Daniela
—¿Lo dices en serio? —le pregunté para confirmar si acaso he entendido mal.
Vaya, ¿quién no querría probar el amiguito de este apuesto protagonista?, que claro le faltan varios focos dentro de la cabeza para haber sido tan tonto de no darse cuenta lo que sufrió su esposa durante esos cuatro años, pero está tan bien dotado que no puedo negarme a sus insinuaciones.
—Lo digo en serio, te doy mi palabra —y me tomó de la mano guiándome hacia su habitación.
Mi corazón palpita de la emoción, ¿Debería darme otra ducha antes? ¿Daniela tendrá algo de lencería sexy? No puedo de dejar de pensar que en un momento voy a estar cabalgando en la gloria.
Eric me sentó en su cama. Su habitación es mucho más grande que la mía, aunque no me gustan los tonos oscuros, puede ser el lugar ideal para una noche de pasión sin límites. Mi cuerpo se agita al verlo acercarse con una mirada insinuante, me cubre los ojos con un pañuelo, esto se pone cada vez mejor. Me siento inquieta, impaciente, con ganas de sentir sus manos calientes, recorrer cada parte de mi piel, sus besos deslizarse a cada rincón, su lengua saborearme sin vergüenza ni pudor, quiero todo.
Me toma de una de mis manos y lo acerca a un objeto duro y grueso, caliente y cuyo jugo se desparrama mientras lo aprieto con más fuerza. Mi cuerpo tiembla de la emoción, de solo imaginar lo que tengo en mi mano. Este hombre se las daba de ser tan reservado y en realidad es un pervertido.
—¿Puedo probarlo? —le pregunté con voz sexy.
—Claro, es todo tuyo —me susurró al oído.
Fue cosa de llevarlo a la boca cuando sentí algo extraño, está bien que me imaginaba que tendría un sabor especial, pero ¿Qué sepa a crema pastelera?
Confundida me saqué la venda solo para descubrir que lo tengo en la mano ¡Es un maldito bollo de crema! ¡¿Qué mierda con esta broma cruel?! Me quedé paralizada sin saber si acaso se está burlando de mí ¿O qué demonios?
Mi cuerpo tiembla mientras alzó mi mirada hacia su dirección, deteniéndome en su sonrisa inocente.
—¡Sorpresa! ¡Feliz aniversario de bodas! —exclamó Eric mostrándome una bandeja repleta de bollos de crema. Si supiera que odio los bollos de crema, y ahora más cuando me siento estafada ¡Quiero al abogado de divorcio ahora mismo!
Y lo peor es que no estamos solos, su asistente Luis junto al hermano de Daniela, Carlos, intentan aplaudir y puedo notar que tanto ellos como yo nos vemos bastante incómodos. Yo, porque mi supuesta sesión de sexo se transformó en una fiesta de comer bollos y ellos porque ¿Quién hace una fiesta dentro de su habitación con su mujer sobre la cama con los ojos vendados?
Quisiera escupir fuego y quemar todo.
¿Qué puede hacer una mujer como yo ante esta situación? Estoy encerrada en esta tonta novela chiclé, escrita por un escritor que escribe con los pies, atrapada en el cuerpo de la mujer más desprovista de autoestima que he leído, y con el marido más tonto de todas las novelas románticas online existentes.
Quiero llorar de la impotencia.
—Jefe, creo que su mujer no se ve nada feliz —señaló Luis cruzando los brazos.
—A mi hermana no le gustan los bollos de crema, nunca le han gustado, a mí, en cambio, me gustan. Pero creo, que esta vez sí que has metido la pata, cuñado, mi hermana está a punto de llorar —Carlos cruzó los brazos compartiendo mi molestia.
Eric se acercó a mi lado.
—¿Acaso no querías tener algo grueso y caliente entre tus manos? —me preguntó.
Mis ojos se detuvieron en él, no sé qué mirada tengo que vi que hizo el ademán de retroceder, pero lo agarré del cuello de su camisa sacudiéndolo.
—¡¡¡¡Lo que quería era tu maldito p<censura> explotando de se<censura> y bañándome con todo eso!!!!
Se quedaron todos en silencio, hasta a Carlos se le cayó el bollo que sostenía entre sus manos. Luis fue el único que carraspeó.
—Le dije jefe que era eso... —le susurró, aun así puedo oírlo.
Me eché a llorar de rabia lanzándome a los brazos de mi hermano en forma dramática y escandalosa.
—Sácame de aquí, si sigo aquí me volveré a convertir en virgen, necesito despejarme y salir de esta maldita casa —reclamé sintiendo como me acariciaba la espalda.
—Entonces hermanita, ¡¿Es noche de juegos?! —me preguntó con expresión divertida.
¿Noche de juegos? No tengo idea a que se refiere, pero suena interesante. Eso es mejor que quedarse aquí con el panorama de quedarme en la cama con mi marido y comer bollos toda la noche.
—¡Sí —respondí alzando un brazo—, noche de juegos de azar y hombrezuelos!
Eric al escucharnos se adelantó para detenernos, es seguro que tampoco sabe lo que es eso de "noche de juegos" pero no me interesa, esperando que se dé cuenta de lo que quiero, se me va a llenar de telarañas la entrepierna. En todo caso, fiel, tiene que serle Daniela, no yo que en todo caso solo quiero el divorcio y mi indemnización.
—¿Dónde creen que van? —quiso tomarme del brazo y lo esquive.
Luego con un dedo lo apunté enterrándoselo en el pecho.
—Si en verdad siente tanta culpa por todo lo que tuve que sufrir con tu madre y hermana, de todo ese maltrato, de cada humillación, de cada dolor, de sentirme tan poca cosa, de cuantas noches tuve que llorar deseando morir porque mi marido me ignoraba todo el tiempo; quítate de mi camino, y déjame salir. He pasado cuatro años encerrada en esta casa y tengo el derecho de siquiera salir a divertirme junto a mi hermano, tengo derecho de hacer por lo menos una noche lo que yo quiera ¿Te ha quedado claro, Eric Valverde?
Se quedó en silencio, noté como abrió los ojos, mientras siento que mi respiración se agita y siento el fuego de cada palabra que le acabo de decir, es como si realmente lo hubiera sufrido yo. La angustia de Daniela, ser obligada a casarse y confiarse que su marido un día la amaría como ella lo amaba, para al final darse cuenta de que ni siquiera la miraba como si fuese algo más que un simple objeto en esta casa. Y marchitarse poco a poco dentro de cuatro paredes que ocultaban su infierno.