Eric
Pestañeé, confundido, sigue pensando en el divorcio. Antes del accidente, cuando le sugerí separarnos, se negó y lloró, suplicó no dejarla, aun cuando nunca quiso casarse conmigo ni fue feliz estos cuatro años.
Pero desde que despertó solo quiere divorciarse.
—Estoy pensando que lo único que te importa es la indemnización, tal vez estoy siendo demasiado generoso —exclamé arrugando el ceño—. Te daré el divorcio, pero cambiaré la indemnización a solo $1000 dólares al mes ¿Aceptas?
Abrió los ojos como si no se esperaba este cambio en el contrato. No puedo negar que me siento victorioso a pesar de darme cuenta de que el dinero vale más para Daniela que su apuesto marido.
—Maldito —indicó apretando los dientes.
Y no pude evitar recordar como era Daniela como esposa, laboriosa, tranquila, aunque esquiva, siempre se comportaba de buena forma. Nunca se quejó, nunca noté que mi madre y hermana le hicieran algo porque cuando llegaba a casa el poco tiempo que se quedaba en mi presencia actuaba como una leal asistente que luego de cumplir sus labores se retiraba a su habitación.
Cuando la conocí de niña tuve la misma imagen, callada, tímida, introvertida, no llamaba la atención. Por eso fue sorpresa para todos al encontrarnos con ella encima de mí, ahorcándome, con una expresión de odio en sus ojos, con un semblante que jamás pude quitar de mi vida y por la razón que acepte casarme con ella pese a ser un matrimonio concertado por nuestros abuelos.
—¿Por qué quieres seguir casado con una mujer que no te gusta? —me preguntó endureciendo la mirada.
—Si me gustas —musité sin pensarlo y al darme cuenta tosí intentando fingir que no he dicho nada.
De reojo me giré hacia ella solo para ver una mueca de desagrado que es todo lo contrario a lo que esperaba. Me acabo de declarar ¿y su reacción es esa?
—¿Te gusta? —señaló sin borrar su semblante—. ¿O sea eres especial?
—¿Por qué dices eso?
—Si a mí me gustara alguien le doy como cajón que no cierra, le chupo desde los pies a la cabeza, cabalgaría al amanecer a puro pelo, y según sé, tú no has tocado jamás este cuerpo con suerte la pobre Daniela solo ha recibido un beso, todo desabrido, del día que se casó —dicho esto se desabotonó los primeros botones de la ropa mirando hacia adentro—, sus pechos lucen levantados y tienen un bonito color rosa, la piel es suave y...
Se llevó las manos hacia su espalda.
—Su trasero está bien formado —dicho esto alzó su mirada hacia mí—, o estás mintiendo o intentas ocultar que eres gay ¡Ah no, no me digas! ¡Te gusta tu cuñado y como tu esposa se parece a él sueñas con estar casado con él, pero sufres porque no puedes decirle al mundo sobre tu verdadera orientación sexual!... uhm... es interesante, pero es una historia muy trillada...
No reaccioné, bueno, yo no, pero el mini yo de mí entrepiernas se alzó con ganas luego de escuchar la descripción que hizo de ella misma pese a hablar en tercera persona.
—No soy homosexual, soy hetero —mascullé ofendido desviando mi mirada para no cohibirme ante su cuello desnudo.
Ella suspiró de mala gana antes de enderezarse en la cama.
—Bien, mira, hagamos esto, tengamos relaciones y saquémoslo el gusto, y luego cada uno a su casa y me das mi pensión de mis diez mil dólares y prometo no aparecer nunca más en tu vida ¿Estás de acuerdo? —extendió su mano en mi dirección.
Me acerqué tomándola con fuerzas.
—Pido además un plazo de dos meses, si logro hacerte cambiar de parecer, seguirás casada conmigo.
Se quedó en silencio, luego se tomó su barbilla y sus ojos que habían bajado se detuvieron en mí antes de sonreír con maldad.
—Entiendo, apuesto aún marido —y dicho esto me agarró de la entrepierna ante mi sorpresa—. Hagámoslo, veamos cuando duras cuando te des cuenta de que ya no soy la misma mujer tímida, sumisa y obediente.
Y dicho esto me empujó a la cama sin soltarme aprisionando, de forma que me hace reaccionar pese al dolor, me recuerda cuando me estaba ahorcando y sentía que iba a morir y aun así me gustaba.
Apenas caí a la cama de un salto, se subió arriba mío, sacándome todo el aire del estómago de golpe, y luego sentí su caliente lengua deslizarse por mi cuello.
—Verás una nueva imagen de tu esposa que hará que dejes de gustarte —dijo sonriendo y aplastando su entrepierna con la mía, rozándola con fuerzas—. ¿Qué se siente ser dominado por una mujer a la que solías despreciar?