Jonathan
La tarde pasó tan tranquilamente que no fui capaz de relajarme.
Katherine estaba empeñada en que yo me tragara el cuento de que no me guardaba rencor, pero eso era imposible, ella era Katherine Montenegro, una bomba de tiempo andante. Me erguí y visualicé de nuevo la pizarra en donde ella colocaba todas las fotos que iba revelando. Entonces, por más que lo pensara que esta fue la que usurpó el material de otra persona, seguía siendo demasiado ilógico. Deseé encontrarle un sentido, pensando como loco en todas las posibilidades. Y en un instante de iluminación, una de las frases que Katherine pronunció aquella noche llegó a mi mente.
¡Esa no soy yo! ¡Créeme! ¡¿Cuándo pude haber tenido tiempo para hacerlo?! Vamos Jonathan, soy mejor que esto.
Pasé una mano por mi cabello y lo alboroté, el recordar esos sucesos me hacía flanquear. En esos días, pude percibirme como una persona que se dirigía hacia al mismo abismo y no hacía nada para retroceder. Era como alguien que no comprendía la forma tan sencilla que existía para detenerse y seguir por el camino correcto. Los momentos más preciados de mi vida los pasé al lado de la chica a la que acusé sin piedad, la única capaz de quedarse conmigo sin tener excusas, siempre apoyándome, brindándome una sonrisa... todas esas cualidades que debí considerar antes de juzgarla sin piedad.
Caminé hasta la repisa del armario, con la intención de elegir alguno de mis catálogos, en donde se encontraban las obras que más me gustaban y los pintores que yo más admiraba. Cuando era joven, nunca llegué a considerar que podría tener la oportunidad de estudiar lo que deseaba; era algo que ni siquiera Katherine supo que yo quería, ya que no se lo revelé. Pero para mí, también había sido una colosal sorpresa su renovada personalidad. En aquel pasado borrascoso, su vida estaba tan saturada de problemas que, yo lo que menos buscaba era agobiarla con los míos. Pero al final, terminé explotando de la manera más desastrosa, como sólo un Parker sabe hacerlo. Como solamente un Parker sabe arruinarlo.
La ansiedad seguía estrujando con fuerza mi estómago, era muy tarde y Katherine no tenía la decencia de aparecerse. Observé con inquietud el reloj de pared, ya iban a dar las once y media de la noche.
—No sé qué pasa por la mente de esta mujer—suspiré irritado—. ¿Por qué no ha vuelto?
Es muy obvio, quiere pasar el menos tiempo posible con un hombre como tú.
Sacudí la cabeza, ahuyentando los malos, pero posiblemente acertados pensamientos. Me dejé caer en la cama de un impulso, y entonces coloqué mis brazos por encima de mis ojos, cubriéndolos de la luz del foco.
— ¿Por qué tiendo a ser un idiota?—me atreví a indagar en mi interior, pero la respuesta no florecía de ningún lado, hasta que mi subconsciente se dignó a responder, con lo que parecía una voz demasiado aguda.
—Ser un idiota no se hace, se nace.
Fruncí los labios y segundos después escuché la risa tosca que tanto conocía. Me incorporé y miré a Katherine como si tuviera años sin saber de ella.
—Tranquilo, no estaba muerta—se encogió de hombros y me dedicó una de sus sonrisas radiantes.
Demasiado extraño.
—Deberías tener más cuidado, en resumidas cuentas, aún eres una mujer—dije procurando hacerle notar mi preocupación, pero al parecer tuvo un doble significado. Porque sentí que lo tomó como una ofensa.
—Vaya... Gracias—contestó formando una línea fina con sus labios.
—Sueles dar miedo cuando te encuentras en este estado—volví a hablar para aligerar la atmósfera, pero fracasé de forma desastrosa.
Todo lo que decía terminaba por ser usado en mi contra. Nada me salía bien.
—Creo que fuiste tú quien lo ha hecho aflorar—curvé mis labios para concederle una sonrisa ladina, por fin empezaba a actuar como la orgullosa Montenegro que su padre había criado; pero al darse cuenta de su cambio de carácter, negó con la cabeza y me miró con fingida pureza—. Pero no le des tantas vueltas al asunto, sabes que yo no soy una persona desconsiderada con la gente que me importa.
Con la gente que me importa. Parpadeé varias veces, asimilando que ella acababa de testificar que aún poseía un lugar en su corazón. Quise brincar de gusto, pero luego arrugué la frente, no tenía por qué alegrarme por ese tipo de palabras vacías.
—Ya sé que me odias con toda tu alma, no quieras engatusarme con esas palabras baratas—ella hizo una mueca de dolor y suspiró.
—Pues sí, la verdad es que te detesto con cada fibra de mi hermosa figura creada por las papas fritas y las gaseosas—declaró posicionando las manos como jarra en su no muy firmes caderas, pero eso era lo de menos.
—La figura de una chica está sobrevalorada—entrecerré mis ojos, escaneando cualquier imperfección que estuve a punto de dejar escapar—. Ya nadie se interesa por las chicas con figura de modelo, lo de hoy es tener más inteligencia, personalidad.
Al parecer mi intento por hacerle ver la realidad del asunto no provocó otra cosa más que esa risa repleta de graznidos característica de la Katherine joven, me molesté un poco adivinando la razón de su instantánea histeria.
Editado: 07.12.2020