Todos andaban de un lado a otro, levantando globos, pegando imágenes de payasitos de colores en las paredes y largas guirnaldas de luces navideñas para esperarlo a él.
—Verónica, tú y Pepito lleven el pastel a la mesa.
—Entendido, mamá.
Verónica, don Julio y la señora Nicole, Aurora, Renata, Erika, Hugo y sorpresivamente Gabriel, también se hallaban dentro de la casa de los Palacios, todos ayudando en la construcción de una fiesta sorpresa mientras esperaban la llegada de Kevin y Olivia.
—¿Qué hora es?
—Casi las cinco de la tarde. Qué nervios, no tardan en llegar.
Entonces la puerta se abrió y todos brincaron con el tradicional grito de bienvenida.
—¡Feliz cumpleaños, Kevin!
—¡Felicidades, Kevin! —Olivia aprovechó su cercanía con el muchacho y se abrazó a su cuello dejándole decenas de besos en la mejilla.
—No me lo puedo creer. Graciaaassss. Qué bonito se ve todo.
—Lo único que nos ha hecho falta, es tener un payasito —y entonces Verónica le colocó en la cabeza una hermosa peluca de colores.
La fiesta comenzó. Había risas, juegos y premios. Olivia y Kevin bailaron en la sala de la casa, se reían, silbaban cornetas y retumbaban los tambores de juguete. Luego de la pizza, los helados y el refresco, llegó el momento de partir el pastel.
—¡Que le muerda, que le muerda! —gritaron todos, pero sin que nadie se lo esperara, fue la misma Aurora quien le sujetó la nuca a su hijo y lo estrelló sobre todo el dulce de chocolate.
—¡Merecido se lo tenía! —la risa estrepitosa de Liv fue lo primero que el muchacho escuchó, y a pesar de que había sido su madre la culpable, Liv no se salvó de la tremenda persecución con la que Kevin la siguió por toda la casa, alcanzándola justo en su recámara.
—¡Basta, eres un grosero! —se rio a carcajadas que le quitaron el aliento, mientras el chico frotaba sus mejillas sobre las de ella cubriéndole del mismo dulce.
Y cuando finalmente ambos recuperaron el ritmo calmado de sus respiraciones, Kevin la sujetó contra él.
—Gracias por esto, Olivia. Por la fiesta, la compañía, la reunión de mis amigos y mi madre, y por ser tú quien está conmigo.
—No tienes qué agradecer. Esta fiesta fue un logro de todos, incluso de Globito, que también nos ayudó.
—Deja de ponerle apodos extraños a mis amigos.
—No son extraños, son de cariño.
—¿Un cariño como éste? —Kevin volvió a sujetarla, pero esta vez sus intenciones eran envolverla en cosquillas y risas hasta que gritara de felicidad.
—¡Bastaaaaaa! —Liv terminó con sus brazos alrededor del cuello de él, lo miró a los ojos, y sin ningún sentimiento de pena, le plantó un beso en la mejilla.
—Te quiero —le susurró ella, y el corazón de cristal que se moldeaba entre las brasas de un fuego lento, decidió que era momento de terminar, pues estaba listo.
—¡Muchachos, es momento de abrir los regalos! ¡Se solicita la presencia del cumpleañero! —gritaban desde la sala.
Todos exigían la presencia de Kevin, y cuando ambos bajaron, fue el momento de abrir una infinidad de cajas con adornos coloridos, serpentinas y globos que brillaban entre azul y dorado. Los dedos del joven rasgaron los papeles de un lado a otro de todas las cajas que pusieron en su regazo.
Hugo le regaló una playera azul. Gabriel una bufanda amarilla. La señora Nicole le obsequió un hermoso Ipod con todo y sus auriculares. El señor Julio, por su parte, le hizo entrega de su primera tableta gráfica. Verónica le dio una bonita mochila con varios perfumes dentro. Erika un precioso conjunto deportivo. Renata le dio un suéter de lana. Y su madre un par de guantes tejidos a mano. Finalmente, alguien colocó frente a él una caja de monumental tamaño, adornada con corazones y globos de gas.
—Ya adiviné casi todos los obsequios, entonces supongo que este ha de venir de parte de los Palacios, ¿no es así, Liv?
Ella le sonrió, sus mejillas estaban rojas.
Cuando la solapa de cartón brincó, el joven hurgó entre la enorme cantidad de papeles y serpentinas de colores que envolvían un maravilloso traje multicolor. Kevin lo levantó y pronto los zapatos, las pelotas, la enorme nariz roja y el disfraz auténtico de payasito quedaron entre sus manos.
—¿Te ha gustado, Kevin?
Sus ojos se le llenaron de lágrimas.
—Gracias…, de verdad gracias. No tengo cómo agradecerte esto.
—No necesitas agradecerlo —Nicole lo abrazó—. Eres un muchacho muy especial, Kevin, y recuerda, que tú vales más que todos los regalos del mundo.
Cuando el reloj marcó casi las diez y media de la noche, las despedidas y el sentimiento parecido a quienes no se van a ver en un largo tiempo, comenzaron a opacar la seriedad de la luna y las estrellas. Todos se despidieron. Erika se ofreció a dejar a Hugo y Pepe en sus casas, mientras que Julio y Nicole llevaron a Kevin, Aurora y a Renata a la suya.
—Muchas gracias por lo de hoy. Señor, señora Palacios, no tengo palabras para agradecerles por permitirme entrar a sus vidas.
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Editado: 18.02.2023