Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 39

Cuando el auto de Liv se detuvo frente a la casa de los Palacios, un horrible sabor seco y ácido le escoció la lengua.

—Yo iré contigo, Kevin —Erika se quitó el cinturón de seguridad—. Olivia también era mi responsabilidad y no dejaré que todo recaiga sobre ti.

—No, Erika, quédate aquí. Yo la saqué de su casa, yo pedí permiso y por lo tanto, yo debo asumir esa responsabilidad.

—¿Qué hacemos con Olivia? No puede ni ponerse de pie —afuera del auto, Gabriel y Hugo se las arreglaban para que Liv pudiera mantenerse erguida.

Kevin salió, cogió a la muchacha entre sus brazos y tocó la puerta.

—¿Vas a quedarte conmigo?

—No Olivia, tengo que regresar a mi casa —su seriedad la hizo llorar.

—Lo arruiné todo, ¿verdad?

—Te pido que no hagas preguntas.

—Pero…

—¡No puede ser, Olivia! —en un principio, Nicole y Julio centraron su atención específicamente en su hija, sin embargo, cuando la mirada del señor Julio se deslizó hasta el muchacho que esperaba de pie frente a la puerta, una rabia incontenible se apoderó de él.

—Papá…

—Cállate. No quiero escuchar absolutamente nada de ti. Confié en tu palabra de que todo estaría bien y que sabrías comportarte, y mira cómo me has vuelto a pagar —su padre miró con resentimiento y culpabilidad a la señora Palacios—. Solo era una salida con amigos, ¿verdad?

—No pensé que terminaría así.

—Ese es el punto. No hay que volver a pensar. A partir de hoy quedan prohibidas las salidas de cualquier tipo. Ve a bañarte y a dormir, Olivia, porque yo mismo me encargaré de llevarte al colegio mañana.

Y cuando Nicole y Liv desaparecieron escaleras arriba, Kevin sabía que su momento de afrontar las consecuencias había llegado.

—No sé qué decirle —el joven bajó la mirada.

—Por supuesto que no lo sabes. De todos los amigos que le he conocido a mi hija, pensé que tú serías diferente. Pero resultaste ser igual… O peor.

—Perdón.

—Con un perdón no se solucionan las cosas, Kevin. Es hora de que te vayas a tu casa, o tu madre va a preocuparse.

—Señor Palacios, le prometo que mañana…

—No habrá un mañana —sentenció—. No te quiero volver a ver cerca de mi hija… Al menos no por un tiempo. Y otra cosa, Kevin. No quiero saber que te vuelves a subir a ese maldito árbol, o me obligarás a cortarlo. ¿Entendiste?

—Sí señor, lo entendí.




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