Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 13

—Toca la puerta. Vamos, Kevin, solo hazlo. ¿Qué puedes perder? Que no quiera recibirme… Cielos, eso me… ¿De verdad, eso me dolería?

Kevin llevaba más de veinte minutos parado frente a la puerta de los Palacios. Pero a pesar de que lo devoraban unas increíbles y efusivas ganas de poder hablar con Olivia, el joven tenía miedo, ¿cómo justificaría su visita a quien decidiera recibirlo? ¿Qué le iba a decir a ella? ¿Cómo iba a llegar y pedirle una disculpa por lo que le había dicho? Una parte de él se debatía imaginariamente en un duelo de muerte. Ella y su insípido novio James se habían comportado como unos malditos clasistas con él, y no por ello le habían ofrecido disculpas.

La verdad, ¿sabes cuál es la verdad? Que no la quieres lejos de ti —las palabras de Hugo parecieron demenciales, pero en el fondo tenían un tinte de razón.

Cuando Kevin levantó el dedo para llamar al timbre, una voz en su interior lo acobardó y le obligó a rechazar la idea.

—No puedo —se dijo y entonces comenzó a alejarse.

Caminó un par de pasos, dobló en la salida y entonces se quedó quieto. Alrededor podía observar varias cosas: un par de cercas de madera, autos estacionados, tela de alambre que dividía los jardines y… árboles, muchos y enormes árboles que convertían las calles en hermosos paisajes nocturnos.

—Debo estar a punto de hacer la mayor locura de mi vida. Pero está bien, lo haré… —suspiró—, lo haré por ella.

El muchachito por fin había encontrado la manera de llegar hasta su habitación, pues luego de dar varias vueltas alrededor de toda la casa, Kevin se percató en la presencia de un enorme árbol que conectaba con el segundo piso del lugar que buscaba. Bien podría trepar por sus ramas y llegar al cuarto de Liv.

—No veas hacia abajo, no veas hacia abajo. Dios, yo estoy buscando mi propio suicidio.

Por fin, y luego de casi matarse cinco veces, y de que parte de su ropa se enredara en las ramas más pequeñas, Kevin logró arrastrarse por una enorme rama que llegaba casi a la ventana cerrada de Liv. El muchacho estiró la mano, pensaba dar unos pequeños golpecitos sobre el vidrio del ventanal y que Olivia se acercara a abrirla, pero entonces, un par de delgados brazos abrieron las cortinas dejando ante sus pizpiretos ojos cansados la silueta de una hermosa mujer semidesnuda.

—¡Aaaaaah! —Olivia gritó, cerró las cortinas y se dejó caer sobre el suelo.

—Liv, soy yo —Kevin no sabía si reír, cubrirse los ojos o bajar corriendo.

—Llamaré a la policía.

—No, por favor, a la policía no. Liv, soy yo.

—¿Quién es yo?

—Soy Kevin.

—¿¡Qué demonios haces en mi casa!?

—Vengo a ofrecerte una disculpa.

—Esa no es la forma correcta, Kevin. Bien te pudiste aparecer en mi universidad con una canasta de frutas.

—Olivia, por favor, vístete que necesito hablar contigo.

—Deberías caerte y que los perros te coman.

—¿¡Tienen perros!?

Entonces ella estalló en carcajadas.

—No, tonto. Es broma.

—¡Maldición, Olivia!

—Pero créeme que si no te marchas, de verdad llamaré a la policía.

—Por favor, solo quiero hablar contigo como dos personas civilizadas —enarcó una ceja—. ¿Crees que puedas hacer eso?

—¡Serás idiota! Espera, salgo en un momento.

La muchacha entró a su armario, removió un par de pijamas y finalmente consiguió ponerse una playera corta y un par de pantaloncillos.

—Ahora sí —se recargó en el muro de la ventana mientras abría las cortinas—. Aquí estoy. Dime lo que me tengas que decir y vete.

—Qué hospitalaria.

—¿Cómo demonios trepaste hasta aquí?

—Créeme, no fue fácil.

—Estás loco.

—Olivia —Kevin intentó sonreír—, perdón por lo que te dije hoy. Yo, bueno, yo, estaba molesto y no pensé que tal vez podría lastimarte.

—No tienes por qué disculparte. Te pegaron por mi culpa.

—Pero no fue justo la manera en la que te grité.

—Descuida —le restó importancia—. Con tenerte aquí es… suficiente. Digo, saber que estás bien y que tu vida no corre ningún peligro, me tranquiliza.

—¿Eso significa que me disculpas?

Olivia sonrió, tal vez recordando aquellas mismas palabras.

—Sí, Kevin, te disculpo.

—Liv —el chico estiró los brazos recargándose en el alféizar de la ventana—. Cuando vine hacia aquí, solo podía pensar en dos opciones, y en la pregunta que te haría cuando las cosas estuviesen arregladas entre nosotros dos.

—Entonces hazla.

—¿Quieres que me aleje de ti o… preferirías que te siga viendo?

—¿Tú qué prefieres?

—¿Yo? Bueno, yo elegiría la condición que tú me pongas.




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