Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 37

Las siete cincuenta y cinco, y el reloj comenzaba a contar los segundos que faltaban. Kevin terminaba de abotonarse las mangas de la camisa, se peinaba el cabello y se roció casi toda la colonia de perfume que después le costaría un ojo de la cara reponer. Aquella camisa era parte de un viejo traje que provenía de un pariente lejano, el cual le había regalado el juego completo. Lamentablemente el invierno pasado, Aurora se vio en la necesidad de vender el saco, los pantalones y los zapatos para costear algunos medicamentos.

Vamos a tomar la realidad y el pasado de esta historia. Era demasiado extraño que Kevin quisiera salir a una fiesta, y más aún, a un centro nocturno en el que era bien conocido que la mayor parte de personas que en él asistían, eran de dinero. Por ende, aquella noche quiso ponerse todas las estrellas del cielo; quiso meterse en un papel, del cual él sabía que no era suyo, pero era algo nuevo que quería experimentar. Se perfumó, se arregló, le sonrió al espejo en el que comenzó todo, y salió a conquistar miradas que sólo hablarían de él por notada envidia.

—Ya me voy, mamá, te veo más tarde.

—Dios mío, Kevin, los galanes de Hollywood te envidiarían —lo halagó Renata, haciendo que su último guiño le dejara las mejillas coloradas.

—Muchas gracias.

—Que no te pueda ver —dijo su madre—, no significa que no sé lo guapo que estás.

El muchacho se despidió de Aurora y de Renata, le dejó un largo beso a su madre y finalmente se fue. La noche lo esperaba.

Pero al llegar a la casa de los Palacios, el chico se sintió sofocado por las intensas miradas que el señor Julio y Nicole le lanzaban.

—Basta —Olivia se sonrió—, lo único que están consiguiendo con mirarlo así, es espantarlo.

—Lo lamento, hija —Julio trató de sonreírle—. Es que no esperaba este… regreso. Pensé que después de este cambio tan radical, tú no querrías saber nada de discotecas y esas cosas, mucho menos que algún día Kevin te llevara a una.

—Julio, querido —Nicole cogió la mano de su esposo—. Olivia tiene derecho a divertirse, siempre y cuando todo sea sanamente, y me alegra que Kevin vaya con ella. Los dos son jóvenes, y una salida en amigos no les afectará en nada.

—Livia…

—Tranquilo, papá —Olivia se anexó a ese apretón de manos—, nada de lo que ya he conseguido avanzar pienso retroceder. No necesito meterme en problemas o beber hasta vomitar para divertirme. Te prometo que todo estará bien.

—Yo… ah, bueno yo, yo me encargaré de cuidarla —Kevin se puso de pie. Las mangas de la camisa comenzaban a cortarle las axilas—. Le aseguro que todo saldrá bien, y yo me encargaré de traer a Olivia en perfectas condiciones.

—La dejo en tus manos. Y también confío en que responderás bien.

Kevin la miró a ella, no podía dejar de hacerlo, le encantaba esta nueva Olivia, esta versión más ella, más viva y más libre. Aquella noche Liv se vistió con un hermoso vestido de lentejuelas azules que le cubría hasta las rodillas, de manga tres cuartos y de corte ovalado que le dejaba al descubierto pequeñas partes de sus hombros.

—¿Kevin?

—Mande.

—¿Me estás escuchando?

—No, disculpa. Estoy pensando en las palabras de tu padre —mintió.

—Te he dicho que ya podemos irnos. Vamos, tenemos que pasar por Erika y por Pepito a sus casas.

El joven asintió, cerró la boca y se despidió del resto de la familia.

—¿Listo para esta noche? —Olivia se acomodó en el asiento del piloto.

—Bueno, mi entusiasmo era tan grande que no encontré otra cosa qué ponerme. ¿No se te hace demasiado?

—Para nada. Estás increíble. Luces como una estrella.

—No tanto como tú. Tu vestido parece… —y antes de que pudiera darse cuenta, su mano estuvo a punto de deslizarse sobre las brillantes lentejuelas de sus piernas, pero se contuvo—. Eso, también estrellas, supongo.

Olivia le sonrió.

En la primera parte del trayecto recogieron a Erika, en la segunda pasaron por Pepito y finalmente llegaron a donde el centro nocturno Éxtasis le hacía claro homenaje a su nombre. Las luces brillaban y acaparaban gran parte de la calle, había personas bailando y bebiendo en la entrada, parejas que se peleaban y cadeneros que cuidaban el acceso.

—Buenas noches —Olivia y el resto de sus acompañantes mostraron su identificación, y posterior a esto los dejaron entrar.

Liv tenía puesto un par de tacones altos que le regresaban su intimidante apariencia de millonaria poderosa. Caminaron al interior y brincaron entre la gente hasta llegar a una de las mesas. De pronto, un guapísimos sujeto alto y de preciosos gestos refinados se acercó a ella, le besó la mano y después le sonrió.

—¡Olivia! ¡Mi preciosa, preciosa Olivia! Tiene tanto tiempo que no te veo. Pero ¿cómo estás? Cuéntamelo todo.

—Lamento nuestro distanciamiento, Edmund, pero ya casi no visito centros.

—Me he dado cuenta, cariño. Sólo veo a tu otra amiga, la morena de rizos que seguido nos visita con tu novio, ese que tiene cara de asesino. ¡Ay Dios, detesto los asesinos!




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