Katherine
—Katherine, ¿ya estás lista?
Me preguntó Isabela, mientras entraba en la habitación a medio vestir. La miré a través del espejo de cuerpo completo y contemplé lo hermosa que se veía con sus bucles cayendo con gracia por su rostro y su bonito maquillaje. Sin duda Edward estaría muy feliz de verla así de radiante. Transcurrieron casi dos años desde la vez que me mudé de dormitorio y unos meses después de ello, Isabela consiguió que la cambiaran conmigo, pues nos volvimos casi inseparables.
—Solo termino de colocarme los aretes y termino —espeté y ella asintió.
Por fin era nuestra graduación. Después de pasar tanto tiempo ocupadas y viviendo únicamente para nuestros proyectos y trabajos, conseguimos terminar con la universidad y abrir paso a una nueva etapa. Ambas estábamos emocionadas y muy ilusionadas de poder seguir con nuestros sueños, pues ella consiguió una pasantía en la revista de moda que soñaba, y yo seguiría trabajando con el mismo fotógrafo pero de manera oficial. Realmente estaba agradecida por las oportunidades que me fueron brindadas, pues pude poner a prueba mis capacidades en un sinfín de ocasiones. Recordé el momento en que Jonathan se puso celoso de mi jefe y me reí. Nuestra relación avanzó mucho después de aquel día en el campo de fútbol. Comenzamos conociéndonos como cuando éramos unos niños y pasamos el rato tonteando mientras cada uno terminaba sus trabajos, todavía podía ver en mi cabeza la escena en donde encontré aquellas pinturas con mi cara en su habitación. Estuve apenada por ello varios días hasta que entendí lo mucho que significaba para él y eso me hizo quererlo aún más, sin embargo, seguía sin estar lista para aceptarlo románticamente y prácticamente ligamos por más de un año antes de que me animara a darle el sí.
—¿Por qué estás tan roja?
—O nada, simplemente estaba recordando los cuadros de Jonathan sobre mí.
Isabela comenzó a reír cuando pensó en eso y quise detenerla. Luego de pasar tanto tiempo con ella y llegar a conocerle a fondo, supe lo parecida que era a Edward, así que como con él, no tenía sentido ocultarle nada pues de todas maneras terminaría descubriéndolo o deduciéndolo por su propia cuenta.
—¡Vaya, eso sí fue causó sensación en la universidad! Aún recuerdo todos los murmullos en los pasillos cuando pasábamos y te señalaban como la única musa de Jonathan Parker, eras casi como una celebridad.
Le golpeé el brazo para que dejara de rememorar ese embarazoso momento. Sacudí la cabeza, horrorizada de pensar en los murmullos y miradas de todos los estudiantes. En ese momento, el acoso por parte de las chicas hacia mi aumentó drásticamente. Si no hubiese estado acostumbrada a ese tipo de tratos, puede que llegara a deprimirme en algún punto, pero como en el pasado solía estar igualmente pegada a Jonathan y siempre fue así de popular, no era algo que me resultara nuevo o que no me esperara. Sonreí cuando pensé en la manera en que él salió a defenderme públicamente, ese chico cada vez era más audaz y nunca dudaba de mostrarle lo que sentía por mí a los demás.
—¿Entonces nos vamos? creo que ellos ya están en la puerta.
Asentí, sintiéndome de pronto emocionada y caminamos hasta la entrada, donde nuestras parejas nos esperaban.
***
Miré la gran sala de baile mientras sostenía la mano de Jonathan. Me repitió muchas veces en el trayecto lo deslumbrante que me veía y no pude evitar acongojarme, pues él también estaba increíble con aquel traje a medida. Jonathan Parker siempre fue un hombre guapo, tan atractivo que quitaba el aliento, por lo que no creía que fuera justo para mi corazón mirarlo así de hermoso frente a mí.
—¿Entonces pasamos?
—Sí, estoy lista —dije con una gran sonrisa y comenzamos a avanzar.
Las miradas se posaron en nosotros mientras descendíamos la elegante escalera, todos estaban pendientes del heredero que ganó aquel concurso europeo, el cual le permitiría irse un año a trabajar con un famoso pintor.
—Estoy bastante molesto porque todos están admirándote —susurró él en mi oreja. Me reí en voz baja.
—Estás totalmente equivocado si crees que ellos se fijan en mí. Es a ti a quién están viendo, siempre has sido tú.
Me condujo hasta nuestra mesa y me contempló por un momento antes de tomar asiento.
—Siempre has estado tan sumergida en tu propio mundo que nunca te percataste de lo mucho que tu belleza llama la atención.
Fruncí el ceño.
—¿Mi belleza? por favor, para.
Jonathan suspiró y colocó su mano en mi mejilla.
—Eres la chica más bonita que alguna vez he visto. Creéme.
Él sabía exactamente qué decir para quitarme el aliento. Desde que volvimos a empezar nuestro noviazgo, pude comprender a qué se refería cuando me prometió que todo sería de la manera en que siempre quiso. Jonathan era el hombre más dulce del mundo. Podía pasar horas mirándome en la mañana al despertar, y jugueteaba con mi cabello mientras depositaba tiernos besos en mis mejillas. Salíamos a citas cada que podíamos y siempre me sorprendía con algo nuevo. Era amoroso y me apoyaba, y aunque de vez en cuando se molestaba un poco de ver a mi jefe, jamás intentó entrometerse en ello, pues sabía lo importante que era para mí esas prácticas. Por esos detalles y muchas otras cosas más, es que comencé a amarlo hasta el grado de preocuparme que pasaría con nosotros una vez que se marchara a Europa.
Editado: 07.12.2020