Eric
Me quedé ahí, sentado, sin creer lo que estoy viendo. Mi madre y hermana maltratando a Daniela, haciéndola hacer todas las labores de la servidumbre, y estos sin hacer nada por defenderla. Veo incluso a empleados disfrutar como es maltratada.
—Mierda —digo llevándome las manos al cabello, con impotencia, todo esto lo ha estado sufriendo en silencio.
Si me lo hubiera dicho antes... no, es mi culpa. Empiezo a recordar el primer año como varias veces se acercó a mí, con timidez, queriendo decirme algo, y yo, en cambio, nunca le presté atención más preocupado por el trabajo y llenarla de regalos sin nunca darle tiempo real.
Maldita sea. No pude seguir viendo más. Tome mi chaqueta y salí de la oficina dando un portazo.
—¿Señor? —preguntó Luis, confundido, al verme salir de esa forma.
—Cancela las reuniones de hoy, no volveré hasta mañana a la oficina —le dije saliendo con premura.
Conducir a casa se me hizo una eternidad, con temor de como Daniela debe estar ahora siendo maltratada. El paisaje se me hace indiferente mientras mi mente me tortura con los recuerdos de aquellas veces que Daniela, en vez de rechazar mi compañía, se acercaba con intenciones de hablarme.
—¿Puedo decirle algo? —el primer año ella solía hablarme de usted.
En esa ocasión tomaba mi café analizando en la computadora las estadísticas de un nuevo proyecto.
—Dime —le respondí sin mirarla.
Daniela no se movió de su lugar.
—¿Pasa algo? —alcé mis ojos con seriedad notando que ante mi tono de voz y mirada ella se cohibía.
Noté como tragaba saliva y juntaba sus dos manos, en un gesto de nerviosismo. Intentó decir algo, pero su voz no salió de su boca abierta, carraspeó con suavidad y volvió a intentarlo.
—... sobre su madre...
—¿Mi madre? —arrugué el ceño sin entender qué quiere decirme—. Daniela, si te molesta que mi madre sea muy cariñosa, puedo hablar con ella, sé que no eres de contacto piel a piel y no te gusta que te toquen. Mi madre es una anciana, y no lo entiende. Solo evítala y todo estará bien. Ahora tengo que terminar esto y si quieres hablar lo hacemos hoy en la noche.
Y esa noche no volví porque tuve que viajar de urgencia. Nunca le presté atención a la angustia de su rostro, ni al temblor en su voz, solo me conformé con creer que a ella solo le molestaba lo hostigosa que puede ser mi madre con su cariño. Pero la verdad es que Daniela quería pedir mi ayuda, y yo en vez de tenderle la mano solo le di la espalda dejándola sola en esa situación. Fue por eso que los otros años nunca dijo nada, se resignó a vivir así.
Siento tanta rabia contra mí.
Detuve el auto al llegar al fin a casa y apenas entré Adela llegó corriendo desesperada a mi lado, eso me asustó de inmediato.
—Joven Eric, la señora y su hermana han sufrido un horrible agravio de parte de su esposa —dijo toda dolida y espantada.
La miré con asco, y eso ella lo notó al abrir los ojos, confundida. Esta maldita era una de las que más disfrutaba y se aprovechaba del maltrato hacia Daniela, y en esos cuatro años jamás llegó corriendo a mi lado a decirme lo que está pasando. Y ahora, en cambio, apenas me ve corre a decirme que Daniela le hizo algo a mi madre y hermana.
La empujé sin mirarla más. Hoy esta mujer abandonará mi casa. No quiero una sirvienta que no respeta a mi esposa.
Al entrar a la sala vi como mi madre y hermana amenazan a Daniela, le gritan groserías y humillaciones que afectarían a cualquiera, sobre todo a mi sensible y tímida esposa. Incluso son capaz de llamarla "infértil seca" por no haber dado luz a un hijo en estos cuatro años, no hemos tenido relaciones para que eso pasé. Aprieto los puños entrando de inmediato.
Se quedan calladas al verme, y veo como sus actitudes cambian a víctimas, reclamando que Daniela supuestamente les lanzó un balde con agua con excremento sobre las cabezas. Eso no puedo creerlo.
Daniela permanece en silencio, y aunque en un principio pareció sorprenderse con mi presencia, ahora solo cruza los brazos y sonríe apoyándose en el respaldo de la puerta. Sentí tal sentimiento de culpa y dolor, recordando como lloraba en las imágenes, como se arrastraba pidiendo misericordia, como... ¡Qué imbécil he sido!
Apresuré mi paso, sé que ella solo está sonriendo ocultando en verdad su verdadero dolor. Al llegar a su lado quisiera abrazarla, pero sé que a ella no le gusta que la toquen de esa forma, por lo que solo coloqué mi mano en su cabeza, preocupado.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Me quedó mirando como si mi actitud le sorprendiera, pero luego entrecerró los ojos, sonriendo.
—Mejor que nunca —exclamó.
Ante esa sonrisa sentí que mi pecho era atravesado con dolor, ¿Cómo no fui capaz de protegerla antes? La tomé de la mano sin pensarlo, apretando los dientes con rabia y subimos al segundo piso, directo a la habitación de mi hermana Danae.
Cuando coloqué mi mano en el picaporte, aquella se adelantó de golpe poniéndose en frente.
—¡Hermano! ¿Qué piensas hacer? —preguntó asustada, es evidente que sabe mis razones y al ser descubierta actúa de esta forma.
—Sal de la puerta, Danae ¡Sal ahora mientras aún no pierdo la paciencia! —le grité y ella se encogió espantada.
Titubeó mirándome a la cara, notando mi molesta expresión, y se alejó para refugiarse en los brazos de mi madre.
—¡Eric, esa no es forma de hablarle a tu hermana! —me reprendió.
—Madre, guarda silencio, si no quieres que a ti también te grite —le dije entrando al interior de la habitación sin soltar a Daniela.
Apenas estuvimos adentro, empecé a abrir el closet, sacando carteras y vestidos y dejándolos sobre la cama, mientras mi sangre hierve aún más.
—¿Eric que haces? —Danae intentó impedirlo.
La empujé y cayó a la cama. Apreté ambos puños, no puedo creer que todo esto estuvo pasando frente a mis ojos y en mi propia casa.