Katherine
Después de la primera plática sincera que tuve con Jonathan, el ambiente se aligeró demasiado entre nosotros. Y si bien aún resultaba bastante incómodo quedarnos a solas, porque ninguno de los dos sabía que decir, por lo menos ya no estaba presionada por fingir mi personalidad frente a él. De vez en cuando lográbamos convivir mientras nos preparábamos para dormir y en algunos casos más raros, me contaba un poco de cómo le iba en la universidad. El tiempo siguió transcurriendo de esa manera y cada quien estaba dirigiéndose a donde siempre quisimos llegar, sea juntos o separados. Las pasantías con el fotógrafo también iban excelente. Era unos diez años mayor que yo, lo que me cohibió un poco al principio, pero su cara amigable y su amena personalidad, pronto me hicieron sentirme cómoda y poder poner todo de mi parte para aprender lo máximo posible. Realmente era cansado tener que dividirme entre los proyectos universitarios y los de mi trabajo, que me obligaban constantemente a mantenerme despierta hasta altas horas de la noche, interrumpiendo los lapsos de sueño de Jonathan, pero aún con eso estaba bastante agradecida de que él no dijera nada y simplemente se levantara a pintar en silencio. Ambos comenzábamos a acostumbrarnos a esa rutina, que si bien no tenía nada que ver con una amistad fuerte o algo más que eso, nos tenía bastante contentos.
—¿Ya te vas? —sentenció Jonathan, quien veía como metías todas mis pertenencias de golpe a mi bolso.
—Tengo que pasar antes a la oficina de la directora, es por eso que saldré antes.
Él asintió con cautela y siguió mirando su ordenador, pues tenía tiempo trabajando en una especie de proyecto independiente. Pensaba contarle que pasaría la noche con Isabela para así no distraerlo con mis propios pendientes, pero como se sumergió nuevamente en la pantalla, decidí que sería muy imprudente y prefería mandarle después un mensaje de texto. Caminé entonces con decisión por los pasillos de la universidad, mientras me sentía extrañamente en paz. Todos esos años de culparme a mí misma por no ser lo suficientemente buena y odiarlo por abandonarme, parecían estar finalmente enterrados. No es como que de la noche a la mañana aquella cicatriz desapareciera, pero ya no pensaba en ello con tanta frecuencia y parecía que logré dejar atrás esa etapa tormentosa. Pasé alrededor de una de las áreas verdes y miré con añoranza a una pareja bastante enamorada, que se veía con tanto cariño que no pude evitar sentirme algo celosa. No es que creyera que era el momento adecuado de tener una pareja, pero por lo menos quería empezar a hacer cosas que una chica de mi edad haría, y una de ellas era tener citas con chicos normales. Me mordí el labio cuando la imagen de Jonathan vino a mi mente y negué rápidamente, al parecer, un poco de mi corazón aún seguía con él y presentía que pasaría un buen rato antes de que pudiera sacarlo definitivamente. Si es que eso llegaba a pasar. Alguna parte en mi interior, me decía que jamás sería capaz de olvidarle por completo, pues siempre representaría una parte importante en mi pasado. Y como mi primer amor, por supuesto que quedarían algunos sentimientos por él, nada con lo que no pudiera lidiar o que me impidiera seguir adelante.
Cuando llegué a dirección, después de mi corto viaje por mis memorias, llamé a la puerta y esperé que me dejara entrar.
—Hola, señorita Montenegro —saludó con una sonrisa la directora—. Por favor tome asiento.
—Hola, buenas tardes —contesté brevemente mientras me sentaba frente a ella.
La verdad era que me encontraba demasiado nerviosa sobre ese encuentro. Independientemente de que estaba en mejores términos con ella que con el maestro Esteban, sabía que cualquier tipo de castigo o regaño que él me brindara, nunca se compararía a ser reprendida por la máxima autoridad en la universidad. Esa misma mañana en que había revisado mi correo y verificado que tenía un mensaje de administración para presentarme en la oficina de la directora, mi corazón dio un vuelco. Nunca antes me llamaron, la única vez que fui a verla con una especie de citatorio fue el día de la pelea de mi ex compañera de habitación y su archienemiga, y aquello no terminó muy bien para mí. Así que con esos antecedentes, estaba en todo mi derecho de querer comerme las uñas del estrés.
—No tiene que lucir tan aterrorizada, no te he llamado aquí para sancionarte.
Como si me hubiera leído la mente, dejé salir el aire que estaba conteniendo de poco en poco y relajé mis hombros.
—Lamento pensar eso —me sonrojé al percatarme de lo obvia que fui con mis pensamientos.
La directora se rio ligeramente de mi ingenuidad y me entregó una especie de carpeta, la cual contenía una especie de información y fotografías de una habitación.
—Como podrás darte cuenta, por fin conseguimos un dormitorio en donde puedas alojarte. Me imagino lo incómodo que debe ser para ti vivir con mi sobrino y te agradezco de antemano por hacerlo durante todo este tiempo, pero ya no tienes que preocuparte más.
Intenté esbozar una sonrisa en contestación, pero mis comisuras temblaron. Al fin conseguí lo que tanto deseé desde el primer momento que pisé su habitación y descubrí que mi exnovio residía en ese lugar, pero ahora, ya no me encontraba tan segura de sí sentía alivio o desconcierto. Sin ser capaz de agregar nada más, salí con la información resguardada en mi brazo y me dirigí directamente a la mesa más cercana, para poder procesar mejor todo lo que pasaba. Releí una y otra vez el contenido de la carpeta y por más que buscaba algo que no me convenciera, todo estaba fenomenal. La chica solía estar ausente la mayor parte del tiempo por sus actividades extracurriculares, los fines de semana solía volver con su familia y jamás había tenido ningún solo problema con alguien. Era tranquila, las fotos del dormitorio eran estupendas, pues tenía suficiente espacio para tener su rincón de fotografía y ya no se sentiría como un bicho raro por ser la única mujer compartiendo cuarto con un chico. Sabía los extraños rumores que corrían sobre ella en el dormitorio, pues todos ellos tenían estrictamente prohibido hablar de la situación con personas ajenas, sin embargo, aún podían despedazarla entre ello y acostumbraban a ser bastante mordaces y groseros cuando compartían las áreas comunes. Suspiró mientras se recargó en la silla y pensó que era una lástima tener que marcharse justo cuando las cosas entre ella y Jonathan comenzaron a mejorar. Pero tal vez aquel era el destino que Dios tenía preparado para ellos, probablemente sus caminos solamente se volvieron a cruzar para poder aclarar sus malentendidos y que cada uno de ellos pudiera seguir adelante. Así que sin ganas de continuar caminando contra corriente, decidió que era el momento de marcharse y seguir adelante por un camino separado.
Editado: 07.12.2020