Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 26

Sentada en el amplio silencio de su sala, Olivia escudriñaba las convalecientes miradas de sus padres. Julio y Nicole.

—Digan algo, por favor —les suplicó. La angustia la estaba matando.

—¿Por qué…? —la voz se le cortó a su madre— ¿Por qué nunca nos dijiste que te trataba así? ¿Por qué nos mentías cuando Verónica te pedía la verdad? ¿Por qué?

—Una parte por vergüenza. La otra por miedo a que él me dejara. Y la última por aferrarme a la idea de que iba a cambiar.

—Júrame, por favor júrame que nunca te pegó —Nicole estaba llorando.

—No, mamá. Tampoco voy a mentirles con el afán de hacerle daño a él. Nunca me puso una mano encima, pero sí me hirió con muchas palabras.

—Y yo de estúpida no le creí a tu hermana. Siempre me tragué su falsa actuación del hombre perfecto.

—Papá —Olivia lo miró, la joven también comenzaba a llorar—. Perdóname, papá. Siento que te he fallado…

—Livia —dijo su padre mientras se acercaba a ella—. Ese hombre nunca me dio buena espina, y aun así dejé que siguieras con él. Solo buscaba ver por tu felicidad, y en el intento también me equivoqué.

—No digas eso, papá. La del error fui yo, yo me aferré a él y me impuse ante tu mando.

—Olvidémonos de esto —Verónica se metió entre los abrazos— y brindemos que James, el rabo verde Cardos, ya no estará nunca más en nuestras vidas.

No había más palabras que pudieran utilizarse. Olivia cerró aquella conversación pregonando por todo lo alto cuán grande era el amor por ellos, y por su vieja versión, la cual le proporcionaba una felicidad indescriptible. Sonrió, se permitió llorar y al final a cada uno le besó la frente, no sin antes pedirle una encarecida disculpa a su hermana mayor.

—Liv —su madre la tomó del brazo después de que todos se marchasen a sus respectivas habitaciones.

—¿Qué te acontece, madre?

—Quería hablar solo un momento contigo.

—Podría quedarme toda la noche y no me molestaría.

Nicole le sonrió mientras le atoraba un delgado mechón de su cabello oscuro detrás de su oído.

—Quería señalarte lo que he notado en estos últimos meses. Te he visto cambiar, y me agrada saber que lo estás haciendo para bien.

—Eso es gracias a que me he dado cuenta de muchas cosas, madre.

—No, Olivia, me duele aceptarlo, pero no es solo por eso.

—¿Entonces?

—Por ti sola nunca te habrías dado cuenta de que, lo que vivías al lado de James era un abuso. Cambiaste desde que Kevin apareció en nuestra vida.

Olivia no lo escondió más, sonrió y sus mejillas se ruborizaron.

—Es verdad, Kevin me ha ayudado mucho. Con él puedo ser yo misma sin la necesidad de fingir ser perfecta.

—Olivia, dime algo. Estás enamorada de Kevin, ¿no es así?

—No mamá —ella se escandalizó—. Kevin y yo sólo somos amigos.

—Los ojos de una mujer no saben mentir, no cuando los sentimientos son verdaderos.

Y entonces, las paredes que durante algún tiempo estuvieron escondiendo secretos, se derrumbaron ante la fuerza de aquella mirada maternal.

—Kevin me hace feliz —se sonrió—. Me hace feliz, y a veces siento que es tan absurdo que alguien como él me haga sentir todas las mariposas que flotan dentro de mi estómago y que suben hasta mi pecho. Yo, Olivia Palacios, la chica que ha gozado de todo lo bueno y lo malo, soy feliz con alguien que encontré por casualidad. ¡Soy feliz, mamá, y estoy cansada de ocultarlo!

Pero así como la felicidad llegaba, Nicole comenzó a perderla. Entendió que la moneda, la que Olivia estaba lanzando, podría tener dos caras completamente diferentes.

—Liv, querida, ¿y sabes si Kevin siente lo mismo?

—No… lo sé. Nunca se lo he preguntado.

—¿Y qué esperas para hacerlo, o al menos para decirle lo que sientes?

—No esperarás que vaya, me arrodille frente a él y le diga todos mis sentimientos de golpe, ¿verdad?

—Quítate la idea de que solo los hombres pueden hacer eso. Muchas veces los sentimientos son correspondidos, pero es más la vergüenza y el miedo que las ganas de intentarlo. Si él no lo dice y tú tampoco, entonces ninguno de los dos lo sabrá.

—¿Y si me rechaza?

—Por eso no lo vas a hacer en un lugar público. Debes considerar tus límites, Olivia. Y recuerda, que muchas veces duelen más las palabras que un golpe.

Entonces ella recordó la vez que James le arrojó el cupón a Kevin en la cara, y la mirada destrozada que el muchacho trató de controlar.

—Me voy, cielo. Ya casi son las ocho y mañana tengo una reunión importante por video llamada.

—¿Las ocho? —Liv se levantó, se despidió de su madre y corrió escaleras arriba. El mundo se le detenía, sentía los cosquilleos de las mariposas en su garganta, y cuando consiguió cerrar la puerta, abrió de golpe la ventana.




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