La furia hirvió en su estómago, subió por su garganta y salió en forma de palabras, en un reclamo que incluso a ella le sorprendió.
—¿Por qué hiciste eso? No tenías por qué tratarlo así.
—¿Disculpa? —el hombre detuvo el auto—. Olivia, ¿estás escuchando lo que dices? Ese mugroso se merece eso y más.
—¿Y por eso tenías que comportarte así?
—Le dejé en claro que no quiero que se nos acerque.
—Pues con esto estoy segura que no querrá volver a saber nada de nosotros.
—¿Y cómo estás tan segura de eso?
—Porque también me he vuelto una piedra en su zapato.
—¿A eso le llamas zapatos? Mejor que no use nada.
—Estoy cansada, James, quiero irme a casa.
La discusión se quedaría ahí. Olivia prefirió callarse, a seguir escuchando palabras que no hacían más que degradar y ofender a Kevin. Un sentimiento verdaderamente contradictorio, irónico e hipócrita, pues hace apenas unos días ella misma se la pasaba ofendiéndolo y tildando sus escasos recursos económicos.
—No veo por qué te molesta que lo llame con nombres despectivos.
—No me molesta.
—¿Entonces por qué te has enojado? ¿Sientes algo por él?
—¡Nooo! ¿Cómo puedes pensar eso?
—Me refiero a tenerle lástima, Olivia.
—Ah… No…, no siento nada por él.
—No te veo tan convencida.
—El chico tiene una madre ciega, se la vive en las calles y cualquier loco alcoholizado podría atropellarlo uno de estos días.
—¿Así como tú lo hiciste? —James comenzó a reírse.
—No es gracioso, James. Pensé que lo había matado.
—¿Y qué tiene si lo matas? No se pierde nada importante.
Olivia apartó la mirada de él. No, quizá para James, Kevin no era importante, pero allá afuera, Kevin pertenecía a un mundo, un mundo en el que él era indispensable, y aunque Liv solo pensara que su querida madre ciega era la única que dependía de él, no conocía ni la mitad del amor que flotaba alrededor de ese muchacho.
Ella se recargó en el asiento y esperó en silencio hasta que el auto se estacionara frente a la casa. James y ella bajaron, él se despidió con un indiferente beso en la mejilla y después se marchó. La joven deseaba estar en la seguridad de su habitación, encerrada, con las cortinas aislando su privacidad y con la cara hundida entre las almohadas, preguntándose por qué James la trataba de semejante manera, si ella no hacía otra cosa más que quererlo, que amarle, que morirse por él, que entregarse y verlo como si aquel hombre que le doblaba en edad fuese lo más importante de su vida.
Liv se sentó entre las sábanas de su cama, tomó una fotografía que parecía haber sido tomada desde hace muchos años, y entonces la miró, se miró a ella, aquel retrato en el que Olivia todavía era Olivia; la de verdad, la sonriente, la niña regordeta llena de vida y felicidad que no le importaba sonreír, soltar una fuerte carcajada mientras ella y su hermana se reían por cualquier estupidez, la Olivia que comía hasta saciarse, aquella que disfrutaba de los chocolates, de las galletas, de los pasteles y los helados. Una rueda de fuego que consumía todo a su alrededor con su brillo y ferocidad. Era increíble pensar cómo una persona podía destruir todo eso con un simple par de palabras y negativas.
—¿Por qué no podemos ser como las parejas normales? ¿Por qué, James?
Mientras Liv lloraba en silencio dentro de su recámara, Kevin lo hacía en la suya. Se hallaba sentado en el piso, recostado a los pies de su cama y también se preguntaba por qué había tantas clases sociales diferentes en el mundo, por qué no había respeto, y por qué existían las burlas y los desprecios. ¿Acaso la gente no veía que más allá de belleza, de piel blanca, negra o morena, también éramos calaveras? Jamás le había afectado lo que la gente dijera de él, y eso que le habían gritado cosas horribles en los años que llevaba trabajando como payasito en los semáforos. Pero esto, esto de verdad lo dejó por los suelos, destruyó su fuerza y le arrancó cientos de lágrimas que se limpiaba con el dorso de su camisa. Aquellas palabras le habían golpeado de una manera tan cruel, que lo primero que hizo al llegar a casa, fue desahogarse llorando en su soledad.
—Kevin —Aurora lo llamó desde la cocina— ¿Puedo tomar una manzana de la canasta que la señora Palacios te regaló?
Él joven se limpió los ojos.
—Sí mamá, agarra lo que gustes. Hubiera llegado completa, pero cuando me di cuenta, Hugo y Gabo se comían las uvas.
Aurora le sonrió.
—No te preocupes hijo. Gracias. ¿Estás bien, Kevin?
—Sí mamá. Me duele un poco la cabeza, pero estoy bien.
Aquella noche, la canción Don't cry de Guns N’ roses estuvo sonando en la grabadora hasta que la pila no soportó más y se apagó, hasta que los ojos de Kevin se vencieron, y hasta que el muchacho se quedó, entre lágrimas y pensamientos de dolor, profundamente dormido.
Hay algo en tus ojos, no bajes la cabeza por tristeza y, por favor, no llores. Sé cómo te sientes por dentro, he estado ahí antes…
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Editado: 18.02.2023