Jonathan
Las cosas se tornaron demasiado extrañas con Katherine. Ya no sabía que pensar de sus nuevas actitudes, pero no comencé a preocuparme realmente hasta que la miré sentada en la habitación teniendo una charla muy amena con Isabela. Parpadeé varias veces para asegurarme que lo que veía no era una alucinación y cuando mi compañera me vio congelado en el umbral de la puerta, me hizo una seña para que pasara y me acercara. Al parecer llevaba lo de ser animadora muy en serio. Después del escandaloso altercado que tuvieron ellas dos, conversé con Sarah al final de la práctica y expresé que no estaba interesado en ser parte del equipo. La sorpresa de mirar a Katherine aquel día me había hecho olvidar que yo buscaba salirme de ahí en cuanto pudiera, pero una vez recuperé los sentidos, fui directamente con la capitana para contarle de la pesada broma que Zac me hizo. Ella me miró con pesar y aceptó. Sarah sabía tan bien como yo, que no era el tipo de persona que le gustaba involucrarse en esas actividades y yo pensaba que Katherine tampoco era una de ellas. El sábado por la tarde se presentarían los animadores en el juego del campus, obviamente sin las dos problemáticas. Usualmente el departamento de arte y diseño nunca nos mezclábamos con los de otras áreas o entrábamos a talleres deportivos, pero siempre había excepciones, como Isabela, en donde no podían abandonar completamente su pasatiempo de la adolescencia.
Una de las razones por las que no podía terminar de odiar a Isabela—por más exasperante que resultara—era porque sabía muy bien como se sentía estar en sus zapatos. Era como yo, la hija de una familia adinerada con mucho prestigio, la cual esperaban estudiara cerca de casa algo relacionado con economía, simplemente para aparentar tener una carrera. Debido a que lo que en verdad buscaban era prepararla para ser una novia, casarla con alguien del que pudieran sacar provecho y tenerla como la perfecta ama de casa. Una que organizara fiestas y eventos de caridad. Pero ella siempre había sentido una tremenda pasión por el arte, justo como yo. Era bastante difícil seguir nuestros sueños creciendo en aquel tipo de ambiente tan hostil y controlado, donde teníamos que hacer las cosas como nuestra familia deseaba o éramos desterrados completamente. Jamás me atreví a hablar de lo que deseaba en voz alta porque entendía lo inútil que era. Nunca pensé que terminaría estudiando lo que más me apasionaba y todo era gracias a mi hermana mayor. Beatrice había sacrificado al amor de su vida para asegurarse que yo viviera la vida que deseaba. No fue hasta que accedió casarse con aquel magnate quince años mayor que ella, que mis padres finalmente me dejaron ir. Desde que abandoné la casa en contra de su voluntad, me convertí en la oveja negra de la familia. Y aunque no cortaban mis ingresos simplemente por las condiciones que Beatrice impuso para contraer nupcias con aquel hombre, nunca perdían la oportunidad para reprocharme en lo que me había convertido. Que les resultaba decepcionante y que no podían concebir la idea de tener un hijo “artista”.
— ¿Por qué te miras tan afligido? —preguntó Katherine con curiosidad.
El que siguiera leyendo tan bien mis emociones, me tomó desprevenido. Algo que me llamó la atención desde el principio sobre ella, era la gran capacidad que poseía para entender como me estaba sintiendo. Resultaba muy liberador conocer una persona con la que no necesitara pretender estar bien en todo momento, y si siquiera lo intentaba, ella se daría cuenta que algo no andaba bien. Katherine fue ese torbellino de aire fresco que le faltaba a mi vida, y si no hubiera sido por su compañía en aquella época tan oscura y repleta de incertidumbre, tal vez ya no siguiera respirando.
—No es nada. Sigan trabajando en lo suyo.
Sus ojos me indicaban que sospechaba que ocultaba algo más, pero a diferencia de antes, ya no se inmiscuía para nada en mis asuntos. Asintió y regresó sin rechistar a su tarea. Vibró mi celular en el bolsillo de mi pantalón y salí a contestar la llamada. Era mi hermana.
Hablando de la reina de roma. Me recorrió un escalofrío. Era un poco perturbador que me hablara justo cuando pensaba en ella.
—¡Hola, Johnny! —gritó desde el otro lado de la línea.
Tuve que alejar un poco la oreja de la bocina antes de que terminara por dejarme sordo. Sin embargo, no tenía el corazón para decirle que cambiara ese hábito suyo de alzar la voz cada que se emocionaba.
—Hola, Beatrice.
—Qué bueno que contestaste pronto. Necesitaba urgentemente ponerme en contacto contigo.
—¿Ah sí? —algo en aquello no me daba buena espina—. ¿Y eso a qué se debe?
Beatrice carraspeó.
—Pues estoy de visita en la ciudad y nuestros padres han decidido acompañarme. Así que organicé una cena mañana para que podamos conversar los cuatro. ¿Qué te parece?
Si había algo que odiaba de mi hermana, era su insistencia en que arreglara mi relación con mis padres. En verdad me frustraba que intentara reconciliarnos cada vez que podía. No entendía que siempre que nos veíamos terminaba mal.
—No iré—sentencié.
Ella suspiró, para nada sorprendida de mi negativa.
—Vamos, Johnny. No te cuesta nada pasar una cena con nosotros. De por sí ya nos vemos muy pocas veces al año, si seguimos así de distanciados, solo nos encontraremos de nuevo en el funeral de alguno.
Editado: 07.12.2020