Olivia no había dejado de subir y bajar las escaleras a la espera de su llegada. Una llegada que sentía calmarla, de llenar su mundo de las mejores imágenes de amor y ternura. James había enviado un mensaje anunciando que estaría de visita por la residencia Palacios, y fue gracias a eso que el suelo de la casa se movió bajo los impresionantes tacones rojos que levantaban a Olivia.
La joven se había ataviado con un despampanante vestido entallado de lentejuelas azules y plateadas, un par de zapatillas de tacón rojas y una gargantilla de oro. Se había sujetado el cabello rubio en un moño apretado y se había puesto maquillaje; unas sombras azules y el rojo carmín para sus hermosos labios delgados. Se miró en el espejo, tenía las mejillas rojas y los ojos le brillaban. Sin embargo, una parte de ella se sentía muerta. No se sentía propia, no se sentía natural, pues una parte de ella no le gustaba vestirse así, no se sentía cómoda y a veces se sentía exagerada. Pero a James le gustaba.
—¿El rabo verde no ha llegado? —le preguntó Verónica tras encontrarla sentada en la sala.
—No le digas a sí.
—Perdón. ¿El rabo verde, James, no ha llegado?
—No, no ha llegado. Pero no ha de tardar.
—Se me olvida que como está viejito, camina despacio.
—¡Ya basta, Verónica!
Entonces la puerta, en lugar de ser tocada como lo haría cualquier visita normal, fue abierta. James Cardos estaba en casa.
—¡Amor! —gritó la joven que corría en busca de sus brazos. Pero tras besarle las mejillas con efusiva alegría de rencuentro, él la devolvió al suelo con un gesto de asco.
—Sabes que odio que hagas eso. Me dejas toda tu asquerosa saliva en mi piel. ¿Te pusiste pintalabios? Doble asco para mí.
—Pensé que te gustaba.
—Me gusta, pero no lo utilices para besarme.
—Pobres de tus arrugas, ¿te las ha maquillado, James? —comentó Verónica desde el sillón.
—Ja-ja-ja. Siempre es un aborrecible gusto verte, Verónica —se burló de ella—. Pero qué cara, consíguete un novio.
—Y tú alguien de tu edad.
—Verónica —Olivia le lanzó un gruñido.
—Está bien, no los molesto más. Me iré a mi cuarto. James, no te pongas cómodo, cuando mi padre sepa que estás aquí, seguramente vendrá a echarte.
—¡Verónica!
—Ya, ya me voy.
Olivia y el aborrecible hombrecillo de ojos azules, pero amarga actitud, se quedaron completamente solos. James la dejó de lado mientras caminaba hacia uno de los esponjosos sillones de la sala, sin saber que, dentro de la habitación principal, la cual pertenecía a Nicole y su esposo, Julio Palacios, una fuerte discusión se estaba llevando a cabo.
—Es que no puede ser cierto —dijo el señor Julio pasándose la mano una y otra vez sobre la barbilla que se le tensaba de coraje y frustración—. Hemos venido a Álamos huyendo de él, y aun no puedo creer que nos haya seguido.
—A mí no me sorprende —respondió su mujer—. Liv está muy enamorada de él. Seguramente fue ella quien le dijo en dónde estábamos. ¿De verdad piensas que se tragó tu cuento de: solo venimos de vacaciones?
»Llevamos más de siete meses desde que regresamos a Álamos. Y aunque Olivia recuperó sus viejas amistades, no iba a dejar de extrañar a James de la noche a la mañana.
—¿Por qué no se consigue un novio de su edad?
—Porque James le ha dejado en claro que es el hombre perfecto para ella.
—Tiene casi cuarenta años, y aunque la edad no es una amenaza que figure en mis valores, la manera en la que Liv ha cambiado me hace pensar que es culpa de ese hombre.
—¿Y qué quieres hacer? Ya hemos hablado con ella. Al menos yo nunca lo he visto maltratarla, y en caso de que sucediera…
—Lo mato.
—No digas eso, querido. Olivia ya es mayor de edad, y no podemos obligarla a que lo deje.
—Me siento un extraño en la vida de mi hija.
—Sabes que James no la va a dejar, no hasta que logre casarse con ella.
—No lo sé. Hace algunos meses todavía tenía la creencia de que si se casaban, mi hija sería feliz. Pero con lo que Verónica nos ha dicho...
—Verónica dice una cosa, y Liv la contradice. Además, las actitudes que James toma con Olivia son distintas a lo que dice Verónica. Puede que James sea un egocéntrico, como lo son sus padres, pero ¿qué hay de lo que quiere nuestra hija?
—A mí no me importa lo que quiera Olivia, sólo quiero que esté bien, que nadie la trate mal y que sea feliz. Si Olivia me dijera que quiere casarse con el rey de España, se lo acepto. Si me dice que quiere casarse con un empresario, se lo acepto. Si me dice que quiere casarse con un indigente de la calle, se lo acepto. Solo quiero que la respeten y sepan apreciarla.
—¿Y si Olivia dice que es James?
Julio suspiró conteniendo el coraje dentro de su pecho.
—Entonces lo será.
Los dos bajaron a saludar, y en sus rostros, una sonrisa de: aquí no ha pasado nada. Verónica tenía razón, James era un maldito manipulador que sabía perfectamente cómo actuar, cómo comportarse y cómo tratar a Olivia frente a sus padres. Liv estaba ciega de amor, le permitía ser un actor con las personas que le rodeaban, y cuando nadie más los miraba, se transformaba en otra persona totalmente diferente. Es verdad, nunca la había golpeado, pero muchas veces una palabra duele más que un golpe en la piel.
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Editado: 18.02.2023