Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 41

La alarma sonó, y mientras lo hacía, parecía que le taladraban la cabeza. Se levantó, el mareo le vino al instante al igual que la migraña y las ganas de vomitar. Su hermana la miraba desde el sillón, y no estaba contenta.

—Maldita sea, ¿qué me pasó?

—Eso es exactamente lo que todos nos preguntamos. Date prisa para vestirte, papá te va a llevar al colegio —y se fue.

—¿Papá me va a llevar? Dios —su expresión fue de espanto—, Verónica, ¿qué demonios hice?

Al bajar, Olivia de inmediato notó que algo estaba realmente mal cuando ni su madre ni su hermana le contestaron el saludo de buenos días. Siguió de frente, tomó el vaso de jugo que medio probó, y después salió siguiendo a su padre, el cual parecía ser el más molesto de todos.

—Hice algo malo anoche, ¿verdad? —decidió romper con la incertidumbre cuando ambos estuvieron dentro del auto.

—Pregúntatelo tú.

—No me acuerdo de nada, papá.

—Con esa frase das a entender cuán alcoholizada estabas.

—Padre, perdón. Sé que ya no había vuelto a las fiestas, y menos a beber de esta manera…

—Esa noche, antes de salir, me prometiste que todo estaría bien. Tus palabras me llenaron de orgullo, Olivia, me dijiste que no pensabas retroceder en todo lo que ya habías avanzado, y cuando volviste… Cuando volviste te desconocí por completo.

—¿Por qué decidiste traerme al colegio?

—Porque no quiero que vuelvas a atropellar a nadie más.

Liv recordó la amenaza de su madre. Lo había vuelto a hacer, había vuelto a dar problemas y beber hasta perder la conciencia de sus actos y su cuerpo; por ende, aquello sin duda le dio el derecho a Nicole para contarle a Julio la verdadera razón por la que ella y Kevin se conocieron.

El auto pasó por el semáforo de la avenida. Aún no había nadie trabajando, pero eso no le impidió a Olivia poner sus manos en el vidrio de la ventanilla y pensar en Hugo, Gabriel y… Kevin. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Vendré por ti en la tarde, y cuando volvamos a casa, me entregarás tu permiso para conducir.

—No tienes que ser tan cruel.

—¿“Que no tengo”? Por supuesto que lo tengo. Soy tu padre, Olivia, y creo que a ti ya se te ha olvidado.

Julio la vio alejarse. Y una vez que Liv entró a su salón de clases, vio a Erika sentarse a su lado sin decirle nada. También parecía enojada.

—Erika —susurró—. No recuerdo nada de lo que pasó ayer, pero lo que sí sé, es que todos están molestos conmigo. Por favor, explícame lo que hice. Habla conmigo, darly.

—¿De verdad quieres que te diga todo?

—Ya no sé qué más pensar. Tengo miedo, un terrible miedo porque algo me dice que…, que lastimé a Kevin.

—James le pegó. Le dejó un ojo morado, y para acabar de rematar, tú te le aprensaste y le mordiste el labio. Y creo que también le vomitaste encima.

—¿QUÉ? No… Kevin —ella cerró sus ojos, sus lágrimas resbalaron sobre sus mejillas, y de la nada, los recuerdos la apuñalaron; uno tras otro—. James. Recuerdo que James estaba ahí con…

—Hiciste una escena de celos digna de una película.

—No eran celos…

—Olivia —Adriana se paró frente a ella—. Necesitamos hablar.

Ambas la miraron. Faltaba poco para que el profesor entrara al salón, y Adriana lo sabía, por lo tanto se arriesgó a hablar sabiendo que Erika escucharía todo.

—Olivia, sé que lo de ayer con James estuvo mal visto…

—¿Tú que crees? —la refutó Erika.

—Olivia, yo no tengo nada con James, te lo juro. Ese día, solo estábamos… No sé ni por qué estaba con él. Liv, te juré que nunca haría algo para lastimarte…

—Buenos días, jóvenes —el profesor cerró la puerta.

—No puedo quedarme aquí.

—Señorita Palacios, guarde silencio.

—¡Tengo que ir a ver a Kevin!

Y ante las miradas atónitas de la mayor parte de sus compañeros, del profesor y de sus amigas, Olivia se puso de pie, cogió su mochila y salió al pasillo.

—¡Olivia! —Erika salía detrás de ella— Recuerda que no tienes coche. Tu papá te trajo al campus.

—¡Existe el transporte público!

Una jovencita millonaria que en su vida había tomado un transporte de sociedad que no fuese aviones o taxis privados, estaba por experimentar el tremendo desbarajuste que era el subir a un autobús de pasajeros. Pobre Olivia, si tan solo alguien le hubiese dicho que subirse a un autobús, utilizando falda, era un suicidio, tal vez lo habría reconsiderado y habría pedido un taxi. Pero en fin, por sí sola lo descubriría.

Liv corría en la acera de las jardineras, llevaba el cabello enmarañado, una parte de su falda rota y un morado en su rodilla izquierda.

—¡Hugo, Gabriel!

—¡No puede ser!

—¿En dónde está Kevin?




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