pasado.
- Vamos, así me aclaras todo.
- Un chico que me gustaba –accedo a responder–. Ya sabes, de verdad.
Me mira y asiente.
- ¿Estuvisteis juntos?
- No, bueno sí. Más o menos –se me hace un nudo en la garganta–. Duró poco. No pudo ser.
Miro al cristal porque no quiero que vea que se me escapa una lágrima, la seco al vuelo y cuando ya doy por terminada la conversación, él vuelve a retomarla.
- ¿Qué ocurrió? –pregunta muy serio.
Hemos pasado a algo muy personal en apenas unos minutos pero inexplicablemente quiero hablar de ello. Con alguien. Por primera vez.
- ¿La versión oficial o la otra?
- Preferiblemente la que me haga comprender por qué estás a punto de llorar.
Río amargamente y le soy totalmente sincera.
- ¿Por qué iría a contar a un desconocido lo que no he contado a mis amigos? ¿Por qué querría yo contarte algo de lo que pasó?
- Porque la gente desconocida nos dirá lo que piensa, no sabe lo que nos duele así que será franca. Tampoco tenemos ni idea de qué nos van a decir al respecto, así que su reacción es una incógnita. Y sobre todo porque es menos doloroso decepcionar a alguien quien no conoces que a alguien a quien quieres.
- ¿Siempre eres tan intenso? –se me escapa preguntar.
Se vuelve hacia mí e insinúa una sonrisa.
- ¿Y tú siempre evades las preguntas con más preguntas?
Levanto una ceja insinuando estar molesta pero acabo riéndome por lo bajo yo también. Continuamos unos minutos en silencio. La música nos reemplaza.
- Estamos empate –suelta de repente.
- ¿Empate? ¿De qué?
- Yo me desmoroné ante ti y tú ya lo has hecho ante mí.
- Supuestamente todo iba bien, eso dijiste –digo inquisitiva–. Además ni siquiera sabemos las razones.
Se encoge de hombros y sube el volumen de la música. Me recuesto junto la ventana y abro un poco la ventanilla. Dejo que el aire entre y me sacuda el pelo y miro hacia fuera como si en algún lugar pudiese encontrar las respuestas a las preguntas que se han quedado en el coche.
Tras unos minutos más llegamos a la casa. Kike está esperándonos y nos abraza a ambos.
- Muchísimas gracias chicos. He tenido una operación de urgencia y como dejara tirada a Nora con esto era hombre muerto. ¿Qué tal el primer día de colegio, Ale?
- Bien, bueno, todo lo bueno que puede ser el primer día después del verano. ¿Qué tal por Grecia?
- De maravilla. Era precioso y lo hemos pasado tan bien –nos mira ilusionado–. No puedo esperar a comenzar a vivir juntos.
Gonzalo y yo nos miramos y comenzamos a sacar las cajas mientras Kike continúa contándonos momentos inolvidables de su viaje. Sé que no debería asombrarme tanto empalago teniendo en cuenta de que se llama luna de miel pero no acostumbro a ver a Kike así. Dicen que las mujeres son cursis pero a los hombres enamorados esa palabra se les queda corta.
Cuando ya está todo dentro de la casa salgo y observo los exteriores. Una piscina grande, una barbacoa, un porche cubierto lleno de flores que tiene pinta de ser apetecible tanto en noches de verano como en primaveras lluviosas y luego veo una pequeña casa al lado de la principal. La rodeo y me gusta enseguida.
- Buen refugio ¿verdad? –reconozco esa voz intimidante al segundo.
- Me ha gustado la verdad. Puede ser útil.
- Ya lo creo que sí.
Se ríe a mis espaldas y me doy la vuelta. Alzo las cejas.
- No me refería en ese sentido.
- ¿Y por qué yo sí? –finge asombro.
- Como quieras –me exaspera.
- Venga, no te piques. Ven.
Le sigo por el jardín y se quita la camiseta. No me había dado cuenta de que ahora lleva bañador. Se vuelve y me señala la piscina. Niego con la cabeza. Ni hablar.
- Tú te lo pierdes –me susurra en el oído cuando pasa por mi lado.
Un escalofrío me recorre la nuca. Es tentador pero ni si quiera tengo bikini. Llega al bordillo y se tira al agua de cabeza majestuosamente. Me ha dado tiempo a ver la flexión de cada uno de los músculos.
- ¡Buenísima! Qué pena que te estés muriendo de calor ahí fuera –va hacia el bordillo próximo a mí y se apoya con los brazos.
- Yo estoy bien, ¿tanto subo la temperatura?
He entrado en el juego y él se ríe negando con la cabeza.
- En ese caso estaríamos empate de nuevo pero descuida que ese no es el problema –se gira y se dispone a nadar pero antes se vuelve una última vez–. Y la caseta es para mí, por cierto.
Y se pierde entre brazada y brazada. Por suerte, Nora me llama para llevarme a casa de vuelta. Bueno, más oportuna que de costumbre.
- ¿Qué te ha parecido Gonzalo? –pregunta en el coche.
- Es majo, un poco sobrado tal vez –digo dando la menor importancia al tema.
- Parece que os habéis llevado bien. Lo cual es fabuloso porque necesitamos vuestra ayuda esta semana.
- ¿A qué te refieres?
Oh no.
- Tenemos que montar algunos muebles, arreglar azulejos, poner cuadros y fotos. Gonzalo no empieza la universidad hasta el mes que viene, así que puede recogerte del colegio y traerte.
- ¿Serviría de algo que dijera que no? –digo con sarcasmo.
- Serán solo unos días, lo prometo –me dice haciéndome un puchero.
- Está bien, veré como puedo organizarme.
- Podrás usar la casita del guardés cuando te apetezca.
Claro, como si no fuese a estar ocupada por otro que yo me sé. A saber lo que me espera con un hombre del que no sé qué tengo que esperar.