Las nubes negras cubrían hasta el rayo de luz más resplandeciente, la tarde se confundía con la noche, Celeste comenzó a correr, las sombras tenebrosas que proyectaban los relámpagos a la lejanía la asustaban, miro a su alrededor añorando el pasado; el jardín de los Márquez había poseído la fama de ser uno de los jardines más hermosos de la zona, pero ahora solo quedan los recuerdos de aquellos días de gloria.
Nada sobrevivía en aquel jardín hasta las rocas parecían marchitarse, su Tía Lara solía relatar historias de que el jardín estaba infestado de espectros que absorbían la energía vital del jardín y que por las noches se escuchaban los lamentos de aquellos que debían atravesar el umbral para abandonar este mundo.
Sacudió compulsivamente la cabeza tener ese tipo de historias en la mente no la ayudarían a llegar a la mansión. Ingreso por la puerta trasera que daba exactamente a la cocina y ahí vio a su Tía en la ardua labor de llenar charolas.
-Tía, te has olvidado de tus medicamentos. –Debo haberlas olvidado con todo el preparativo de la fiesta de bienvenida para el señor Enrique. ¿señor Enrique? ¿quién es ese personaje? - ¿personaje? Es el mayor de la familia Márquez, vuelve a casa después de casi 10 años de estar estudiando y dirigiendo los negocios de su familia. ¿y es guapo?
En ese preciso instante entra a la cocina la menor de los Márquez, la pequeña Marcela, que al ver a Celeste no duda en arrojarse a sus brazos, se tenían mucho afecto, tanto que Celeste la consideraba su pequeña hermana; en el emotivo abrazo Marcela susurra: es muy guapo, hasta parece un príncipe. Ante el comentario de la pequeña, Celeste se ruboriza ante el descubrimiento de hallarse infraganti.
Tomándola de la mano, ésta la arrastra fuera de la cocina, suben sigilosamente las escaleras hasta el cuarto de Marcela, mientras caminaban a su destino, Celeste se percata de la gran cantidad de invitados que presentes.
No pudo evitar lanzar un suspiro al aire mientras la pequeña se retiraba de la habitación, después de todo una niña mandona no podría ser una cosa mala, además el vestido celeste estaba hermoso.
De tiras pequeñas con un sutil escote v en la parte frontal y más pronunciada en la parte trasera, muy femenino para su gusto, pero el color celeste cielo la convenció. Formo cuidadosamente las ondas en su cabello, unas hebillas con formas de flores amarillas cumplían la misión de que el cabello no se le cayera en la cara, se miró al espejo y vio a una mujer bonita, el rubor en sus mejillas era suficiente para dar vida a ese precioso rostro, el color disparejo de sus ojos verde y azul estaban ocultas por la dilatación de sus pupilas, cosa que le agradaba, ya que no quería pasar toda la noche demostrando que eran naturales; entonces cubrió su rostro con el antifaz que hacía juego con el vestido.
Miro a través de la ventana que daba al jardín, creyó ver la silueta de un hombre, le entró el pánico al recordar las historias de ese jardín, pero debía ser valiente, como dice el dicho: no temas de los muertos, si no teme de los vivos. Volvió a dirigir la mirada hacia la pérgola, en ese preciso instante sus miradas se encontraron, las rodillas le temblaron y un escalofrío empezó a ascender por su espalda.
Se encontraba en sus sueños, ante aquellos inmensos ojos azules, se conocían de otra, se conocían de otro mundo, las sombras de la oscuridad ocultaban el rostro de aquel misterioso caballero:
Aquel relámpago cayo tan cerca de su ventana que la despertó, sobresaltada pensó en lo real del sueño, hasta que se dio cuenta que llevaba puesto un vestido celeste.