Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 8

Un tira y afloja. Un te digo algo para lastimarte y después te digo que te amo. Un no me importas, pero después te busco diciéndote que eres mi vida entera. Un te golpeo, pero después te pido perdón por ello. Una herida que se transforma en una cicatriz, y que a pesar de hacer todo lo posible para sanarla, muchas veces se vuelve a abrir. ¿Te ha sonado alguna de estas palabras?

Al día siguiente, cuando el timbre de la universidad en la que Liv estudiaba puso fin a las largas clases y proyectos de esa mañana, Olivia salió del campus, la hermosa muchacha caminaba hacia su auto cargando todos sus pesados libros bajo una voz que pedía a gritos una tregua con su propia vida. Esperaría a sus amigas, las esperaría para que pudieran dirigirse a su casa y pasar una excelente tarde entre risas, críticas, revistas de moda y programas de televisión. De pronto, una sombra más grande que ella se coló por debajo de sus pies.

—Dios mío, James, me asustaste.

—Hola —el hombre le sonrió y sus perfectos dientes blancos aparecieron detrás de una espesa barba oscura.

Liv dejó sus libros sobre el cofre del auto, estaba lista para lanzarse a sus brazos y estrujarlo entre el abundante cariño que sentía por él, cuando de pronto, James plantó sus manos frente a ella impidiéndole el abrazo, y después le sonrió, una sonrisa que le negaba muchas cosas.

—¿Qué haces aquí? —trató de fingir su vergüenza.

—He venido por ti para proponerte una escapada.

—¡Suena genial! —pero esa misma sonrisa desapareció cuando el recuerdo de sus amigas se hizo presente—. Pero. Me encanta la idea, pero ¿qué hay de Erika y Adriana? Las estoy esperando.

—Si quieres las esperamos, las llevamos con nosotros y pasamos el mejor día de nuestras vidas. Juntos los cuatro.

—¿De verdad?

—Por supuesto que no. Me molesta que seas tan bruta que no te des cuenta de mi sarcasmo. Vine por ti, no por ellas.

—Pero…

—¿Pero? ¿Acaso ellas son más importantes que yo?

—James…

—Liv. Siento culpa por lo que te dije anoche, y quiero arreglar las cosas. El deseo de casarme contigo sigue más fuerte que nunca.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto. Más en serio que nunca. Ahora ven aquí, sube al auto y prepárate para pasar una tarde inolvidable.

Liv no dijo más, dejó los libros y su mochila en el asiento trasero, le envió un mensaje a Erika disculpándose por haberse marchado sin avisarles nada, y finalmente subió. Una inmensa felicidad la envolvía, sentía que estaba haciendo lo correcto, que ese mundo solo le pertenecía a ella, que James se estaba disculpando y que estaba arrepentido. Creyó que la idea de perderla lo volvía loco, que estaba tan enamorado como ella lo estaba de él, y de repente no hubo más, la vida de Olivia dependía de cuánto la quisiera James, de sus palabras tiernas después de haberla humillado, de los actos de llevarle flores después de unos días de haberla tratado con indiferencia, de recibir un mensaje suyo de vez en cuando, y esa necesidad malentendida de lo que era el amor.

¿Alguna vez han visto a esas parejas que salen, pasean tomados de las manos, se besan, se abrazan y van jugando? Pues Olivia y James no eran una de ellas. Él prefería ir criticando los atuendos “baratos” de las personas, gruñendo por cualquier cosa que le molestara y diciendo lo que ella debía hacer y cómo debía comportarse. Olivia, no hables con la boca llena. Olivia, no sonrías como estúpida. Olivia, no brinques. Olivia, no corras. Olivia, no hables fuerte. Olivia, no comas tanto. Olivia. Olivia. Olivia. La salida, más que diversión, era un infierno disfrazado de cita romántica en el que Liv era torturada por el mismísimo diablo. James era la voz de los “Deberías y no deberías”.

Eran ya casi las seis de la tarde, el sol se había puesto y las carreteras comenzaban a ser abandonadas por los autos que habían llegado a sus destinos. Desgraciadamente la casa de los Palacios tenía una sola entrada y camino para llegar, lo que indudablemente implicaría pasar por donde Kevin, Gabo y José Hugo trabajaban.

—¿Te has divertido?

—Sí, ha sido… entretenido —ella forzó una sonrisa.

De pronto, los ojos de James reposaron sobre el animado muchachito que realizaba algunos malabares en medio de la calle.

—Mira quién está ahí. Qué coincidencia.

—¿De quién me hablas?

La mujer se puso pálida al verlo.

—Ignóralo, James.

—¿Ignorarlo? Claro, haré algo mejor que eso.

—¿Qué…?

Y cuando James detuvo el auto, la expresión de Kevin cambió a una de completa tristeza.

Hello my friend. Do you remember me? —no hubo respuesta—. Te hice una pregunta, ¿acaso no piensas responderme? ¡Oh, claro! Me he olvidado que no hablas inglés. Que torpe soy.

Entonces lo recorrió con una sonrisa burlona.

—Pides dinero, ¿verdad? Deja ver si tengo algunas monedas.

Olivia no dijo nada, se limitó a mirar, sin embargo, por dentro la pena y el miedo explotaban como volcanes furiosos. Temía que James pudiera herir al muchacho que no dejaba de observarlo con una expresión de abatimiento.




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