Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 23

Era lunes en la mañana y sus clases llegaron a su fin con la voz gruesa del profesor anunciando un vano y seco «pueden retirarse». Se había pasado el fin de semana y Olivia llevaba quince minutos esperando a sus amigas dentro de su auto, cuando su teléfono comenzó a sonar.

El simple hecho de ver el nombre en la pantalla le causó un agrio sabor de boca.

—Hola, James —contestó, no muy contenta.

—Sorpresa, sorpresa, hoy te dignas a responder mis llamadas.

—No digas eso, siempre te las he contestado.

—Pues este fin de semana demuestra todo lo contrario.

—Disculpa, no me sentía bien.

—Como sea, no importa. Te veo esta tarde en tu casa, hoy saldremos.

—Me parece bien —suspiró—. James.

—¿Qué quieres? Dilo rápido porque estoy ocupado.

—Te quiero.

Y sin una sola respuesta, la llamada se cortó.

La muchacha se quedó unos sencillos segundos en silencio, seguramente rememorando las escenas del viernes pasado con los niños del hospital, seguramente no. Miraba sin ningún tipo de intención a los estudiantes que pasaban frente a su auto, y fue entonces que algunas lágrimas resbalaron en sus mejillas y contornearon su increíble sonrisa de fuerza. Sí, una sonrisa estaba ahí, pues hoy iba a ser el día, Olivia iba a ser feliz, hoy se iba a despedir de esos malditos recuerdos que construyeron una espantosa torre a su alrededor. Él ya no iba a ser más su vida.

Media hora es lo que ella se tardaba manejando. Dejó a Erika y a Adriana en sus respectivas casas y luego llegó a la propia para encerrarse en la regadera mientras se hablaba con el espejo. Se vistió fuera del baño con la ventana abierta. Sabía que Kevin no iba a venir, y aun así, una cálida esperanza palpitaba en su corazón. Se maquilló en silencio, y aunque no había música sonando en el altoparlante de su teléfono, por dentro, su cabeza estaba hablando, conversaba con ella y le hablaba de James. Su adorado James.

—Hola —ella le sonrió. Qué bonita y genuina sonrisa.

El hombre la apartó de la puerta y entró sin ningún permiso.

—Vamos a ir al restaurante de Obregón. Qué difícil es encontrar un buen sitio para comer en este lugar, y esto es lo mejor que pude encontrar. Después quiero pasar a medirme unos zapatos, los encargué desde ayer. ¿Puedes creer que no había de mi número? El empleado por cierto se comportó como un lastre, preguntando y corriendo de un lado a otro mostrándome catálogos que ni siquiera lograron captar mi atención. Personas así deberían estar despedidas. Luego quiero ir a jugar cartas en los casinos del centro, fumaré unos cuantos cigarros y te presentaré a unos compañeros de mi trabajo que están de visita por estos lugares. Han traído a sus esposas, ¡y qué bellezas de mujeres! Me gustaría que pudieras verlas y así entiendas lo que es ser una mujer de verdad, una esposa perfecta. Por cierto, no quiero que hables con ellos ni con nadie que se les relacione, hablan francés y dudo que puedas entenderles. Por último quiero ir a…

—Oh James, ¡CÁLLATE!

La casa se quedó en un golpe de inquietud, aún más terrible a como había comenzado.

—¿Cómo me acabas de decir, Olivia? —el hombre estaba perplejo.

—Que te calles. No te soporto ni un solo día más.

—¿Qué demonios te sucede?

—Me pasa que estoy harta. ¡Estoy harta de ti y de todo lo que tenga que ver contigo! —Liv comenzó a quitarse toda la fantasía que la adornaba; se quitó la liga del cabello, se quitó los zapatos de tacón, se rompió uno de sus collares caros y lanzó sus anillos de oro y plata al suelo—. Me cansé James, me cansé de ser una obra tuya.

—¿Qué barbaridades estás diciendo? Deberías agradecer el ser una obra mía. Sentirte orgullosa de que algún día vas a portar el apellido Cardo.

—¡Prefiero vivir en la calle a convertirme en tu esposa!

—Olivia —parpadeó—, ¿te das cuenta de lo que me estás diciendo? No provoques que me canse de ti…

—¡Cánsate, abúrrete, pero lárgate! No quiero ser más tu novia, no quiero seguir siendo tu mujer ¡y no quiero ser tu esposa!

Los actos de James se volvieron coléricos, tanto que sus ojos la observaron con los más depredadores instintos salvajes. Caminó hacia ella, todas las alertas se encendieron en Olivia, pues sabía que aquel hombre se preparaba para abofetearla, cuando de pronto…

—¡Si la tocas, te mato! —la voz de Verónica reverberó por toda la sala—. Créeme, James, llevo años enteros deseando poder golpearte, y si tocas a mi hermana, no lo dudaré ni un solo segundo.

Los ojos de James remontaron a los de Olivia.

—Te vas a arrepentir, y cuando lo hagas, ya no habrá vuelta atrás —una amenaza profunda, segura y con aires de oscuridad que no sólo le llegó a los oídos, sino también a todos esos años en los que Liv había vivido engañada con un amor que jamás existió.

Cuando James se fue de la casa, Olivia cayó al suelo, se tiró a llorar y pronto los brazos de Verónica sirvieron como su apoyo.

—No me sueltes, por favor.




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