Como el agua y el aceite

9A

Me paso la mañana del sábado entre apuntes y palitos de queso. El sol radiante que entra por la ventana indica que en la civilización la gente está disfrutando de un estupendo día y yo estoy aquí metida. Me consuela que he conseguido convencer a mi madre para salir esta noche por la zona de bares y discotecas y llegar lo suficientemente pronto como para rendir mañana con Don Perfecto. Digo perfecto porque ya no es solo un físico, encima debe ser inteligente y trabajador. Tampoco es un espécimen asociable. ¿Qué le falla? Ya lo veremos.

Utilizo el resto de la tarde para hacer esquemas de fórmulas y conceptos, espero que así mi cabeza se líe menos. En algún momento se me ha ocurrido la brillante idea de coger el ordenador y veo un email suyo. Sé que no debería abrirlo pero qué daño puede hacerte una persona que se encuentra a miles de kilómetros de aquí y que ya no forma parte de tu vida. Más de la que esperaba, eso sí. Sé que no siento nada por él pero no sé qué pasará cuando le vea. Siempre está esa persona sin la que estás bien hasta que le ves. Y siempre vuelve y nunca es lo mismo. Me prometí que nadie volvería a poner mi mundo patas arriba de nuevo. Claro, que por aquel entonces, un mulato sexy y arrebatador no había parecido en mi vida.

Más tarde llamo a Ana para concretar la hora y el lugar en el que hemos quedado y me meto en la ducha con la música muy alta. Beyoncé y su "Drunk in love" invaden el cuarto de baño, yo me relajo y me dejo llevar.

   

Unos minutos más tarde estoy fuera en albornoz. Comienza una prueba de ropa hasta encontrar algo que me apetezca ponerme, el hecho de que Nora y su gran vestidor no estén aquí dificulta el asunto. Me aplico maquillaje, máscara de pestañas y un poco de brillo de labios, suficiente para un par de horas. Preparo un bolso y me dirijo a la parada de metro en la que hemos quedado.

- Tía, me encanta ese top –dice Ana al verme.

- Pues la falta de Nora ya está afectando a mi armario, la verdad.

- Estás estupenda, vamos.

Nos adentramos en la multitud de gente que entra y sale del metro. Es sábado y todavía hace bochorno así que todo el mundo está por la zona dispuesto a pasarlo bien. Nos encontramos con muchos amigos del colegio y conocidos. Entramos a bares, nos pedimos unos chupitos y bailamos sin parar. También veo a Gonzalo con una chica pero decido pasar de largo y seguir bebiendo.

Raúl está encantador, divertido y aunque puede que sean los chupitos de más, hoy me atrae más que de costumbre. Estoy bailando con él cuando alguien que conozco me observa. Inmediatamente el chupito de más desaparece y me quedo mirándole. Me mira divertido y me levanta el pulgar. Deseo desaparecer y para colmo se acerca con un par de amigos. La noche no ha hecho más que comenzar.

- No te cortes Ale –me dice al oído.

- Cuánto tiempo sin verte, Allegra –dice uno de sus amigos.

Miro a mi primer amor platónico, estoy confundida y él se encoge de hombros. Era una niña pero éramos los mejores amigos en el colegio. Hasta que él se fue del colegio y cambió. Ana aparece a mi lado como por arte de magia y salva la escena saludando a sus amigos. Como era de esperar enseguida hay conversación y risas. Sigo perdida en él y me fijo en cuánto ha cambiado. Lleva pantalones vaqueros y esas camisetas de pico que están de moda ahora, horrorosa, por cierto. Tiene el pelo más corto que de costumbre pero decido que sigue estando muy guapo, hasta me parece mayor. De repente una rubia enfundada en un vestido negro precioso aparece y se cuelga en su brazo mientras le da besos por el cuello, él la reconoce y se deja querer. Sigue mirándome impasible pero creo detectar en sus ojos una pizca de remordimiento, aunque si es así apenas dura unos segundos. Hoy no es noche de recuerdos. Giro sobre mis talones y voy hacia la barra. El camarero viene al instante.

- Otro de tequila, por favor.

Dejo el dinero que corresponde y me lo tomo a todo correr. Me arde la garganta pero no es nada comparado con cómo me arde la sangre de rabia. Cuando salgo del bar noto que la temperatura ha descendido aunque yo sigo sofocada, en buena parte por el alcohol. Me siento en la acera y me rodeo las piernas con los brazos. Raúl aparece, me pone su chaqueta por los hombros y le dedico una sonrisa de todo menos sincera.

- ¿Vas a hablar de una vez? –me dice impaciente.

- ¿De qué?

- Del bajón que te da al ver a Charlie.

- Nada que no se pueda solucionar en otro momento.

Acerco mi cara a la suya y sé que es un error pero la cabeza me da vueltas, yo solo quiero dejar de pensar en camisetas de pico y borrar el hecho de que Don Perfecto está aquí pero no conmigo.

No sé cómo he llegado a casa pero alguien me sostiene mientras vomito. Hago un repaso mental con las fuerzas que me quedan y me doy cuenta que no tendría que haber nadie en casa. Mamá salía este fin de semana con José, su amigo especial, Nora está en su casa nueva y Fra hoy salía hasta tarde. ¿Entonces? Lucho por darme la vuelta y veo unos ojos verdes enfurecidos. Gonzalo me mira muy serio y no dice nada. Me moja y me limpia la cara y me ayuda a ponerme el pijama. Sorprendentemente no tengo vergüenza con él pero creo que es porque todo sigue dándome vueltas. Me lleva a la cama y tan pronto como las sabanas suaves me acarician me sumerjo en un sueño profundo. En mi mente veo a Gonzalo apartándome de Raúl y luego estamos en un coche y él habla nervioso sin parar. No sé si estoy soñando o recordando.

A la mañana siguiente tengo un dolor de cabeza de mil demonios. Me levanto y veo una nota en la mesilla con el número de Gonzalo. Empiezo a recordar el papelón de ayer y no puedo evitar sentir vergüenza de mí misma. Nunca se me había ido de las manos de esta manera aunque no quiero pararme a pensar quién es el causante. Puede que tan solo sea yo confundida.

Cojo el teléfono y marco el número dudosa.



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 28.10.2020

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