Eric
—El primer año de nuestro aniversario Daniela me esperó en un restaurante, pidió reserva, aun sin tener demasiado dinero, lo hizo seguramente con dinero de su hermano menor, Carlos. Nunca llegué, lo olvidé, solo cuando llegué a casa me di cuenta de que ella no estaba ¿Lo recuerdas? Esa noche trabajamos hasta tarde y llovió a cántaros. Estando en casa, recibí un mensaje de Daniela preguntándome si iba a ir, le dije que llovía demasiado y que mejor volviera a casa. Pero ella no me dijo que no tenía dinero para volver, yo creía que tenía la tarjeta que le había dado. Llegó horas después, empapada, y negándose a hablar, entró a su habitación. Siempre creí que solo hizo eso por estar molesta, tenía una rabieta, y por eso mejor la dejé sola. Enfermó y estuvo en cama con fiebre, alucinando, la cuidé toda la noche hasta que se recuperó, pero siendo un cobarde no fui capaz de darle la cara y la dejé, apenas comenzó a dormir recuperada. Esa fue la última vez, la única vez que ella quiso celebrar nuestro aniversario. Los años siguientes no habló más de eso, y comenzó a esquivar mi compañía... hip
—Fuiste un idiota ¿Podrías haberte disculpado y pedirle que te diera de palos por tonto y egoísta? —exclamó Luis, ya borracho apoyando su cabeza en la barra del bar.
—¡Oye! No abuses, borracho o no sigo siendo tu jefe —le dije intentando mantenerme sentado y quieto, pero mi cuerpo no deja de tambalear.
—Tenías a una chica linda, amorosa, y lo echaste a perder, y sigues metiendo la pata, jefe. Yo te dije que ella quería sexo, que la rellenaras como pavo, no que le dieras bollos rellenos ¿No sé como usted es uno de los más grandes genios empresariales del país si no entiende algo tan simple?
Chasqueó la lengua. Arrugué el ceño sirviéndome otro trago.
—Tú no sé quién te crees para darme consejos, eres homosexual ¿Qué vas a saber de mujeres? —le reclamé antes de beberme todo el alcohol del vaso.
Se echó a reír golpeándome el hombro con fuerzas.
—Pero a diferencia suya, mi vida amorosa es activa, yo por lo menos tengo una relación sana y afectiva con Carlos y, en cambio, en tu caso, Daniela, no te quiere ni ver —se echó a reír—, no voy a olvidar nunca sus palabras mientras sostenía ese bollo de crema...
Se echó a reír hasta caerse de la silla y quedarse tirado en el piso.
—Idiota —mascullé de mala gana—, ¡Y no me tutees! Soy tu jefe, fuera de la oficina y dentro soy tu jefe...
Carraspeé maldiciendo. Se supone que habíamos venido aquí a beber y despejarnos, luego de que Daniela saliera con su hermano y no volviera a contestarme el teléfono, solo quería beber algo y ordenar mis ideas, las palabras que me dijo antes hicieron mella en mi culpabilidad. Ella tiene razón, fracasé como marido, no fui capaz de darme cuenta de lo que sufría y no la defendí ni cuidé como debería haberlo hecho. Ella en realidad me odia y no sé si estos dos meses que le pedí pueda en verdad hacerla cambiar de opinión.
Escucho a Luis roncar acomodándose en el piso y me levanto arrastrándolo a un sofá dentro del lugar en donde se acurrucó a dormir como si fuese su casa.
—¿Viste a esa chica? Sí que está bien loca —dijo una mujer a otra antes de echarse a reír.
—Sí, pero tiene razón en sus reclamos —respondió la otra riendo.
Bufé con aburrimiento y desvié la mirada pensando que ya debería volver a casa y cerciorarme si Daniela ya ha vuelto. Intenté caminar, pero el mareo me empujó a caer sentado al lado de Luis.
—¿Cómo dijo que se llamaba ese tipo que dijo odiar? Era algo así de Heriberto...
—Eric Valverde —le corrigió la otra mujer.
En ese momento escupí el alcohol que tenía en la boca. No sé si sea coincidencia de nombre, pero algo me dice que no es así. Me coloqué de pie acercándome a las mujeres y sin pensarlo me aferré al hombro de una de ellas.
—¿En dónde está esa mujer? —las interrogué en el acto.
Al principio se asustaron, pero luego mantuvieron la calma antes de responder.
—¿Te refieres a la mujer que cantaba que odiaba a su exmarido? Ella está en el karaoke...
—¡Gracias! —le dije soltándola y dirigiendo mis pasos a ese lugar.
El ruido ensordecedor me mareó unos segundos, el alcohol en mi sangre no me permite caminar en forma segura y me tambaleo afirmándome a los pilares, viendo la algarabía que se ha formado. Todos corean siguiendo el ritmo de la canción y sobre la mesa una mujer, evidentemente borracha, canta.
—¡Laucha de dos patas, animal carroñero...! —grita aquella extendiendo sus brazos, y puedo notar que se trata, precisamente, de mi esposa.
Daniela no deja de cantar subida en la mesa, danzando de lado a lado, de solo milagro no cae de la mesa. Mientras mi cuñado le hace coro y se ve tan mal como todos, pues de repente se cae al piso y se echa a reír como loco ¡¿Qué le pasa a esos dos?! ¿Y mi esposa? ¿Por qué desafina tanto? Deberían cantar como los ángeles y en vez de eso canta como el lamento de los demonios en el infierno.
—¡Tú desafinas como mi abuela! —grité y las miradas de todos los presentes se dirigieron hacia mí.
—¡La laucha de dos patas! —respondió Daniela apuntándome, groseramente, con un dedo—. ¡¿Qué sabes tu maldito marido infiel lo que es cantar?!
Me rasco la barbilla ¿Yo, infiel?
—¡Oye, soy virgen, nunca me ha acostado con ninguna mujer!
—¿Lo dices en serio? ¿Ni siquiera conmigo, que soy tu esposa y estuve casada contigo por cuatro años? —respondió molesta—. ¿Y de qué sirve que Dios te haya dotado de tremenda herramienta y sino la usas? ¿Eres idiota o te caíste al nacer?
—¡No necesito experiencia para saber como usarla!
—¡Ah, sí que no, señor virgen! ¡Demuéstralo entonces!
—¡Bien, ven acá!
—¡Ven a buscarme!
—¡Bien!
...
Y luego de eso no recuerdo más, solo que ahora he despertado en un motel de mala suerte lleno de juegos extraños, con un sofá de curva extraña, látigos colgando, e imágenes totalmente inapropiadas, un enorme espejo en el techo, un televisor que no deja de transmitir pornografía y con Daniela sentada a mi lado mirándome como si estuviera mirando al mismo demonio.