Nadie más lo escuchaba correr, su única compañía eran las luces de las farolas en la calle y los perros que aullaban en la lejanía. Poco le faltaba para llegar a su destino, y mientras tanto, se repetía la enorme disculpa que pediría cuando alguien abriese esa puerta que él tanto buscaba.
—¿Sí?—una mujer alta y envuelta en una bata aterciopelada salió a su encuentro, y él agradeció que fuese la madre de Erika quien lo atendiera.
—Hola, señora Gonzales, ¿me recuerda?
La mujer lo escudriñó de los pies a la cabeza.
—Si mal no lo recuerdo, eres ¿Kevin?
—Así es. ¿Será mucho inconveniente si me deja hablar con Erika?
—¿Ya viste qué hora es? ¿Por qué no regresas mañana, más temprano?
—No me lo tomé como una grosería, señora, pero de verdad me urge hablar con su hija. Le prometo no robarle demasiado tiempo.
La mujer frunció los labios, regresó al interior, y a los pocos minutos, Erika apareció en las escaleras.
—Kevin —llegó a él con un gesto de rígida preocupación—, ¿todo está bien? No me digas que ha pasado algo malo.
—Tranquila, no ha sucedido nada de lo que te puedas preocupar.
—No sabes el susto que me has sacado.
—Te pido una disculpa, esa no era mi intención.
—Bueno, dejando el mal rato atrás, ¿qué te trae por aquí?
—Es que… —el joven jugueteó con sus manos. Estaba nervioso— En realidad no quería perder la oportunidad ni el valor.
—¿Sobre qué…?
—Me gustas, Erika.
Un silencio mortal sepultó su corazón. Kevin temía seguir hablando, ya había hecho la confesión que tantas noches le picó la garganta y ahora solo le quedaba esperar una respuesta. La declaración aplastó las palabras de Erika de una manera tan fría y cruel como para quien no está acostumbrado a lanzarse de bruces contra la nieve, y sin que ella pudiera darse cuenta, sus manos resbalaban en el umbral de la puerta.
—Erika… dime algo. Lo que sea —el muchacho comenzaba a desesperarse.
—Es que… esto me ha…, me ha sorprendido.
Kevin se tomó su tiempo para explicarle cómo la montaña rusa de sus sentimientos había subido y bajado hasta llegar a esa decisión, le dijo cómo descubrió que se había enamorado poco a poco de ella, y el cómo ahora no podía seguir adelante sin antes confesarle lo que día a día se agolpaba en su pecho cada vez que la tenía cerca.
Finalmente, Erika recuperó su sonrisa.
—Es, inesperado.
—Erika, siento que haya sido tan repentino y espontaneo, pero la verdad es que ya no soporto seguir un día más así. El verte y no poder decirte cuán enamorado estoy de ti, me está volviendo loco.
—No sé qué responder. Siento tantas cosas que…
—Creo que lo mejor será hablar mañana. Hoy he abusado de sus energías, y bueno, también tengo que saber esperar.
—Te veo mañana, después del colegio.
—Te estaré esperando. Que descanses.
Pero cuando Kevin llegó a media calle, un grito repentino lo hizo girarse.
—¡Kevin, espera! —Erika corrió hasta él, se colgó de sus hombros y escondió su rostro entre su cuello—. Tú también me gustas. Y aunque es una manera muy extraña de sentirlo, creo que al final nos podría llevar a un mismo resultado.
—Entonces, ¿te sientes lista para intentarlo?
Ella asintió. Pero cuando Kevin le dio un cariñoso beso en la mejilla, nada explotó. No hubo los fuegos artificiales ni los millones de sentimientos que se arremolinaban en su pecho como cuando la besaba a ella…, a Olivia.
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Editado: 18.02.2023